Educar en libertad: cómo revitalizar las clases de religión para formar personas comprometidas

Educar en libertad: cómo revitalizar las clases de religión para formar personas comprometidas

En muchos centros educativos, la asignatura de religión se encuentra hoy en una encrucijada. Cambios en los horarios, el carácter no obligatorio de la materia y la percepción social de que se trata de un espacio prescindible han llevado a que, poco a poco, los alumnos abandonen las aulas cuando llega su turno. Esta situación genera inquietud entre los profesores, que temen por el futuro de su labor y por la pérdida de un espacio de formación en valores que, más allá de lo confesional, puede resultar esencial para la construcción de una sociedad libre y solidaria.

Sin embargo, este desafío puede convertirse también en una oportunidad. Las clases de religión, lejos de quedar reducidas a un marco de transmisión doctrinal, tienen la posibilidad de transformarse en espacios de diálogo, experiencia y compromiso social. Para ello, es necesario replantear su enfoque, la metodología y las actividades que se proponen. No se trata de abandonar los contenidos fundamentales, sino de hacerlos vivos, cercanos y atractivos, de tal modo que los alumnos descubran que este tiempo no es un trámite, sino una invitación a crecer como personas.

La religión como espacio de libertad

El primer paso para revitalizar la asignatura es desterrar el miedo al adoctrinamiento. Los estudiantes del siglo XXI valoran la libertad como un bien irrenunciable; cualquier intento de imponer creencias o visiones se percibe como un límite y genera rechazo. La enseñanza religiosa debe presentarse, entonces, como una oportunidad para pensar, para hacerse preguntas y para dialogar con las grandes tradiciones espirituales y culturales de la humanidad.

Profesores como Xabier Pikaza han mostrado que se puede explicar la religión sin imponerla, transmitiendo información con rigor, despertando la curiosidad y ofreciendo claves para interpretar la vida. De este modo, los alumnos no sienten que se les obliga a creer, sino que se les invita a reflexionar, a descubrir y a formarse un criterio propio.

Una pedagogía de la experiencia

Para atraer a los alumnos es necesario que las clases no se limiten a explicaciones magistrales o lecturas de textos. La pedagogía de la experiencia es clave. Los jóvenes aprenden y se entusiasman cuando se enfrentan a situaciones concretas, cuando ven que lo que estudian se traduce en realidades palpables.

Un ejemplo muy valioso es la colaboración con Cáritas y otras entidades sociales. Llevar a los alumnos a pasar una jornada en el ropero, acompañarles en la preparación de desayunos para personas sin hogar o hacerles partícipes en campañas de recogida de alimentos no solo les sensibiliza, sino que les introduce en el compromiso social. Descubren que la fe y los valores religiosos no son ideas abstractas, sino que tienen un impacto directo en la vida de los más vulnerables.

Estas actividades pueden complementarse con momentos de reflexión en el aula, donde los estudiantes compartan lo que han visto, lo que han sentido y lo que han aprendido. De este modo, el servicio se convierte en formación integral.

Propuestas concretas para unas clases más atractivas

  1. Debates abiertos: Plantear en el aula cuestiones actuales —la desigualdad, el cuidado de la naturaleza, la dignidad de las personas— y relacionarlas con el mensaje de las tradiciones religiosas. Lo importante no es dar “la respuesta correcta”, sino enseñar a pensar con profundidad.
  2. Cine y literatura: Las películas y los libros ofrecen narrativas cercanas que conectan fácilmente con los jóvenes. Analizar una escena que hable de perdón, justicia o esperanza puede resultar más enriquecedor que una explicación teórica.
  3. Música y arte: La música religiosa, la pintura o la arquitectura sacra son puertas de entrada al mundo espiritual y cultural. Una visita a una catedral, el análisis de una obra de arte o la escucha de una pieza musical pueden despertar en los alumnos un interés genuino.
  4. Proyectos de compromiso social: Además de las colaboraciones puntuales, se pueden organizar proyectos a largo plazo donde los alumnos se impliquen en una causa concreta, como el cuidado del medio ambiente, la ayuda a migrantes o el acompañamiento a personas mayores.
  5. Metodologías participativas: El uso de dinámicas de grupo, juegos de rol o dramatizaciones permite a los alumnos ponerse en la piel de otros, comprender realidades diversas y reflexionar desde la vivencia personal.
  6. Invitados y testimonios: Invitar a personas comprometidas en el ámbito social o religioso para que cuenten su experiencia puede resultar inspirador. Escuchar a alguien que dedica su vida a los demás es una lección más poderosa que cualquier manual.

Formar personas libres y comprometidas

La meta última de la asignatura no debería ser únicamente transmitir un conjunto de conocimientos, sino formar personas libres, responsables y comprometidas. En un mundo marcado por la indiferencia y el individualismo, los jóvenes necesitan espacios donde aprender a mirar más allá de sí mismos y a descubrir que el sentido de la vida se encuentra también en el servicio a los demás.

La religión, enseñada con respeto y apertura, puede convertirse en una escuela de humanidad. No se trata de imponer una fe, sino de abrir horizontes, de mostrar que el ser humano siempre ha buscado respuestas a las grandes preguntas y que esas respuestas han dado lugar a culturas, valores y compromisos que aún hoy siguen vigentes.

El papel del profesor de religión

Para llevar adelante esta transformación, el papel del profesor es fundamental. Más que un transmisor de contenidos, debe convertirse en facilitador, guía y acompañante. Su autoridad no se basa en imponer, sino en generar confianza y en mostrar coherencia entre lo que enseña y lo que vive.

Un profesor que sabe escuchar, que valora las dudas y que no teme a las preguntas difíciles, se gana el respeto de sus alumnos. Y desde ese respeto es posible proponer, invitar y motivar.

Conclusión: una asignatura con futuro

Las clases de religión no tienen por qué desaparecer ni convertirse en un reducto vacío. Si se reorientan hacia la libertad, la experiencia y el compromiso, pueden recuperar su sentido y su atractivo.

Los profesores no deben resignarse, sino asumir el reto con creatividad y convicción. El futuro de esta asignatura no depende tanto de decretos o horarios como de la capacidad de quienes la imparten para hacerla viva, significativa y liberadora.

Porque al final, lo que está en juego no es solo una materia escolar, sino la posibilidad de que los jóvenes descubran en ella un camino hacia la libertad interior, la solidaridad y el compromiso con los demás.

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