Desclericalizar para incluir: el llamado de Francisco a una Iglesia más abierta al liderazgo femenino

Desclericalizar para incluir: el llamado de Francisco a una Iglesia más abierta al liderazgo femenino

En un tiempo de transformación profunda dentro de la Iglesia católica, el papa Francisco ha planteado con claridad una de las reformas más urgentes y sensibles: la desclericalización. Lejos de enfocarse en la simple inclusión formal de las mujeres en estructuras clericales, el pontífice propone algo más radical y evangélico: erradicar el clericalismo como una “perversión del ministerio” y construir una Iglesia verdaderamente sinodal, donde el papel de las mujeres sea plenamente reconocido y valorado.

La propuesta de Francisco no es una respuesta reactiva a presiones externas, sino una convicción teológica y pastoral nacida de la fidelidad a la Revelación. El Espíritu, insiste el Papa, habla también a través de las mujeres, como parte vital y profética del Pueblo de Dios. Por eso, abrir espacios para su participación efectiva en todos los niveles eclesiales no es una concesión, sino una exigencia del mismo Evangelio.

Desclericalizar para transformar

“Hay que quitar el clericalismo”, repite Francisco con insistencia. En su visión, el verdadero obstáculo para la participación femenina no es una supuesta falta de vocación o capacidad, sino la estructura rígida y vertical del poder eclesial, dominada por una visión distorsionada del ministerio ordenado. El clericalismo ha generado una cultura de privilegio, exclusión y autorreferencialidad que impide la escucha, el discernimiento comunitario y la corresponsabilidad.

Al desclericalizar, la Iglesia no solo da un paso hacia la igualdad, sino que también se purifica y se reforma desde sus raíces. Esto implica reconocer que la autoridad en la Iglesia no proviene del poder, sino del servicio, y que todos los bautizados, hombres y mujeres, comparten por igual la dignidad y la misión eclesial.

Liderazgo femenino más allá de la ordenación

Aunque Francisco no promueve la ordenación sacerdotal de mujeres, su llamado no se queda en el inmovilismo. Al contrario, insiste en abrir caminos serios de reflexión, participación y liderazgo femenino en todos los ámbitos de la vida eclesial. Uno de los más significativos es la formación de los futuros sacerdotes, un espacio hasta ahora vedado a las mujeres, pero que el Papa considera crucial para cambiar mentalidades y estructuras desde la raíz.

También defiende su participación en los procesos de discernimiento, en la toma de decisiones y en el ejercicio de responsabilidades de gobierno. De hecho, ya ha nombrado mujeres en cargos clave dentro del Vaticano, y ha impulsado reformas que permiten su presencia con derecho a voto en instancias sinodales. Todo esto configura una nueva lógica eclesial, donde la autoridad se comparte y se ejerce de manera más horizontal.

El Sínodo de la sinodalidad: una oportunidad histórica

El documento final del Sínodo de la sinodalidad, celebrado en octubre de 2024, marca un hito en este proceso. Francisco decidió no emitir una exhortación apostólica porque considera que el texto sinodal es ya “inmediatamente operativo”. En él se afirma con claridad que “no hay razones que impidan a las mujeres asumir roles de liderazgo en la Iglesia”, y se mantiene abierto el discernimiento sobre su acceso al ministerio diaconal.

Este último punto es una de las grandes cuestiones pendientes. Aunque el Papa ha creado comisiones para estudiar el diaconado femenino desde una perspectiva histórica y teológica, el tema sigue en proceso de reflexión. Sin embargo, el simple hecho de que se aborde con seriedad, y no como un tabú, ya es un avance notable.

Más allá del resultado concreto, lo fundamental es el cambio de método: la sinodalidad como camino, donde se escucha al Pueblo de Dios, se dialoga con libertad y se busca el consenso en el Espíritu. En este contexto, la voz de las mujeres no es un añadido, sino un componente esencial del discernimiento eclesial.

Escuchar al Espíritu que habla en femenino

En esta etapa sinodal, Francisco recuerda que el Espíritu Santo no está limitado por estructuras humanas. Su llamada a “escuchar con mayor profundidad al Espíritu que habla también a través de las mujeres” es un acto de apertura a la novedad de Dios, que siempre sorprende, desinstala y renueva. Muchas mujeres ya están liderando comunidades, acompañando procesos pastorales, enseñando teología, sosteniendo redes de solidaridad y profetizando con sus vidas.

El desafío ahora es institucionalizar esa presencia, sin clericalizarla, es decir, sin encerrarla en esquemas de poder o de imitación masculina. Se trata de reconocer y potenciar los dones específicos que las mujeres aportan a la vida eclesial, desde su sensibilidad, su mirada integradora, su capacidad de cuidado, su intuición espiritual y su fuerza profética.

Un horizonte abierto

La propuesta de Francisco es tan profunda como desafiante. No se trata solo de una reforma estructural, sino de una conversión espiritual y cultural. La Iglesia del futuro será más femenina o no será sinodal. No porque se feminice en el sentido superficial, sino porque recupere la dimensión maternal, compasiva y servicial que muchas veces se ha visto opacada por el peso de la institucionalidad.

En este camino, el Papa no ofrece soluciones mágicas ni recetas cerradas. Ofrece algo más evangélico: una invitación a caminar juntos, a dejarse guiar por el Espíritu y a construir una Iglesia donde mujeres y hombres, desde su igualdad bautismal, puedan discernir, decidir y liderar al servicio del Reino.

En esta perspectiva, resulta especialmente sugerente la aportación de algunos teólogos que invitan a superar las dicotomías rígidas entre lo ministerial y lo comunitario, lo masculino y lo femenino, lo jerárquico y lo profético. La verdadera reforma no vendrá simplemente de abrir espacios a las mujeres dentro de estructuras ya dadas, sino de reimaginar la Iglesia desde su raíz evangélica, como comunidad de iguales al servicio del Reino. Se trata de recuperar la frescura del movimiento de Jesús, donde las mujeres fueron discípulas, testigos y anunciadoras del Evangelio con una libertad y autoridad que aún hoy nos interpela. Esta es, quizás, la revolución más honda: no solo incluir a las mujeres, sino dejar que su presencia transforme la forma misma de ser Iglesia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *