Dicen que el periodismo es el arte de contar lo que sucede con precisión, contexto y, sobre todo, justicia. Pero hay veces en que la pluma de algunos cronistas, como la de Isidoro Valerio, parece sufrir lapsus de memoria que rozan lo prodigioso. Tal es el caso de su columna sobre la reciente gala de «O Talentiño», donde, con una precisión quirúrgica para lo irrelevante y un olvido selectivo para lo fundamental, despachó el evento con una crónica que bien podría haberse escrito desde la barra de un bar sin haber pisado el Teatro Jofre.
Según el bueno de Isidoro, la gala fue un desfile de emociones, público entregado y talento desbordante. Hasta ahí, nada que objetar. Nos relata con entusiasmo la deliberación del jurado, los nombres de los premiados y hasta el color de la moqueta si se lo hubiesen preguntado. Pero, sorprendentemente, en su detallada narración falta un pequeño detalle. Un detalle sin importancia, apenas una nimiedad: el verdadero artífice de todo esto. El hombre que ha hecho de «O Talentiño» lo que es hoy. Ese incansable trabajador que ha puesto todo su esfuerzo, dedicación y energía para que esta tercera edición haya sido un éxito. Hablamos, por supuesto, de Joaquín Enríquez.
Pero no, de él no hay ni rastro en la columna de Isidoro. Como si la gala se hubiera organizado sola, como si las luces, la escenografía, los horarios, la coordinación de artistas y jurado, todo se hubiese alineado cósmicamente en un milagro espontáneo de la naturaleza. Y para redondear el despropósito, tampoco encontramos mención a otra figura clave de la noche: Rebeca Collado, cuya labor como presentadora brilló con luz propia, dando ritmo y elegancia a la gala con una profesionalidad impecable. Pero de ella, al parecer, tampoco hay registro en los archivos de la memoria de nuestro cronista.
Uno podría pensar que este olvido responde a un simple descuido. Después de todo, cualquiera puede cometer un error. Pero cuando el descuido es tan evidente, tan flagrante y tan conveniente, uno no puede evitar preguntarse: ¿será que Isidoro Valerio prefiere los eventos que se organizan por generación espontánea? ¿O tal vez padece una extraña alergia a mencionar a quienes realmente sostienen el espectáculo?
Porque, si de algo no cabe duda, es del esfuerzo titánico de Joaquín Enríquez. Hacer que un certamen como «O Talentiño» no solo sobreviva, sino que crezca y se consolide, no es una tarea fácil. Se necesita trabajo, perseverancia, capacidad organizativa y, sobre todo, pasión. Y si alguien ha demostrado todo eso, ha sido él. Su empeño ha convertido este evento en un referente del talento local, brindando una plataforma para que jóvenes artistas puedan brillar y demostrar su valía. Su compromiso es incuestionable y su labor, encomiable. Pero, claro, para reconocer esto habría que hacer algo más que rellenar una columna con lugares comunes y frases manidas sobre la magia del espectáculo.
Y luego está Rebeca Collado. La periodista ferrolana no solo ejerció de presentadora, sino que dotó al evento de un ritmo ágil, una soltura envidiable y una profesionalidad que muchos deberían tomar como referencia. Su labor fue clave para que la gala tuviese la energía y el dinamismo que merecía, y su papel fue elogiado por todos los asistentes. Bueno, por todos menos uno, al parecer. Porque, según Isidoro, la gala se presentó sola, sin necesidad de una voz que guiase al público, introdujese a los artistas y mantuviese el interés en alto. Un espectáculo tan perfecto que no necesitó ni organizador ni presentadora. ¡Qué maravilla!
Por supuesto, no queremos pensar mal. No queremos imaginar que este olvido es intencionado. Sería muy triste suponer que Isidoro Valero tiene algún motivo oculto para ignorar a quienes realmente sostienen el evento. Queremos creer que simplemente se le pasó. Que su mente, agotada tras un fin de semana de intensos quehaceres, no pudo retener tanta información y prefirió quedarse con los nombres más fáciles de copiar y pegar.
Pero, claro, el periodismo no es solo cuestión de recordar nombres. Es también cuestión de justicia, de rigor y de reconocer el mérito de quienes lo merecen. Y en este caso, la justicia habría sido mencionar a Joaquín Enríquez y a Rebeca Collado. Porque un evento de esta magnitud no se sostiene solo en el talento de los participantes, sino en el esfuerzo de quienes lo hacen posible.
Si un cronista no es capaz de reconocerlo, quizá debería replantearse su oficio. Porque no hay peor ceguera que la del que no quiere ver, ni peor pluma que la del que escribe sin mirar. Tal vez, para la próxima edición de «O Talentiño», Isidoro Valerio pueda hacer un esfuerzo sobrehumano y tomar unas notas. O quién sabe, quizás simplemente le pidamos a Joaquín Enríquez que le organice también la crónica, ya que parece ser el único capaz de hacer que todo funcione. Al fin y al cabo, si pudo organizar una gala de este nivel, ¿qué le costará incluir en la escaleta un espacio para que el bueno de Isidoro no se pierda entre tanto talento? Eso sí, habrá que recordarle que lleve bolígrafo y libreta. No vaya a ser que se olvide de nuevo.
Aunque, pensándolo bien, puede que la mejor solución sea otra. Tal vez en la próxima edición de «O Talentiño» haya que crear una nueva categoría: el Premio a la Omisión más Clamorosa. Y no habría necesidad de deliberación del jurado, porque el ganador está claro desde ya. Isidoro Valero, por su maestría en el arte del olvido selectivo. Un talento verdaderamente excepcional.
No sabemos si el olvidarse de Joaquín Enríquez y Rebeca Collado en la crónica de Isidoro Valero es un caso de pura amnesia o si, en el fondo, hay algo de esa amarga sensación que nace cuando alguien destaca de forma deslumbrante. Porque, claro, ¿quién necesita reconocer a los verdaderos artífices de un evento tan exitoso cuando se puede seguir el cómodo camino de resaltar lo más fácil y superficial? Quizá Valerio, al ver el esfuerzo titánico de Enríquez y la profesionalidad de Collado, no pudo evitar sentir esa pequeñita punzada que da el saber que no todos tienen el talento o la dedicación para hacer brillar algo de tal magnitud. Y, al final, cuando el talento propio se queda atrás, lo más sencillo es recurrir al olvido selectivo. Un clásico.