¿Adoración o Alienación? Crítica a la Sacralización Restauracionista del Discurso de Jorge Fernández Guadalix

¿Adoración o Alienación? Crítica a la Sacralización Restauracionista del Discurso de Jorge Fernández Guadalix

La exaltación nostálgica del cardenal Robert Sarah —como vehículo para una teología ritualista, exclusivista y regresiva— que realiza Jorge Fernández Guadalix en su entrada del 16 de junio de 2025 no es un simple ejercicio devocional. Es, en realidad, un manifiesto de restauracionismo eclesial, cuyo lenguaje sacraliza una teología de la distancia que pone en tela de juicio los desarrollos del Concilio Vaticano II y el dinamismo vivo de la fe cristiana. A continuación se analizan críticamente los tres ejes centrales de su exposición:

1. La “centralidad de la adoración”: ¿mística o liturgia performativa?

«La Iglesia es árida porque faltan adoradores. El mundo muere porque le faltan adoradores» (Sarah)

El concepto de «adoración» que presenta Jorge es profundamente ritualista y formalista. Se trata de una adoración coreografiada, más interesada en los gestos externos (genuflexión, arrodillamiento, formas de comulgar) que en una interiorización real del misterio de Dios. Como señaló Romano Guardini en El espíritu de la liturgia, la liturgia debe educar al hombre interior, no reducirlo a un ejecutor de formas petrificadas.

El problema no es la falta de adoración, sino la falta de sentido en lo que adoramos.

Una adoración sin comprensión, sin palabra, sin comunidad transformada, no conduce a Dios sino a un ídolo de orden y control. Pikaza lo ha señalado con claridad: “Dios no necesita que se le adore como si fuera un tirano sacral; necesita que se le descubra en la vida, en la historia, en el otro”. Insistir en la adoración silenciosa como única vía, frente a la asamblea viva que celebra, es una forma de reprimir la dimensión pascual de la fe cristiana.

2. La misa como Calvario: ¿Sacrificio o celebración pascual?

«La misa es el Calvario»
«El sacerdote muere con Cristo en cada altar»

Esta formulación anacrónica convierte la Eucaristía en una reproducción teatral del sufrimiento, descontextualizada de su verdadero sentido pascual. El Concilio Vaticano II, en Sacrosanctum Concilium, definió la misa como el memorial pascual de la muerte y resurrección de Cristo. El énfasis exclusivo en el Calvario (sin Pascua, sin comunidad) supone una regresión teológica.

La teología del sacrificio de Sarah —repetida sin crítica por Jorge— evoca un modelo sacerdotal y jerárquico, en donde el pueblo de Dios asiste como espectador. Sin embargo, la misa no es un drama privado del sacerdote, sino una acción comunitaria donde el Pueblo de Dios participa en la oblación de Cristo.

Reducir la misa al Calvario es negar la resurrección y vaciar el Evangelio de esperanza.

Como diría Guardini, la liturgia no es teatro sagrado ni conmiseración piadosa, sino la representación viva del misterio que transforma el tiempo presente. Y para Pikaza, la Eucaristía es el lugar donde la vida de Jesús —como entrega a los pobres y excluidos— se convierte en historia concreta de liberación, no en abstracción ritual.

3. Exclusivismo cristológico: ¿Fidelidad al kerygma o ideología religiosa?

«No podemos decir que todas las religiones llevan a Dios. Eso contradice a Cristo»

Aquí Sarah (y Jorge) asumen una visión fundamentalista y exclusivista del cristianismo, que ignora décadas de reflexión teológica sobre el pluralismo religioso. La afirmación de que solo en Cristo hay salvación debe leerse desde su contexto neotestamentario, no como una cláusula de exclusión sistemática.

Cristo es la medida de la salvación, no su monopolio.

Xabier Pikaza, en su obra Pluralismo y verdad, afirma que reconocer a Cristo como salvador no implica negar que el Espíritu de Dios actúa en otras religiones. El documento Nostra Aetate del Vaticano II ya lo expresó con claridad. Ignorar esto es sustituir la revelación por una ideología religiosa cerrada y autorreferencial.

La «dictadura del relativismo» que denuncian Sarah y Jorge es en realidad el temor a un mundo que ya no gira en torno a formas de verdad absolutas impuestas por la autoridad clerical. La verdad de Cristo no necesita imponerse con miedo, sino ofrecerse como hospitalidad y libertad.

Conclusión: La Iglesia no necesita adoradores aislados, sino discípulos comprometidos

Jorge Fernández Guadalix, con su elogio incondicional a Sarah, propone un modelo de cristianismo involutivo, centrado en la forma, en la norma, en la sacralidad separada del mundo. Frente a eso, la teología contemporánea nos llama a redescubrir la presencia de Dios en la historia, en la carne del otro, en la Eucaristía como transformación y no solo como rito.

La Iglesia no muere por falta de adoración, sino por falta de encarnación.

Celebrar la Trinidad no es mirar hacia arriba para buscar misterio, sino entrar en el dinamismo trinitario del amor, la comunión y el envío. Un cristianismo sin apertura, sin diálogo, sin comprensión de su tiempo, no es adoración: es alienación.

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