Y en la mesa no del altar, sino del salón,
el ex invitó al amigo con buena intención.
Quizás pensó que un cura traía bendición,
no un futuro marido como revelación.
El clérigo de verbo afilado,
casóse sin permiso, pero bien arreglado.
Ni dispensa, ni pausa, ni retirada,
solo misa furtiva… y sotana planchada.
Ella, resurgida tras un mal matrimonio,
olvidó contar al mundo el episodio.
No fue un rayo ni epifanía elevada:
fue en casa del ex, con sobremesa regada.
Y para mayor tranquilidad y solemnidad,
el tribunal eclesial selló la «libertad».
Nulidad exprés, sin demora ni trama,
borró todo rastro con la firma de una llama.
Ahora predican con fervor alternativo,
ella con estola, él aún clérigo activo.
Dicen luchar por el celibato opcional,
pero lo hicieron al margen, sin legalidad formal.
Saltaron las reglas, con gesto valiente,
pero sembraron dudas entre mucha gente.
Porque no se cambia la Iglesia con espectáculo,
ni con historias que huelen a cálculo.
Y mientras otros esperan con paciencia y respeto,
ellos avanzan por atajos, sin secreto.
Confunden vocación con oportunismo
y llaman libertad a su particular catecismo.
La causa de las mujeres, pisoteada sin querer,
por quienes dicen representarla… y saben qué hacer.
Pero no es justicia si empieza en lo oscuro,
ni es reforma si se impone con apuro.
Y el ex, relegado a pie de página olvidada,
quizá aún recuerda la escena en su morada:
abrió la puerta con fe y educación,
y le devolvieron sermón… y traición.
Hoy, en silencio, da gracias sin rencor,
no por la traición, sino por su valor:
le liberaron de aquel evangelio cruzado,
de sotanas compartidas y dogmas mezclados.
Bendita cena aquella… donde sin saberlo, lo absolvieron de todo.