Esta mañana, la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores volvió a abrir sus puertas. Renovada, hermosa, restaurada con mimo y detalle. Volvieron las miradas al altar, se cruzaron palabras solemnes, se encendieron luces y esperanzas. El templo, por fin, está en pie.
Y sin embargo, faltaba algo.
Entre los saludos, las cámaras, los pasos que cruzaban de nuevo el umbral sagrado, había una ausencia que se notaba más que muchas presencias: no estaba Xosé Francisco Delgado Lorenzo.
El párroco que durante años cuidó esta iglesia, que la acompañó en su deterioro, que no se fue cuando se agrietaban los muros, no estuvo esta mañana en su reapertura.
Y eso —solo eso— ya duele.
No sabemos si alguien dijo su nombre, si lo mencionaron entre líneas, si su labor fue evocada brevemente. Tal vez sí. O tal vez no. Pero no estaba. No caminó por esa nave que tanto defendió. No se sentó entre quienes celebraban lo logrado. No compartió con su pueblo el momento que tanto había esperado.
Y eso basta para que esta mañana, pese a su belleza, se sienta incompleta.
Porque hay ausencias que pesan más que mil palabras.
Porque no se puede restaurar solo con piedra y presupuesto.
Porque también hay que cuidar la memoria viva, la de los que estuvieron antes, la de los que mantuvieron la llama cuando apenas quedaba luz.
Hoy se echó en falta esa presencia callada, la de quien nunca buscó focos ni reconocimientos, pero cuya entrega fue total. Se echó en falta su mirada emocionada, su paso pausado, su sonrisa serena al ver que, al fin, lo imposible había ocurrido.
No pedía nada. Ni homenajes, ni tribunas. Solo estar.
Y esta mañana no estaba.
Quienes le conocen, quienes compartieron con él oraciones, esfuerzos, días de sol y noches de desánimo, lo notaron. Algunos lo pensaron en silencio. Otros lo comentaron por lo bajo. Pero todos lo sintieron: su ausencia dolía.
Porque fue él quien cuidó de los mayores como un hijo.
Fue él quien hablaba con los niños como un hermano.
Fue él quien acompañó a tantas familias como un padre.
Y fue él quien creyó en esta iglesia cuando otros ya no.
Esta mañana, el templo se abrió y volvió a la vida. Y fue hermoso.
Pero una parte del alma no llegó a cruzar la puerta.
Y tenía nombre: Xosé.
No sabemos si esta tarde estará. No sabemos si alguien reparará en lo que falta. Pero esta mañana ya pasó. Y con ella, el hueco de una silla que nadie llenó.
A veces, lo más importante no es lo que se dice.
Sino lo que no se ve.
Y hoy, no verle, lo dijo todo.