El veto al diaconado femenino: una exclusión teológicamente insostenible

El veto al diaconado femenino: una exclusión teológicamente insostenible

La marginación de la mujer en la Iglesia católica es una herida abierta que sigue sin cerrarse, a pesar de los argumentos históricos y teológicos que justifican su plena participación en el ministerio eclesial. La negativa de la jerarquía a ordenar mujeres como diaconisas es una decisión que no solo contradice la historia del cristianismo primitivo, sino que también va en contra de la voluntad de Dios, como bien apunta el teólogo Peter Hünermann. La exclusión de la mujer de los ministerios ordenados no es una cuestión doctrinal inmutable, sino una construcción sociocultural que ha sido perpetuada a lo largo de los siglos sin una base teológica sólida.

Un argumento falaz: “Jesús solo eligió a hombres”

Uno de los razonamientos más comunes en contra del diaconado femenino es que Jesús solo eligió a varones como apóstoles. Sin embargo, este argumento es falaz y reduccionista. La elección de los Doce responde a un contexto histórico y social muy determinado, en el que la mujer estaba relegada a un papel subordinado en la esfera pública. Afirmar que esta decisión implica una prohibición divina para la ordenación de mujeres es desconocer la dinámica de inclusión que caracterizó el ministerio de Jesús.

El propio Hünermann refuta esta postura recordando que Junias y María Magdalena fueron llamadas a ser apóstoles y testigos de la resurrección. Mención especial merece María Magdalena, a quien los Evangelios presentan como la primera en recibir el anuncio del Cristo resucitado y en transmitirlo a los demás, un rol inequívocamente apostólico. La historia eclesial posterior ha tergiversado su papel, reduciéndola injustamente a una figura marginal.

El precedente de las diaconisas en la Iglesia primitiva

La tradición cristiana primitiva ofrece pruebas claras de la existencia de diaconisas plenamente integradas en el clero. Hünermann menciona un dato elocuente: en el siglo VI, cuando se terminó la construcción de Santa Sofía en Constantinopla, 56 diaconisas formaban parte de su estructura clerical. Este testimonio histórico demuestra que la exclusión de la mujer del diaconado es una imposición posterior y no un mandato divino.

El teólogo José María Castillo también ha insistido en que el diaconado femenino no solo existió, sino que tenía un carácter plenamente sacramental. Las diaconisas no eran meras auxiliares del clero masculino, sino que desempeñaban funciones litúrgicas, catequéticas y de servicio en la comunidad cristiana. La desaparición de esta figura es el resultado de una progresiva clericalización patriarcal de la Iglesia, no de una ordenanza divina.

Xabier Pikaza: el veto al diaconado femenino es un pecado eclesial

El teólogo Xabier Pikaza es contundente al afirmar que la marginación de la mujer en la Iglesia es un pecado eclesial. Sostiene que negar el diaconado femenino es una traición al Evangelio y a la estructura apostólica original de la Iglesia. Según Pikaza, la ordenación no es un privilegio masculino, sino un servicio que debe estar abierto a todos los bautizados sin distinción de género. La insistencia en excluir a la mujer de este ministerio es una muestra de rigidez institucional que traiciona la dinámica liberadora de Jesús.

Pikaza argumenta que la estructura eclesial debe someterse a un discernimiento profundo a la luz del mensaje evangélico. Si en la sociedad civil se han superado las discriminaciones de género en múltiples ámbitos, ¿por qué la Iglesia, que proclama la dignidad y la igualdad de todos los hijos de Dios, se aferra a una exclusión que carece de fundamento teológico?

Un cambio impostergable

El reconocimiento del diaconado femenino no es una concesión a las presiones externas ni una adaptación arbitraria a los tiempos modernos, sino una recuperación de la autenticidad eclesial. La resistencia a este cambio no responde a razones teológicas, sino a inercias históricas y estructuras de poder que perpetúan una visión excluyente del ministerio ordenado.

Como afirma Hünermann, la paciencia ha sido una virtud obligada para quienes defienden este derecho. Sin embargo, la paciencia no puede convertirse en resignación. La Iglesia está llamada a ser signo del Reino de Dios, un Reino en el que no hay discriminación ni exclusiones arbitrarias. La marginación de la mujer en la Iglesia es un escándalo que debe ser superado con urgencia. Solo así la comunidad cristiana podrá ser verdaderamente fiel a su misión evangelizadora.

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