«Del Amor al Desprecio en Tres Catecismos: El Arte de No Pedir Perdón Según Reig Pla»

«Del Amor al Desprecio en Tres Catecismos: El Arte de No Pedir Perdón Según Reig Pla»

Mons. Juan Antonio Reig Pla, obispo emérito de Alcalá, ha decidido «aclarar» sus recientes palabras sobre las personas con discapacidad. Lo ha hecho a su estilo habitual: sin pedir perdón, sin retractarse y sin entender nada. En su nuevo comunicado no hay rectificación, solo una maniobra de escapismo doctrinal, sazonada con citas del Catecismo y envuelta en el celofán rancio del “si alguien se ha sentido ofendido, no era mi intención”.

Una cosa ha quedado clara: Reig Pla no da un paso atrás ni aunque lo atropelle la dignidad ajena.

Veamos: ante la oleada de rechazo por afirmar que la discapacidad es “herencia del pecado y del desorden de la naturaleza”, su respuesta no ha sido el silencio humilde, ni la revisión crítica, ni mucho menos la disculpa cristiana. Ha sido refugiarse en el Catecismo como quien esgrime una espada para no rendirse en el campo del sentido común.

Qué curioso: cuando se trataba de hacer teología a martillazos en el púlpito, Reig Pla no citó ningún texto magisterial. Habló claro, como suele: los niños con discapacidad están tocados por el pecado original, como si fueran la prueba viviente de la caída de Adán. Pero cuando la sociedad responde con indignación —¡y con razón!—, ahí sí, el catecismo se convierte en trinchera.

Los textos citados son, además, deliberadamente seleccionados para encajar su discurso ofensivo dentro de una ortodoxia mal entendida. Como si decir que el sufrimiento forma parte de la condición humana fuese lo mismo que atribuir discapacidades concretas a un fallo moral o espiritual heredado. Esa confusión entre el misterio del mal y la causa de las condiciones humanas concretas no es doctrina, es mala teología y peor pastoral.

Pero lo más ofensivo es el tono: Reig Pla no se disculpa, se defiende. No pide perdón, se blinda. Habla del “amor de Dios por todos” como si con eso pudiera tapar el daño causado. Porque claro, si uno lo dice “con amor”, ya no importa que acuse a los niños con discapacidad de ser signos del desorden. ¿Qué clase de amor es ese que etiqueta, señala y después extiende una oración como pañuelo mojado?

La guinda del pastel es esa frase con olor a pulso medieval: “Asegura sus oraciones también por quienes tienen por enemigo al depósito de la fe”. Ahí está el auténtico mensaje. No es una aclaración, es un reproche velado a todos los que osan criticarlo. Porque para él, si no comulgas con sus formas (no con la fe, sino con su interpretación particular y beligerante), eres poco menos que un hereje moderno.

Y luego, como si con una llamada telefónica se pudiera borrar la afrenta, nos cuenta que ha hablado con la gerente de Plena Inclusión Castilla y León, que agradeció sus explicaciones. ¡Qué alivio! ¡Todo arreglado! ¿Desde cuándo una llamada telefónica sustituye una retractación pública? ¿Acaso el sermón fue a puerta cerrada y en familia? No, se proclamó en una basílica, grabado, amplificado y difundido. Por tanto, la disculpa, si existiera, también debería haber sido pública, rotunda, y sin ambigüedades.

Pero no. Reig Pla prefiere deslizar su mensaje: “No era mi intención”. Esa frase que usan desde los políticos pillados mintiendo hasta los niños sorprendidos con las manos en el tarro de galletas. Lo dice como si las palabras no tuvieran consecuencias. Como si el problema fuera cómo lo recibió la gente, y no lo que él dijo.

Lo grave es que este comunicado no pretende aclarar nada. Pretende reafirmar. Pretende reubicar sus palabras en el marco del dogma para que parezcan menos brutales, menos inhumanas, menos absurdas. Pero ya es tarde. El daño está hecho, y lo que ha quedado patente es una teología sin compasión, una fe sin carne, un púlpito sin conciencia.

Mons. Reig Pla debería haber aprovechado esta oportunidad para mostrar grandeza. Pero ha optado por el camino de siempre: la soberbia vestida de magisterio.

En un mundo donde la discapacidad se entiende desde la ciencia, los derechos humanos y la ética del cuidado, seguir hablando de “miseria humana como signo de la caída” es no solo un anacronismo, sino una falta de caridad intelectual y pastoral.

Porque no hay cita del Catecismo que excuse la crueldad.

Y no hay oración que redima al que no sabe pedir perdón.

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