El reciente discurso del arzobispo Aguer es una muestra clara de la resistencia al progreso y de una visión retrógrada que pretende reducir a las mujeres a roles serviles dentro de la Iglesia. Con una interpretación selectiva y sesgada de las Escrituras, Aguer intenta justificar la exclusión de la mujer en el liderazgo eclesial basándose en pasajes paulinos descontextualizados, ignorando deliberadamente la realidad histórica de la primitiva comunidad cristiana. Además, su crítica al Papa por cuestionar la política antisocial de Javier Milei demuestra una alineación preocupante con una visión insensible hacia los más desfavorecidos.
La falsa narrativa sobre el papel de la mujer en la Iglesia
El arzobispo Aguer presenta un relato incompleto y manipulador sobre la participación de las mujeres en la Iglesia primitiva. En su discurso, destaca que las mujeres tenían su lugar en las primeras comunidades cristianas, pero lo reduce a la virginidad y la viudez dentro de un ideal monástico que se desarrolla siglos después. Ignora por completo que hubo mujeres apóstoles y diaconisas, figuras que desempeñaron un papel clave en la expansión del cristianismo.
Pablo mismo, a quien Aguer cita como autoridad, menciona en Romanos 16,7 a Junia, una mujer a la que describe como «ilustre entre los apóstoles». Sin embargo, la jerarquía eclesiástica patriarcal, en su afán por borrar el papel de las mujeres en la Iglesia, incluso manipuló traducciones posteriores para convertir a Junia en «Junias», un nombre masculino inexistente en la época. Esta tergiversación es el reflejo de una estructura que ha buscado sistemáticamente invisibilizar la contribución femenina a la construcción del cristianismo.
Además, Aguer refuerza una visión misógina al citar pasajes como 1 Timoteo 2,12, que indica que las mujeres deben permanecer calladas y no enseñar. Sin embargo, este argumento se derrumba al analizar que en otras epístolas, Pablo reconoce a mujeres como Febe, diaconisa de la iglesia de Cencreas (Romanos 16,1), o Priscila, que instruyó en la fe a Apolo, uno de los primeros predicadores cristianos. Es evidente que la prohibición impuesta en Timoteo responde más a un contexto cultural específico que a un mandato divino inmutable.
La instrumentalización del “Ora et Labora” para justificar la subordinación
Aguer enfatiza el lema benedictino «Ora et Labora» como una característica esencial de la vida religiosa femenina, destacando el canto litúrgico y la confección de ornamentos como ejemplos de su contribución. Sin embargo, al hacerlo, refuerza la idea de que el papel de la mujer en la Iglesia debe reducirse a lo doméstico y ornamental, excluyéndolas del liderazgo y la toma de decisiones.
Este reduccionismo ignora a las grandes teólogas y místicas que marcaron la historia eclesiástica, como Hildegarda de Bingen, Teresa de Ávila o Catalina de Siena, mujeres que no se conformaron con un papel pasivo, sino que desafiaron las estructuras de poder de su tiempo. La historia demuestra que la Iglesia ha contado con mujeres que no solo oraban y trabajaban, sino que también escribían, predicaban y reformaban comunidades enteras. Su influencia teológica y espiritual es innegable, aunque sistemáticamente minimizada por figuras como Aguer.
Una crítica al Papa que revela insensibilidad social
Como si su visión arcaica sobre las mujeres no fuera suficiente, el arzobispo Aguer también se lanza contra el Papa Francisco por cuestionar las políticas antisociales de Javier Milei. En un mundo donde la desigualdad y la pobreza crecen alarmantemente, resulta indignante que un líder eclesiástico critique al Pontífice por defender a los más vulnerables.
El Evangelio es claro en su opción preferencial por los pobres. Jesús no se alineó con el poder ni justificó el sufrimiento de los desposeídos con argumentos de mérito o esfuerzo individual. La crítica de Aguer al Papa refleja una postura que, en lugar de seguir la enseñanza cristiana de la justicia y la solidaridad, parece alinearse con una ideología neoliberal despiadada que ve la pobreza como un problema de los pobres y no de una estructura injusta.
Conclusión: Una Iglesia que pierde su esencia y a sus fieles
El discurso de Aguer es un triste recordatorio de las fuerzas reaccionarias que aún existen dentro de la Iglesia. Su visión sobre la mujer es una distorsión interesada de la historia y la Escritura, y su crítica al Papa por su postura social revela una falta de empatía alarmante. La Iglesia del futuro no puede seguir prisionera de estas visiones retrógradas; debe reconocer y valorar el papel de las mujeres en igualdad de condiciones y reafirmar su compromiso con la justicia social. No hacerlo sería traicionar el mensaje de Cristo.
Pero hay algo aún más grave: con cada declaración como la de Aguer, la Iglesia pierde fieles, pierde a las mujeres que se niegan a ser relegadas a un segundo plano, pierde a quienes buscan una Iglesia comprometida con el amor al prójimo y no con la defensa de estructuras de poder obsoletas. Pierde a los que de verdad tienen un espíritu evangélico, a los que creen en una fe activa, solidaria y abierta. Si la Iglesia quiere seguir siendo un refugio espiritual y una guía moral, debe dejar atrás las posturas misóginas y elitistas que la alejan de su verdadera misión. De lo contrario, seguirá vaciándose, perdiendo su esencia y alejando a aquellos que realmente buscan a Dios en la verdad y la justicia.