La excelencia del personal sanitario frente al abandono de la sanidad pública gallega

La excelencia del personal sanitario frente al abandono de la sanidad pública gallega

Hace pocos días mi madre fue ingresada en la cuarta planta de un hospital gallego para someterse a una operación. Cuando uno pisa un centro sanitario con el corazón encogido por la preocupación, descubre la enorme diferencia entre la humanidad y profesionalidad del personal sanitario y la desidia de quienes gobiernan la sanidad pública.

La operación salió perfectamente. Los cirujanos, de un trato exquisito y con una destreza impecable, transmitieron confianza y serenidad desde el primer momento. El personal de enfermería, las cuidadoras, los auxiliares, todos sin excepción, mostraron una entrega que va más allá de lo exigible. Cada palabra de ánimo, cada gesto amable, cada mirada atenta fue un bálsamo para nosotros. De verdad, no hay suficientes palabras para agradecer la calidad humana y profesional de quienes trabajan en la cuarta planta.

Sin embargo, detrás de esa sonrisa y ese esfuerzo, se esconde una realidad preocupante que no puede ignorarse. Mi madre tuvo que esperar más de una hora para ser trasladada de reanimación a planta. ¿El motivo? No había camilleros disponibles. El tiempo pasaba y, aunque el personal hacía todo lo que estaba en su mano, era evidente que faltan manos, faltan recursos, falta personal.

En planta, la situación se repetía: enfermeras desbordadas, cuidando con paciencia y cariño a cada paciente, a pesar de que el trabajo se acumulaba de forma inhumana. Y aun así, cumplían con todos con una sonrisa, demostrando una vocación que roza lo heroico. Pero la realidad es que no se puede pedir más a quienes ya están dando el 200%.

La habitación era pequeña, con un calor insoportable que no ayudaba ni al descanso ni a la recuperación. Para poder ducharse, había que recorrer los pasillos, y en algunos casos los aseos no estaban en condiciones óptimas de limpieza. Esto no es culpa de los trabajadores, que hacen todo lo posible con lo que tienen, sino de un sistema que lleva años deteriorándose.

Y aquí es donde la reflexión se vuelve inevitable: ¿quién es responsable de esta situación?

No es el cirujano que opera con precisión quirúrgica y luego, aun cansado, se acerca a tranquilizar a la familia. No es la enfermera que, sin parar de caminar de un lado a otro, todavía tiene tiempo de sonreír y preguntar cómo estás. No es la auxiliar que limpia y cuida con mimo. La responsabilidad recae sobre la gestión política de la sanidad pública gallega, que durante años ha sido desmantelada con decisiones que priorizan los números sobre las personas.

La Xunta de Galicia, bajo las políticas impulsadas por Feijóo y continuadas por Rueda, ha ido aplicando recortes y privatizaciones encubiertas que han dejado una sanidad pública empobrecida, con menos profesionales, menos recursos y menos calidad de servicio para los ciudadanos. Han vaciado de personal los hospitales, han precarizado contratos, han hecho imposible que el sistema funcione como debería.

Mientras los gestores políticos se jactan de “eficiencia” y “modernización”, la realidad es que los pacientes esperan horas por una camilla, los profesionales se ven obligados a doblar turnos, y las infraestructuras se deterioran. La sanidad pública gallega sufre, y con ella sufren los gallegos.

Y, sin embargo, lo que sostiene todo es el personal sanitario. Ellos son los que mantienen vivo el espíritu de la sanidad pública, a pesar de la asfixia económica y organizativa a la que se les somete. Son héroes anónimos, personas que con vocación, sacrificio y humanidad logran que un paciente, como mi madre, se sienta seguro, acompañado y cuidado.

Por eso, desde aquí, quiero hacer una alabanza profunda:

  • A los cirujanos, por su maestría y su cercanía.
  • A las enfermeras y enfermeros, por su paciencia infinita, su profesionalidad intachable y su capacidad para atender con amabilidad incluso en las peores condiciones.
  • A las auxiliares y cuidadoras, por estar siempre pendientes, por su trabajo silencioso pero imprescindible.
  • A todos los que, sin ser visibles, hacen posible que cada operación y cada ingreso sea un poco más llevadero.

Gracias a ellos, a su compromiso y humanidad, la sanidad pública sigue siendo un orgullo, a pesar de quienes desde los despachos intentan convertirla en un negocio.

Pero no podemos quedarnos solo en el agradecimiento. Es imprescindible alzar la voz contra la política sanitaria que está destruyendo lo que tantos años costó construir. Señor Rueda, señor Feijóo: su legado es una sanidad pública debilitada, que sobrevive gracias al esfuerzo sobrehumano de su personal. Si de verdad les importara la salud de los gallegos, revertirían los recortes, contratarían más personal y dignificarían las condiciones laborales de quienes cuidan de nuestras vidas.

La experiencia con mi madre me ha dejado una lección clara: los profesionales sanitarios son la columna vertebral del sistema, pero sin recursos y sin apoyo político no podrán sostenerlo por mucho tiempo. Es hora de defender la sanidad pública gallega con la misma pasión con la que ellos defienden cada vida que pasa por sus manos.

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