En Asturias, el presidente autonómico ha decidido apostar fuerte por lo que realmente importa: sanidad, educación y servicios sociales. Mientras otros se pierden en sermones medievales y en broncas políticas de sacristía, aquí los números hablan por sí solos: un incremento del 41,6 % en políticas sociales entre 2009 y 2024, por encima de la media nacional. Y no es casualidad. Es una elección política consciente: poner a las personas en el centro.
Porque, mientras tanto, hay quien desde su púlpito se dedica a dictar doctrina… pero no precisamente doctrina social, esa que la Iglesia tiene tan olvidada cuando toca hablar de derechos, de dignidad y de justicia social. Ahí no hay homilía que valga. Resulta que es más sencillo tirar dardos incendiarios contra el presidente asturiano que arremangarse y reconocer que, al menos en el terreno de lo social, la política pública está haciendo mucho más por los pobres que mil sermones dominicales.
Y uno se pregunta: ¿qué une más? ¿Un presupuesto autonómico que garantiza servicios básicos para toda la población, o una homilía con tintes ultras que divide, señala y pretende volver a tiempos en los que la sotana mandaba más que las urnas? Porque ya no estamos en esos tiempos, y menos mal.
Comprendo perfectamente que el presidente haya declinado asistir a la misa en cuestión. Yo tampoco me sentaría en un banco de iglesia para que, desde un pedestal blindado, alguien me disparase con munición ideológica. No es un lugar de diálogo, es un monólogo en el que el que está arriba se cree dueño de la verdad y, de paso, de los demás. Y en eso sí que no: los tiempos del púlpito como arma política ya pasaron.
Mientras tanto, el Partido Popular se escandaliza porque el presidente no fue a misa. ¡Oh, sacrilegio! Como si gobernar Asturias consistiera en asistir a actos litúrgicos y no en gestionar con rigor los presupuestos. Lo que deberían preguntarse es por qué sus propias políticas sociales son tan cicateras y, en muchos casos, directamente injustas. ¿Por qué no hablan de su falta de inversión en sanidad o educación? Eso sí que sería un pecado capital.
Lo irónico de todo esto es que, si tuvieran un cura, un obispo o un arzobispo que realmente defendiera la doctrina social de la Iglesia —esa que pide justicia, igualdad y cuidado de los más débiles—, la reprimenda iría dirigida a ellos, y con razón. Porque hablar de caridad en abstracto está muy bien, pero quien pone el dinero público al servicio del bienestar colectivo está practicando justicia, que es mucho más difícil y valioso que dar limosnas.
Si comparamos a Asturias con Navarra y País Vasco, los números refuerzan aún más este compromiso social: Navarra lidera en gasto absoluto por habitante con 4.500 €, aunque dedica solo un 47,6 % de su presupuesto a políticas sociales; el País Vasco combina un gasto muy alto por habitante (4.344 €) con un peso significativo dentro de su presupuesto (63,8 %); y Asturias, con 3.960 € por habitante y un 63,4 % de su presupuesto, demuestra que su prioridad política no es solo gastar, sino priorizar y distribuir los recursos donde más se necesitan.
Es que parece que algunos no se han enterado todavía: ya no vivimos en un país donde la mitra dicta la política. España es un Estado laico, y Asturias también. El respeto a las creencias es total, pero otra cosa muy distinta es confundir el altar con un estrado político. Y ahí es donde está la gran diferencia: la política social une, mientras los discursos incendiarios dividen.
De hecho, el presidente asturiano se convierte en un ejemplo de cómo se debe gobernar: con presupuestos que reflejen prioridades claras. No con palabras huecas. Porque entre el ruido de las campanas y los datos oficiales, yo lo tengo claro: me quedo con los datos. Y los datos dicen que Asturias está a la cabeza en esfuerzo social, mientras otros territorios, con gobiernos más conservadores, se quedan atrás.
A los que critican desde la sacristía o desde la bancada azul del Congreso, se les podría aplicar perfectamente aquella frase bíblica: “Por sus frutos los conoceréis”. Y los frutos aquí son presupuestos crecientes, servicios garantizados y más justicia social. Lo demás son sermones vacíos.
Así que sí: bien por el presidente de Asturias. Y que siga sin dejarse intimidar por misas envenenadas ni por críticas hipócritas. Porque al final, gobernar es decidir dónde se pone el dinero. Y Asturias, con su 41,6 % de incremento en políticas sociales, lo tiene claro: en las personas.
Lo demás, puro incienso que se disipa en el aire.