Cuando el incienso sirve para ocultar la memoria
Desde los micrófonos de Radio María, ese santuario donde la historia se reescribe entre cánticos piadosos y exaltaciones sin matices, el obispo José Ignacio Munilla ha vuelto a ejercer de propagandista de la nostalgia. Esta vez, para erigir como “testimonio moral” a Santiago Cantera, el prior del Valle de los Caídos que, tras años resistiéndose a cualquier gesto de reconciliación histórica, ha dado “un paso al lado” para facilitar una solución negociada sobre el futuro del enclave.
Lo que en cualquier otro país podría entenderse como una rendición tardía y mínima, Munilla lo presenta como una gesta espiritual: “maravilloso, potente y luminoso por la gracia de Dios”. Para el obispo, Cantera “nos ha dado la lección moral que necesitábamos”, porque ha elegido ceder “para que el monasterio permanezca”. Es decir, la verdadera preocupación aquí no es la justicia histórica, ni las víctimas del franquismo, ni la dignidad democrática: es que los muros, las rutinas monásticas y la sacralidad del símbolo no se vean alterados.
Pero el problema no es solo la exageración ridícula del gesto. El verdadero escándalo es quién es Santiago Cantera y qué representa. Cantera, antes de ser prior, fue candidato en una lista de Falange Española en 1993. Más recientemente, ha defendido públicamente que los presos que construyeron el Valle de los Caídos estaban “bien tratados”, negando el carácter represivo, esclavista y profundamente inhumano del trabajo forzado que miles de republicanos padecieron para erigir el mausoleo del dictador.
Decir que los presos estaban bien tratados es una infamia histórica. Es ignorar los testimonios, los archivos, los documentos, y las secuelas físicas y psicológicas de quienes sobrevivieron. Es negar el carácter punitivo, ideológico y de castigo ejemplar que tuvo el Valle como obra del régimen. Es una forma de blanquear el franquismo desde una institución que aún no ha hecho su propio ajuste de cuentas con ese pasado.
Y sin embargo, este es el hombre que Munilla canoniza desde las ondas de Radio María. Un canal que, bajo la apariencia de devoción y catequesis, se ha convertido en el altavoz predilecto de un catolicismo revanchista, atrincherado en la cultura del agravio, incapaz de aceptar que la verdad histórica no se negocia con incienso.
El obispo remata su intervención condenando las “pintadas” y los “insultos” contra autoridades eclesiales, como si eso fuese el mayor atentado contra la sacralidad. No menciona los desaparecidos. No menciona las fosas comunes. No menciona que el Valle fue un lugar de humillación para las familias republicanas durante décadas. Se escandaliza por el espray, pero no por la historia.
Y mientras pide que “la cruz salvadora del Señor” reine en la sociedad, calla sobre el hecho de que esa cruz, en el Valle de los Caídos, fue durante mucho tiempo instrumento de dominio y sometimiento, no de redención.
Munilla no hace teología, hace ideología. Con lenguaje de oración, construye mitos que glorifican la rendición simbólica de un defensor del franquismo como si fuera el último cruzado. La fe se convierte así en coartada para la amnesia. Y la Iglesia, una vez más, elige el lado equivocado de la historia.