Domingo Gómez Leiva y el sueño clerical: igualdad es ponerse mitra

Domingo Gómez Leiva y el sueño clerical: igualdad es ponerse mitra

Señor Gómez Leiva:

Dice usted que “soñar con una Iglesia sin casta clerical no contradice que las mujeres en este momento histórico reivindiquen los mismos derechos que los hombres”. Qué bien suena. Y qué profundamente falso resulta si uno observa la realidad concreta que usted pretende justificar. Porque lo que estamos viendo no es un acto de justicia eclesial, sino un reciclaje de poder: una lucha por replicar la misma casta clerical que usted dice querer abolir, solo que con otros nombres, otros rostros y la misma lógica de siempre.

Vamos por partes.

El sueño de una Iglesia sin “castas clericales” no es suyo ni nuevo. Lo formuló el Concilio Vaticano II con más hondura y seriedad que toda la teología de Facebook junta, cuando habló del sacerdocio común de los fieles, del Pueblo de Dios como sujeto activo, y de la Iglesia como comunión y misión, no como lucha de poderes ni estructuras paralelas. En ese sueño, la Iglesia no se divide en castas, sino en carismas complementarios, todos orientados a la santidad y al servicio, no al prestigio ni al espectáculo.

Ahora bien: si de verdad se soñara con una Iglesia sin castas clericales, no se organizarían ceremonias de “ordenación episcopal” en secreto, como hará Christina Moreira este 24 de junio cerca de Compostela. Porque nada representa mejor una casta clerical que autoerigirse en “obispa”, inventarse una sucesión apostólica en un barco, y proclamar la validez sacramental de un acto sin comunión con la Iglesia. Y no me venga con lo de “los mismos derechos que los hombres”, porque los hombres que hacen eso también quedan excomulgados. Aquí no hay privilegios masculinos: hay ruptura eclesial.

¿De verdad cree usted que la respuesta al clericalismo masculino es fundar un neoclericalismo femenino? ¿Cree que reproducir la misma lógica de mitra, báculo y autoridad sacramental es luchar contra el poder vertical? Porque si eso es “reivindicación”, entonces es la reivindicación de un modelo que usted mismo dice rechazar. En nombre de la libertad, piden lo mismo que critican: títulos, jerarquía, distinción. Nada más viejo que eso.

Y luego está el caso concreto de Christina Moreira y su marido, el sacerdote Victorino Pérez Prieto. Christina se autoordena “obispa” en un grupo cismático. Victorino, mientras tanto, sigue ejerciendo públicamente como sacerdote en activo dentro de la diócesis de Santiago de Compostela, concretamente en la comunidad Home Novo. Y no es un dato privado: están casados civilmente y su relación es pública y conocida.

Explíqueme usted cómo encaja todo eso en su “sueño de Iglesia sin casta clerical”. Porque lo que tenemos es esto:

  1. Una mujer que se atribuye poderes episcopales sin mandato de la Iglesia.
  2. Un sacerdote que sigue ejerciendo el ministerio mientras convive maritalmente con ella.
  3. Ambos presentados como “profetas de la renovación”, cuando lo que representan es un modelo absolutamente clerical, cerrado, autoreferencial y escandalosamente incoherente.

Usted sueña con una comunidad de iguales, sin intermediarios con la divinidad. Pero ellos se autoproclaman precisamente eso: mediadores, ministros, sujetos sacramentales exclusivos. Su liturgia no incluye al Pueblo de Dios; su comunidad no es católica ni eclesial; su única autoridad proviene de sí mismos. Son el modelo exacto de esa “casta” que usted quiere abolir, solo que decorada con lenguaje progresista.

Y ojo: nadie niega que haya habido siglos de exclusión. Nadie niega que existan actitudes clericales que la Iglesia debe purificar. Pero la solución nunca será replicar el clericalismo, sino vivir radicalmente la vocación bautismal, la misión laical, el servicio evangélico. Lo que ustedes hacen no es reforma: es teatro, es copia, es confusión.

Por cierto, ¿de verdad cree que en este “momento histórico” la Iglesia necesita más mitras? ¿Más cargos? ¿Más signos vacíos de autoridad? ¿O necesita más testigos fieles, más vida entregada, más coherencia con el Evangelio?

Cristo no instituyó una Iglesia de títulos, sino de servicio. No fundó un club de derechos, sino una comunidad de discípulos. No prometió poder, sino cruz.

Y sí: la igualdad cristiana es real, radical y no depende de si uno es obispo o laico. Por eso la santidad no es privilegio clerical, ni masculino, ni jerárquico. Y por eso, los grandes reformadores de la Iglesia no se inventaron obispados paralelos: reformaron desde dentro, con obediencia, con verdad y con fe.

Así que no, señor Gómez Leiva. Ordenarse obispa en una pseudoiglesia no es soñar con una comunidad de iguales. Es replicar, con peor teología y más ego, el modelo que ustedes dicen detestar. No es igualdad, es clericalismo reciclado. Y no es profecía, es impostura.

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