El escándalo de un Papa demasiado cristiano

El escándalo de un Papa demasiado cristiano

Hace unos días, el Papa Francisco cometió uno de sus actos más subversivos hasta la fecha: entró a la Basílica de San Pedro en silla de ruedas, cubierto con un poncho sencillo, sin anillo, sin solideo, sin pectoral. Es decir, completamente despojado de los ornamentos y símbolos de poder que tantos aplauden y veneran. No bendijo desde lo alto, no alardeó autoridad, no se presentó como monarca… ¡Qué insolencia! ¿Cómo se atreve a parecerse tanto a Jesucristo?

“Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres” (Filipenses 2,6-7).

Pero claro, esta escena tiene su precio. Porque si hay algo que irrita más que un pecador es un cristiano que toma en serio el Evangelio. La figura de este Papa —sin adornos, sin la parafernalia que tanto conforta— es, para muchos, una ofensa litúrgica, estética y sobre todo teológica. Porque les recuerda que la autoridad en el Reino de Dios no se manifiesta en tronos ni en títulos, sino en servicio y en cruz. Y eso, admitámoslo, incomoda. Mucho.

En un mundo religioso donde aún se discute si la casulla debe tener más brocado, si el incienso fue suficientemente denso, o si el cáliz era de plata o de oro, Francisco aparece… sin anillo. Sin pectoral. En silla de ruedas. Y no por show, sino por enfermedad. Por vejez. Por humanidad.

“El que quiera ser el primero entre ustedes, que sea el servidor de todos” (Marcos 10,44).

El escándalo está servido. Pero no por su discapacidad, sino por su fidelidad. Porque este gesto de kenosis (vaciamiento) hiere donde más duele: en la fantasía de un cristianismo poderoso, triunfalista, vestido de gala para no tener que recordar que seguimos a un crucificado.

Jesús entró en Jerusalén montado en un burro. Lo aclamaron con palmas, sí, pero no venía como conquistador. Venía a morir.

“Digan a la hija de Sión: Mira, tu rey viene a ti, humilde, montado en un asno” (Mateo 21,5).

El Papa, por su parte, no llegó montado en un corcel blanco ni saludando desde un balcón. Llegó rodando, literalmente, sin escudos ni estandartes, con el cuerpo que ya no le da para caminar, pero con el alma que aún da testimonio. Y eso, en estos tiempos tan necesitados de espectáculo y de poderío clerical, es poco menos que una herejía práctica.

Ante este testimonio silencioso, ya se oyen las voces rasgándose las vestiduras:
—¡Esto no es digno del Papado!
—¡Esto confunde a los fieles!
—¡Esto socava la majestad de la Iglesia!

¿Les suena?
“No podemos soportar este discurso. ¡Apedreémoslo!”

“Entonces todos se lanzaron sobre Esteban, lo sacaron fuera de la ciudad y lo apedrearon… Mientras lo apedreaban, Esteban decía: ‘Señor, no les tomes en cuenta este pecado’” (Hechos 7,58-60).

Así quieren ahora apedrear simbólicamente a Francisco. Y si pudieran, también a los obispos que se atreven a seguir su ejemplo. No porque haya traicionado el Evangelio, sino porque lo está encarnando en serio. Porque recuerda, sin hablar, que seguir a Cristo no es gobernar desde lo alto, sino cargar con las heridas del pueblo desde abajo.

La paradoja es brutal: se espera de un Papa que sea vicario de Cristo, pero se le exige que lo sea sólo en la gloria, no en la cruz. Se le permite parecerse al Pantocrátor del ábside, pero no al Siervo doliente de Isaías. Se le celebra si pontifica desde la cátedra, pero no si predica con el testimonio silencioso de su fragilidad.

“El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20,28).

Y mientras tanto, Francisco nos predica sin palabras. Nos recuerda que ser cristiano es molesto, incómodo, contracultural. Que la dignidad no está en las telas ni en los metales, sino en el corazón entregado. Que la autoridad evangélica no se impone, se ofrece. Y que el seguimiento de Cristo pasa por la renuncia, por la pequeñez, por el amor que no brilla pero salva.

Si esta imagen te escandaliza, no es el Papa el problema. El problema es tu Evangelio mutilado, domesticado, convertido en gala sin cruz. Si esta imagen te revuelve, enhorabuena: algo en ti todavía reacciona ante la Verdad.

Y si algún día ves a este Papa —o a uno de los obispos que le siguen— ser insultado, rechazado, incluso perseguido… no te asustes. Está en buena compañía.

“Dichosos ustedes cuando los insulten, los persigan y digan toda clase de mal contra ustedes por causa mía. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en el cielo” (Mateo 5,11-12).

Un comentario en «El escándalo de un Papa demasiado cristiano»

  1. Cuánta verdad!! Verdad que hiere a los poderosos y sabios a su conveniencia!!
    Francisco desde el minuto uno de su pasado se abajó, visitando a las personas privadas de libertad, lavándoles y besándole los pies… No asustándose de la realidad social en la que estamos inmersos, fanzines a todos el lugar que corresponde. Nadie es más que nadie.

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