Amor, sotanas y otras confusiones vocacionales: crónica de un sacerdocio sentimental

Amor, sotanas y otras confusiones vocacionales: crónica de un sacerdocio sentimental

Hay historias que parecen sacadas de una comedia romántica escrita por algún guionista aficionado a los sínodos. La de Christina Moreira y Victorino Pérez Prieto es una de ellas. Ella, “sacerdotisa” autoproclamada, firme defensora del sacerdocio femenino. Él, sacerdote con vocación inquebrantable, aunque con una interpretación muy creativa del derecho canónico. Ambos, unidos no solo por su fe… sino también, curiosamente, por la figura del exmarido de ella. Porque sí: el actual esposo fue, antes, invitado a comer a casa por quien entonces era su amigo y marido de su actual esposa. Tiemblen, telenovelas de sobremesa.

Victorino, siempre convencido de su vocación, decidió no pedir dispensa antes de casarse civilmente. Quizás porque pedir permiso es de tibios, y las revoluciones, ya se sabe, se hacen «por la brava». Según sus propias declaraciones, sigue sintiéndose sacerdote, y la misa no se la quita nadie… ni siquiera el obispado, que le recordó educadamente que, según el derecho canónico, celebrar misa tras un matrimonio civil lo deja automáticamente suspendido. Pero bueno, ¿qué sabrán en Roma de amor y libertad?

Moreira, por su parte, asegura haber reconstruido su vida tras un matrimonio difícil. Lo que no menciona es que el flechazo con su actual pareja surgió tras una amable invitación a cenar que el exmarido extendió, de buena fe, a su amigo el cura. El resultado fue una historia de amor que, si no fuera tan incómoda, daría para musical.

Ambos se presentan hoy como estandartes de la renovación eclesial. Ella ejerciendo como «sacerdotisa» pese a la excomunión automática que conlleva según Roma; él, reivindicando un sacerdocio casado mientras ignora olímpicamente los cauces legales para hacerlo. Y mientras tanto, los que sí solicitaron dispensa, renunciaron al ministerio público y luchan por el celibato opcional desde la legalidad, observan con cierto estupor este sainete.

Porque claro, casarse sin permiso, seguir oficiando misas, predicar obediencia mientras se desacata, y envolver todo con una pátina de lucha feminista, no parece precisamente la vía más eficaz para lograr un cambio en la Iglesia. Y aquí es donde la cosa deja de hacer gracia: lo que podría ser una causa justa —la ordenación femenina o el celibato opcional— queda desdibujada entre gestos teatrales, incongruencias públicas y relatos cada vez más difusos.

¿Quién puede tomar en serio una reforma eclesial si la encabezan quienes se saltan las normas cuando les incomodan, pero exigen derechos en nombre de esas mismas estructuras que desprecian? ¿Cómo defender la posibilidad de una Iglesia más inclusiva si sus supuestos pioneros actúan como francotiradores vocacionales?

Al final, el problema no es que se casen. Ni siquiera que lo hagan sin permiso. El problema es que lo conviertan en acto político, en bandera moral, en golpe de efecto. Porque cuando las luchas legítimas se abanderan con discursos incoherentes, lo que se consigue no es avanzar, sino desprestigiar la causa.

Y eso es justo lo que hacen. Flaco favor para los sacerdotes que sí respetaron los cauces canónicos, que asumieron las consecuencias con humildad, y que aún hoy siguen luchando por un celibato opcional con argumentos, no con titulares.

Conclusión: si la idea era generar un cambio en la Iglesia, quizás valía más pedir la palabra que arrebatar el micrófono. Porque cuando los gestos sustituyen al debate, lo que queda no es reforma, sino pantomima. Y si al final la historia de Christina y Victorino solo sirve para alimentar foros de escándalos eclesiásticos y sembrar dudas sobre la seriedad de las reivindicaciones, entonces lo suyo no fue amor revolucionario: fue solo un reality show con olor a incienso.

2 comentarios en «Amor, sotanas y otras confusiones vocacionales: crónica de un sacerdocio sentimental»

  1. Triste realidad, cuando se quiere abordar desde el beneficio propio, sin pensar en el daño que le hacemos a la fe cristiana, cuando actuamos bajo la emoción y el impulso y sin pensar en las consecuencias, acto propio y egocéntrico de quien no tiene coherencia, ni los valores del reino de Dios.

  2. Triste realidad, cuando se quiere abordar desde el beneficio propio, sin pensar en el daño que le hacemos a la fe cristiana, cuando actuamos bajo la emoción y el impulso y sin pensar en las consecuencias, acto propio y egocéntrico de quien no tiene coherencia, ni los valores del reino de Dios.

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