“Fernando García Cadiñanos: el pastor que camina sin chofer y escucha sin prisas”

“Fernando García Cadiñanos: el pastor que camina sin chofer y escucha sin prisas”

No hay báculo ni mitra en esta escena. Solo una cocina modesta, una vecina mayor que sirve café y un obispo que escucha, conversa y acompaña. Fernando García Cadiñanos vuelve a demostrar que la Iglesia debe estar donde está la gente: cerca, sin protocolos ni barreras. Un pastor con olor a oveja que incomoda a algunos, pero que muchos consideran lo mejor que le ha pasado a Mondoñedo-Ferrol en décadas.

La fotografía habla por sí sola. No hay actos solemnes ni altares dorados. Solo una mesa de cocina, una señora mayor, una conversación sencilla y el obispo de Mondoñedo-Ferrol sentado como uno más de la casa. Fernando García Cadiñanos no hace visitas para la galería; camina junto a la gente, con la gente.

La visita a la cocina de aquella vecina no fue simplemente pastoral; fue profundamente evangélica. Porque en ese gesto se cruzan muchas palabras de Jesús:

  • “Tuve hambre y me disteis de comer; estuve solo y me visitasteis.” (Mateo 25,35-36)
  • “El que se humilla será enaltecido.” (Lucas 14,11)
  • “El que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.” (Marcos 9,35)

Fernando García Cadiñanos no necesita decir estos versículos. Los vive. Los encarna. Su manera de ser obispo no es la de un príncipe de la Iglesia, sino la de un hermano mayor que guía con ternura. Y eso, hoy, no es poca cosa.

Como todo lo que es auténtico, también provoca resistencia. No faltan quienes se sienten incómodos con su manera de estar cerca. Tal vez porque es más fácil respetar a un obispo distante, que abrazar a uno que toca la realidad. Porque lo cercano interpela. Porque su estilo rompe esquemas y desinstala seguridades.

Pero eso es precisamente lo que hizo Jesús: cuestionar a los que vivían encerrados en normas sin alma, y acercarse a los que tenían el corazón abierto. “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mateo 9,13). Y Fernando lo entiende. No pretende agradar a todos. Solo busca ser fiel al Evangelio.

Desde su llegada a esta diócesis, ha dejado claro que su estilo pastoral es distinto. No usa chófer, no se rodea de protocolos ni intermediarios. Va donde se le necesita, donde hace falta una palabra, una escucha, una presencia. Es un obispo de manos limpias, pero zapatos gastados. De mirada atenta y pasos humildes.

“Desde que llegó, ha cambiado la forma de hacer Iglesia”, dicen muchos feligreses que se emocionan al verlo aparecer por sus pueblos, muchos de ellos olvidados durante años. Entra en los hogares, comparte la mesa, habla con naturalidad. No predica desde arriba, sino desde el mismo nivel. Desde la humanidad.

Hay quienes se incomodan, claro. Porque la cercanía cuestiona. Porque no todos están preparados para un obispo que prefiere un banco de piedra a una silla dorada. Pero ese es el precio de la coherencia evangélica. Cuando el Papa Francisco habló de un “obispo con olor a oveja”, seguramente pensaba en alguien como García Cadiñanos.

Mondoñedo-Ferrol, tierra de tradición y memoria, ha encontrado en él una esperanza nueva. Un hombre que no busca aplausos, sino hacer el bien. Que no necesita que lo anuncien, porque llega sin ruido. Que, para muchos, es lo mejor que le ha pasado a esta diócesis en años, aunque algunos aún no quieran verlo.

La Iglesia del siglo XXI no se juega solo en los despachos ni en las ceremonias. Se juega también —y sobre todo— en las cocinas, en los pasillos de los hospitales, en las fincas, en las conversaciones sin reloj. Y ahí, Fernando García Cadiñanos está siendo testigo y guía.

Cuando el Papa Francisco pidió pastores con «olor a oveja», hablaba de hombres como él. Pero podríamos decir algo más: Fernando huele también a cocina, a pan recién hecho, a café de media tarde. A lo cotidiano. A lo humano. A lo sencillo y verdadero.

En ese encuentro con la vecina, no solo se cruzaron palabras. Se cruzaron miradas. Se tejió una red invisible de fe compartida. Él no llegó con una lección preparada, sino con la disposición de dejarse enseñar. De dejarse tocar por la vida del otro. Y eso es profundamente cristiano.

Mondoñedo-Ferrol es una tierra antigua, con raíces profundas. Y quizás por eso, necesitaba una figura como la tuya: un pastor que honre la tradición, pero que camine hacia el futuro. Alguien que no se conforme con repetir, sino que inspire. Que no se esconda en los despachos, sino que abrace las realidades.

Muchos lo dicen sin miedo: eres lo mejor que ha pasado por esta diócesis en mucho tiempo.
Aunque algunos no lo quieran ver.
Aunque otros prefieran callarlo.

La verdad, como la luz, siempre termina saliendo.
Y tú, obispo de cocina y de caminos, eres luz para muchos.
Una luz sencilla, como una bombilla de cocina encendida al atardecer. Pero que calienta, ilumina y acompaña.

Hoy queremos decirlo con todas las letras: gracias, Fernando.

Gracias por caminar sin chófer.
Gracias por no tener miedo a ensuciarte los zapatos.
Gracias por sentarte sin prisa.
Gracias por visitar sin esperar reconocimiento.
Gracias por ser testigo de una Iglesia viva, abierta, evangélica.

Tú haces lo que Jesús haría:
Entrar en las casas.
Escuchar sin interrumpir.
Bendecir sin imponer.
Sonreír sin miedo.
“Conocerán que sois mis discípulos si os amáis los unos a los otros” (Juan 13,35).
Y tú amas. Sin ruido. Sin teatro. Solo amas.

Un comentario en «“Fernando García Cadiñanos: el pastor que camina sin chofer y escucha sin prisas”»

  1. Por estos hombres de fe y del seguimiento de Jesús, nosotros los que creemos y apostamos por el Evangelio no podemos perder la esperanza de que otro mundo mejor es posible.

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