En el artículo publicado por Néstor Martínez en Infocatólica, se articula una crítica que rebosa no sólo de errores de interpretación y parcialidad, sino también de una actitud profundamente ajena al espíritu evangélico. Bajo un barniz de “defensa de la ortodoxia”, el texto exhibe más bien una nostalgia estéril por una Iglesia cerrada, autorreferencial y desconectada de los desafíos del mundo real. A continuación, refutamos los principales señalamientos de Martínez desde una visión católica progresista, evangélica y profundamente comprometida con la misión transformadora del Evangelio.
1. La ambigüedad como pecado: una lectura ideológica
Martínez acusa a Francisco de “ambigüedad”, como si la claridad doctrinal se midiera en declaraciones inflexibles, y no en la capacidad de guiar con misericordia a un pueblo diverso y herido. El Papa Francisco no ha relativizado la doctrina, sino que ha optado por un enfoque pastoral, profundamente enraizado en la tradición ignaciana, donde el discernimiento ocupa un lugar central. Su preocupación no es marcar límites rígidos, sino abrir caminos de encuentro con Dios para quienes están en las periferias, tanto geográficas como existenciales. Eso no es ambigüedad; es fidelidad creativa al Evangelio.
2. La moral sexual: fidelidad al espíritu, no a la letra
El texto señala con alarma la apertura de Francisco hacia personas divorciadas vueltas a casar o a las parejas homosexuales. Lo que el autor no comprende —o decide no aceptar— es que el Papa no ha cambiado la doctrina, sino que ha recordado a la Iglesia que cada situación humana es única, y que el amor de Dios no se niega por haber vivido fracasos. La Amoris Laetitia no abre la puerta al relativismo, sino a una aplicación concreta de la doctrina que, lejos de ser letra muerta, es Palabra encarnada. El cristianismo no es un código legal, sino una relación viva con un Dios que vino a salvar, no a condenar.
3. Cambio climático e inmigración: el Evangelio en acción
Martínez acusa a Francisco de “alinearse con el poder internacional” por su postura sobre el cambio climático y la inmigración. Resulta preocupante que se pueda ver como sospechosa la opción por la Casa Común, tal como se expresa en Laudato Si’, una de las encíclicas más proféticas del siglo XXI. ¿No es acaso un mandato evangélico cuidar de la creación? ¿No es también una exigencia cristiana abrir las puertas al forastero, como enseña Mateo 25?
Apoyar políticas ecológicas y una migración más humana no es caer en una conspiración mundial, sino escuchar el grito de los pobres y de la Tierra, un clamor que —paradójicamente— tantos sectores “tradicionalistas” eligen ignorar.
4. COVID-19: una respuesta pastoral, no una rendición
Durante la pandemia, el Papa Francisco acompañó al mundo con gestos de cercanía y responsabilidad. Su llamado a la vacunación no fue una entrega al poder, sino una aplicación del mandamiento del amor al prójimo, especialmente al más vulnerable. ¿Qué clase de cristianismo es aquel que se opone a salvar vidas por teorías conspirativas? Jesús sanaba, no promovía desconfianza contra los médicos. Francisco hizo lo mismo.
5. Tradicionalismo vs. Tradición viva
Martínez habla de “heterodoxos progresistas” y de una “apertura anticatólica”, como si sólo los sectores más conservadores fueran guardianes legítimos de la fe. Pero la Iglesia es mucho más amplia. Francisco ha recordado constantemente que “la realidad es superior a la idea” (Evangelii Gaudium), lo cual es profundamente ignaciano y profundamente cristiano. La verdadera tradición no es la repetición estática del pasado, sino el dinamismo del Espíritu que renueva todas las cosas. Quienes hoy se llaman “tradicionalistas” muchas veces no defienden la Tradición con mayúscula, sino sus propias seguridades doctrinales.
6. Sinodalidad: democratización o discipulado compartido
Criticar la sinodalidad como “democratización imposible” es ignorar el corazón de este proceso: escuchar. No se trata de hacer votaciones populares sobre la doctrina, sino de escuchar al Pueblo de Dios, donde también habla el Espíritu. La Iglesia no es una pirámide invertida, sino un pueblo en camino. El Sínodo no es un invento moderno, sino una recuperación del modo en que la Iglesia primitiva discernía la voluntad de Dios.
7. ¿Uno de los peores pontificados? Al contrario
Decir que el pontificado de Francisco es uno de los peores de la historia es no solo una ofensa gratuita, sino una afirmación carente de rigor histórico y teológico. ¿Qué hay de su esfuerzo por reformar la Curia, transparentar las finanzas, combatir los abusos, revitalizar la misión evangelizadora, tender puentes con otras religiones y fomentar una Iglesia en salida? Su pontificado no será recordado por la “confusión”, sino por haber intentado que la Iglesia vuelva a parecerse al Jesús del Evangelio: compasivo, libre, pobre y cercano.
8. El peligro real: la cerrazón del corazón
Lo que verdaderamente pone en peligro la comunión eclesial no es la apertura de Francisco, sino la cerrazón de aquellos que —como los fariseos del tiempo de Jesús— prefieren los ritos a la misericordia, la norma al prójimo, el juicio al perdón. Francisco no divide: interpela. Y eso molesta. Pero los profetas siempre han incomodado.
En conclusión, lo que necesita la Iglesia hoy no es volver a un pasado idealizado, sino abrirse con valentía al futuro, guiada por el Espíritu y fiel al Evangelio. El Papa Francisco ha sido un pastor con olor a oveja, no un príncipe revestido de dogmas. Y eso, precisamente, es lo que el mundo y la Iglesia necesitaban.