En la tranquila localidad de Águilas, donde las familias esperaban con ilusión la Primera Comunión de sus hijos, ha irrumpido con fuerza una figura mesiánica dispuesta a imponer su visión del mundo sin importar el trauma que pueda causar. Se trata del sacerdote José Ramón Gómez Marín, quien, desde que tomó el mando de la parroquia de San José en septiembre, ha decidido convertir la catequesis en un aula de adoctrinamiento ideológico, en la que el pecado y la excomunión son los protagonistas, y los niños de 8 y 9 años, las víctimas.
Porque sí, queridos lectores, mientras los pequeños deberían estar aprendiendo sobre valores como la compasión, el amor al prójimo y la importancia de la comunidad, este sacerdote ha decidido que la mejor manera de prepararles para la Primera Comunión es atormentarlos con cuestionarios sobre el aborto. No, no es una broma. Para el párroco Gómez Marín, el aborto es «el pecado más grave contra el quinto mandamiento de ‘no matarás’», y no duda en inculcarlo a niños que, hasta hace poco, su mayor preocupación era si la hostia sabría a galleta o no.
Niños horrorizados y padres indignados
La sorpresa de los padres no ha tardado en convertirse en indignación. Según relatan, sus hijos han llegado a casa con un miedo impropio de su edad, cuestionándose si su futura comunión será con este sacerdote o si preferirán evitar el trance. Y no les falta razón, porque el cuestionario en cuestión no se limita a condenar el aborto de manera abstracta, sino que detalla la gravedad del pecado, especificando que quienes lo practican, lo aceptan o incluso lo toleran, caen en la excomunión. Vamos, que, si alguien tiene una tía, amiga o conocida que ha abortado y no la ha repudiado públicamente, también está en la lista negra de Dios.
Ante este despropósito, varias familias están considerando elevar una queja formal a la Diócesis de Cartagena. Al parecer, la parroquia de San José ya no es un lugar de recogimiento y fe, sino un tribunal inquisitorial donde el sacerdote es juez, jurado y verdugo.
Un cura que impone su ley y deja claro quién manda en «su» iglesia
Pero el terror litúrgico de José Ramón Gómez Marín no se queda ahí. No contento con aterrorizar a los niños, ha decidido también monopolizar la liturgia. Antes, la comunidad participaba activamente en la misa, leyendo textos y compartiendo la experiencia de la fe. Ahora, el párroco ha decretado que solo su voz es digna de proclamarse en el templo, apartando a quienes antes colaboraban en la ceremonia. Al parecer, su visión de la Iglesia no incluye la participación de los fieles, sino la sumisión absoluta a su palabra.
Los feligreses, que han pasado de ser una comunidad activa a meros espectadores de su propio culto, ya no saben si asisten a una misa o a una función unipersonal en la que solo hay un actor y muchos figurantes. Y, por supuesto, si alguien tiene la osadía de cuestionar su autoridad, siempre queda la excomunión como recurso disuasorio.
¿De qué va la Primera Comunión ahora?
Si alguien pensaba que la Primera Comunión era un rito de iniciación cristiana basado en la alegría y la fe, que se vaya olvidando. Con este nuevo régimen eclesiástico, los niños que antes soñaban con su día especial ahora lo asocian con miedo y doctrinas extremistas. De la enseñanza del amor y la misericordia, hemos pasado a la imposición de un discurso que ni siquiera muchos adultos terminan de procesar. ¿De verdad es necesario hablar a niños de 8 años sobre la excomunión? ¿Es esta la prioridad de la Iglesia en pleno siglo XXI?
Mientras tanto, los padres se preguntan si la parroquia de San José es aún un lugar seguro para sus hijos o si deberían buscar otro entorno donde la fe se enseñe con humanidad, y no con amenazas de condenación eterna. Lo que está claro es que la Diócesis de Cartagena tendrá que pronunciarse pronto. Porque si la fe ha de ser un refugio, lo último que los niños deberían encontrar en su iglesia es miedo.
Mientras tanto, el sacerdote Gómez Marín sigue en su cruzada particular, decidido a convertir la catequesis en un campo de batalla moral. Y los niños, que solo querían recibir a Jesús con una sonrisa, ahora tienen que hacerlo con la incertidumbre de si están lo suficientemente «puros» para ello. Ironías de la fe.
Y si todo esto no fuera suficiente, el espectáculo continúa durante la misa. Padres y feligreses han visto con asombro cómo algunos sacerdotes detienen la ceremonia para reprender a niños que, según su criterio, no se comportan con la solemnidad debida. No importa que tengan apenas ocho años y que su mente divague entre la homilía y la tarta de la comunión. Si uno de ellos se mueve demasiado o su risa escapa sin permiso, el cura de turno no duda en interrumpir la misa para hacerles saber su disgusto. Así, la liturgia se convierte en un ejercicio de disciplina marcial, donde la fe se practica entre susurros y miradas temerosas, no vaya a ser que el sermón se transforme en un regaño público. Porque, al parecer, en algunas iglesias ya no se celebra la palabra de Dios, sino la del único e indiscutible protagonista: el cura de turno.