Flotilla Sumud: El fracaso de la justicia internacional en Gaza

Flotilla Sumud: El fracaso de la justicia internacional en Gaza

La travesía de la Global Sumud Flotilla representa hoy el símbolo del clamor humanitario ignorado y la indiferencia global, especialmente de aquellas potencias que se proclaman defensoras de la justicia y la libertad en el mundo. Esta flotilla, integrada por decenas de personas de diferentes nacionalidades, zarpó con el propósito de entregar ayuda básica y urgente a la Franja de Gaza, sometida a un bloqueo naval y terrestre desde hace más de diecisiete años.

La expedición fue interceptada sistemáticamente por la marina israelí en aguas internacionales. Los barcos fueron rodeados, hostigados y asaltados con los voluntarios detenidos y deportados, algunos de ellos iniciando incluso huelgas de hambre en protesta. A pesar de la presión internacional, la armada israelí aseguró que “todos los pasajeros se encontraban sanos y salvos”, pero la realidad es que fueron privados de libertad y sometidos a procesos de identificación, todo mientras el mundo seguía en directo cómo se frustraba el envío de medicinas, alimentos y esperanza a un millón de niños bajo asedio.

La reacción de varios gobiernos fue tímida, limitada a llamados diplomáticos y declaraciones genéricas. Muchas voces se levantaron en redes, en manifestaciones y huelgas respaldando a los tripulantes, pero la ayuda nunca llegó a su destino. La misma ONU ha dictaminado que el bloqueo israelí constituye una violación del derecho internacional y es una pieza integral de una ocupación considerada ilegal. Sin embargo, los mecanismos para detener el cerco, garantizar suministros y proteger vidas siguen siendo papel mojado.

Estados Unidos, bajo la presidencia de Donald Trump, ha ido más allá de la permisividad. Se ha convertido en el principal aliado y patrocinador de la ocupación, legitimando el bloqueo y suministrando apoyo político y militar a las acciones israelíes. Lejos de condenar claramente los ataques, la administración estadounidense respalda la versión de que todo se justifica en nombre de la seguridad nacional y la guerra contra el terrorismo, olvidando los principios más elementales de derechos humanos y justicia.

La postura de Trump, asumida con frialdad y crudeza, ilustra una diplomacia de fuerza y cinismo. Se convierte en cómplice por acción directa, sabedor de que el bloqueo no es una medida temporal en mitad de un conflicto, sino una herramienta estructural para doblegar y someter a un pueblo entero. En nombre de Occidente, Israel se arroga el derecho a decidir quién vive y quién muere, mientras Washington da garantías de impunidad.

Aquí surge una pregunta imposible de eludir: ¿Cómo puede Estados Unidos, que se autoproclama defensor de la paz y la libertad, mirar hacia otro lado ante un genocidio consolidado y documentado por organismos internacionales? ¿Hasta dónde llega la hipocresía de un gobierno que exige democracia y respeto pero avala el exterminio y la limpieza étnica?

El argumento es tan doloroso como contundente. La historia demostró que la humanidad nunca debe silenciar ni justificar el genocidio. El bloqueo de Israel impide deliberadamente el paso de medicamentos, comida y socorro. No hay justificación legal, ni siquiera bajo las reglas de San Remo para tiempos de guerra, que permita bloquear la entrada de ayuda urgente en una zona de población civil. Y, sin embargo, esos tratados sirven de excusa para los gobiernos que se niegan a reconocer una transición hacia un mundo realmente multipolar y justo.

La respuesta diplomática y militar de Estados Unidos se basa en la vieja doctrina del gendarme mundial: proteger intereses, controlar recursos, frenar la justicia real e impedir que los actores emergentes puedan influir en la escena internacional. Trump se enorgullece de no entregar el mando, de jugar “en serio” aunque sea al precio de miles de vidas inocentes.

Pero, más allá del contexto internacional, también es importante entender el papel interno que juega Trump en Estados Unidos. El presidente se enfrenta a una nación marcada por divisiones sociales muy profundas, arraigadas en la desigualdad, el racismo y la polarización política extrema. Algunos analistas sostienen que el mantenimiento de conflictos externos, como el apoyo incondicional a Israel pese a sus ataques en Gaza, le sirve para desviar la atención de su propia crisis interna.

Ante el riesgo latente de una guerra civil o un estallido social interno, la estrategia de Trump podría interpretarse como alimentar conflictos exteriores para cohesionar a su base política y justificar medidas autoritarias. Al proyectar enemigos externos o amenazas en otros países, desvía el foco del caos y la incertidumbre en su propio país, usando el miedo como herramienta política.

Es un juego peligroso donde la seguridad nacional se convierte en excusa para perpetuar la violencia y justificar acciones ilegales e inhumanas. El verdadero costo de esta estrategia es incalculable: miles de muertos, desplazados y familias destrozadas en Gaza, mientras una nación se fragmenta por dentro y pierde la esperanza en un liderazgo que debería proteger a todos.

Por eso, la complicidad de Trump con esta situación es todavía más reprochable: no solo permite un genocidio, sino que además utiliza el conflicto para fortalecer un poder desgastado y divisivo en su propia patria. Esta no es una defensa de la justicia ni un acto de humanidad, sino una política basada en la manipulación y el miedo.

El presidente colombiano Gustavo Petro ha dicho con claridad: «El ataque de Netanyahu a una embarcación con comida a los palestinos recuerda el ataque de los submarinos nazis a la flota mercante de los EEUU, solo porque llevaba comida a los europeos en la guerra». Petro alertó que «ahora el pueblo palestino recoge mendrugos en la calle y los nuevos genocidas bombardean barcos civiles que llevan comida a los niños y niñas hambrientas que aun sobreviven» y denunció que «la mayor parte de los gobiernos norteamericanos y europeos no reaccionan, son cómplices de genocidio como ya sucedió en el pasado».

Por su parte, Lula da Silva en la ONU enfatizó la necesidad imperiosa de abandonar la indiferencia y hacer justicia, condenando la violencia y el sufrimiento de los pueblos bajo el yugo de la guerra, y llamó a la comunidad internacional a actuar con responsabilidad y humanidad genuina.

El llamado es claro: mientras Gaza clama justicia, el mundo no puede permitirse seguir callado ni cómplice. Y Estados Unidos, en particular bajo el liderazgo de Trump, debe cuestionarse si está del lado correcto de la historia o si, por intereses mezquinos y tácticas internas, opta por las sombras de la barbarie.

En definitiva, la defensa de la dignidad humana exige valentía y coherencia, y la comunidad internacional, junto a voces independientes y valientes, debe forzar un cambio rotundo para que nunca más el genocidio sea avalado ni silenciado

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