Vox ya no se esconde. Y menos mal, porque la hipocresía también cansa. Santiago Abascal ha hecho lo que mejor sabe: alzar la voz, apuntar con el dedo a todos menos a sí mismo y reafirmar su amor eterno por Donald Trump. Da igual que el expresidente estadounidense haya impuesto aranceles que perjudican gravemente a la economía española. Da igual que los productores de vino, aceite o naranjas estén en pie de guerra por las pérdidas millonarias. Vox está con Trump. Punto. España puede esperar.
En una de esas ruedas de prensa marca de la casa, cargadas de testosterona verbal y coherencia escasa, Abascal dejó claro que lo de los aranceles no le quita el sueño. Cuando un periodista le preguntó si seguía apoyando a Trump a pesar del evidente daño a la economía nacional, respondió con su habitual finura: “La pregunta es absurda”. Claro que sí, ¿cómo se le ocurre a alguien plantear algo tan irrelevante como los intereses del país? Mucho más importante es no traicionar al jefe del otro lado del charco. Porque para Vox, España es una bandera, pero nunca una prioridad.
La respuesta no solo fue previsible, fue casi un sketch de humor involuntario. Para Abascal, el verdadero arancel no es el que impone Trump, sino el que sufre el español medio por culpa —cómo no— de “la casta corrupta de los políticos españoles y de los políticos de Bruselas”. Ya saben, esa entelequia abstracta que sirve para todo: desde justificar recortes hasta apoyar medidas de líderes extranjeros que nos meten palos en las ruedas. Que suba el precio del aceite de oliva en EE. UU. y que los exportadores pierdan millones no es problema de Trump, es culpa de Bruselas. O de Sánchez. O de ambos. O de todos.
Y hablando del presidente del Gobierno, Abascal tampoco perdió la oportunidad de sacar su artillería habitual. Desde el auditorio de Feria Valencia, aseguró que Vox exigirá responsabilidades por la DANA del pasado 29 de octubre. Pero que nadie se confunda: eso es solo el aperitivo. Porque la prioridad, por supuesto, es acusar a Pedro Sánchez de “responsabilidad criminal”. Así, sin despeinarse. No hay informe, tribunal o Código Penal que respalde semejante afirmación, pero eso es lo de menos. En la política de Vox, el show va siempre por delante del sentido común.
Mientras tanto, el Partido Popular, en un extraño momento de sensatez, ha decidido apoyar al Gobierno para responder a los aranceles de Trump desde una postura común, europea y, ojo al dato, racional. Pero a Vox esto le ha parecido una traición imperdonable. Abascal ha acusado a Núñez Feijóo de “acudir en auxilio” del Ejecutivo. Porque claro, en la lógica de Vox, todo lo que no sea tirar bombas dialécticas contra el Gobierno es colaborar con el enemigo. Ya si eso defendemos a España otro día.
Lo más llamativo es que todo este espectáculo viene de un partido que se envuelve en la bandera nacional a cada paso. Que proclama amor eterno a España en cada mitin. Que exige soberanía, dignidad, orgullo patrio. Y sin embargo, cuando el líder de otro país —uno que ni siquiera es presidente actualmente— toma decisiones que perjudican directamente a miles de españoles, Vox saca pecho por él. El patriotismo, parece, es una cosa muy flexible cuando se trata de hacerle la pelota a los ídolos internacionales.
Porque no nos engañemos: Vox no es solo un partido político. Es un club de fans. De Trump, de Bolsonaro, de Orbán. Lo suyo no es un proyecto de país, sino un cosplay permanente de la ultraderecha internacional. Y si para parecerse un poco más a sus referentes hay que aplaudir decisiones que arruinan a agricultores y exportadores españoles, pues se hace. Que para algo están las banderas: para ondearlas fuerte mientras se deja caer la economía.
En definitiva, Santiago Abascal ha vuelto a hacer lo que mejor se le da: gritar mucho, señalar culpables ajenos, y defender lo indefendible con una sonrisa de suficiencia. España, mientras tanto, que se apañe. Que bastante tiene ya con sus políticos como para encima soportar a sus salvadores.