La imagen es elocuente: un grupo de peregrinos, jóvenes y adultos, caminan bajo el sol de Roma con el corazón en alto y la cruz al frente. Están allí no solo como testigos, sino como protagonistas del Evangelio, como mensajeros de una Iglesia viva, dispuestos a renovar su fe cruzando la Puerta Santa. Entre ellos, el obispo de Mondoñedo-Ferrol, acompañando a los jóvenes de su diócesis, pronunció unas palabras sencillas pero profundamente significativas:
“Nos encontramos todos los peregrinos que hemos venido de Mondoñedo-Ferrol pasando la Puerta Santa. Saludamos a toda la diócesis. Pedimos que estéis muy unidos a nosotros, orando por nosotros. Bienvenidos especialmente a los más jóvenes de nuestra Iglesia diocesana y a los jóvenes del mundo entero. Un saludo.”
Estas palabras son mucho más que un saludo protocolario. Son una invitación a vivir la fe con radicalidad, con esperanza y con compromiso social. Este Jubileo en Roma no es simplemente una experiencia religiosa más; es, ante todo, una recuperación de la esencia del cristianismo, que nos llama a ser, como dijo Jesús, «sal de la tierra y luz del mundo» (Mt 5,13-14).
El obispo no está solo: está rodeado de jóvenes. Jóvenes que han dejado su tierra para peregrinar, para encontrarse con otros de diferentes lenguas y culturas, pero unidos por una misma fe. Esto no es un turismo espiritual. Es una misión. Es una preparación para transformar el mundo desde los valores del Evangelio.
En sus palabras resuena la cercanía de un pastor que no se conforma con anunciar la fe desde el púlpito, sino que la vive al lado de sus jóvenes. Al atravesar la Puerta Santa juntos, se convierten simbólicamente en agentes de renovación, en heraldos de una nueva generación de cristianos que no se resigna a un mundo injusto.
Pero este Jubileo no se puede quedar solo en lo espiritual. Como nos recuerda la Doctrina Social de la Iglesia, la fe tiene implicaciones concretas en la vida pública. Este encuentro en Roma es un grito silencioso contra una sociedad que ha convertido la salud en un negocio, la educación en un privilegio, y la dignidad humana en una moneda de cambio.
El cristianismo no es evasión, es encarnación. No es individualismo, es comunidad. No es caridad de limosna, es justicia estructural. Los jóvenes que caminan en esta imagen, guiados por su obispo, representan una Iglesia que quiere entrar en la sociedad para transformarla desde dentro, no con violencia, sino con el testimonio, con la coherencia, con la fe hecha vida.
Cuando el obispo dice: “Saludamos a toda la diócesis. Pedimos que estéis muy unidos a nosotros, orando por nosotros”, está lanzando un llamado urgente. Porque esta peregrinación no se puede quedar en Roma. Tiene que volver a Galicia, tiene que contagiar a cada parroquia, a cada colegio, a cada familia. No se trata de una experiencia aislada, sino de un punto de partida.
La oración de los que han quedado en casa sostiene la misión de los que están en el camino. Y el retorno de estos peregrinos será como una lluvia fecunda sobre una tierra sedienta de sentido, de justicia y de amor.
En la foto, vemos a jóvenes sonrientes, algunos con camisetas sencillas, otros con cruces al cuello, otros leyendo folletos de oración. Todos distintos, pero todos caminando en la misma dirección. Es el rostro de una Iglesia joven, alegre, valiente.
No es una Iglesia encerrada en sí misma, sino una Iglesia en salida, como tanto insiste el Papa Francisco. Una Iglesia que mira el mundo no con juicio, sino con compasión, no con miedo, sino con esperanza. Una Iglesia que quiere recuperar la fuerza profética de los primeros cristianos, aquellos que en silencio y con amor, cambiaron un imperio sin levantar una espada.
Este Jubileo es también una interpelación para ti que lees estas líneas. Porque la misión de ser sal de la tierra no es solo para unos pocos, sino para todos los bautizados. ¿Qué haces tú con tu fe? ¿La escondes o la compartes? ¿La reduces a ritos, o la conviertes en vida?
El mundo necesita cristianos valientes, dispuestos a entrar en la sociedad para sanarla, no para condenarla. A trabajar por un sistema de salud que no discrimine, por una educación accesible y gratuita, por una política económica que ponga a la persona en el centro.
Este Jubileo no es el final de un camino, sino el comienzo de una nueva etapa. Roma es solo una etapa del viaje. El verdadero destino es el corazón de cada joven, de cada cristiano, que vuelva a casa con el deseo de convertirse en testigo, en servidor, en profeta.
La cruz que encabeza la peregrinación no es un adorno: es una señal de vida, de entrega, de esperanza. Y detrás de esa cruz, caminan los jóvenes de Mondoñedo-Ferrol con su obispo, testimoniando al mundo que otra Iglesia es posible, y que otro mundo también lo es, si caminamos juntos con fe, con alegría y con justicia.
Demos gracias a Dios por pastores como el obispo de Mondoñedo-Ferrol, que no se limitan a hablar de esperanza, sino que la siembran con sus pasos firmes, su fe profunda y su amor generoso por los jóvenes. Que el Espíritu Santo lo siga guiando y fortaleciendo en su hermosa misión de ser pastor con olor a oveja y alma de Evangelio.