Por fin alguien se ha atrevido a decirlo con claridad meridiana. José Manuel Otero Lastres, ese faro de lucidez entre tanta penumbra doctrinal, nos ha regalado una sentencia digna de enmarcar: “Para ser feminista hay que serlo íntegramente”. Qué frase tan sencilla, tan obvia, tan evidente… y, sin embargo, tan ajena a la práctica del feminismo de salón que se despacha desde la sede de Ferraz con la misma convicción que los hashtags en las campañas electorales.
Porque sí, según el catecismo del PSOE —ese que predican con la fe de un converso que solo cree mientras le den los números en el CIS—, el feminismo no solo es la piedra angular de la sociedad, sino además el motor de transformación, el aceite de la democracia, y la mística energía que impulsa los avances sociales. Qué bonito todo. Lástima que, en cuanto rascas un poco, lo que sale no es feminismo… sino silencio. Un silencio espeso, cómodo, conveniente. Un silencio profundamente patriarcal, claro, pero que huele tan bien cuando la corrupción viene perfumada con dinero público y compañía de señoritas contratadas por la trama.
Otero Lastres nos ha hecho una pregunta incómoda, de esas que deberían despertar portadas, comunicados, dimisiones y, como mínimo, un par de tuits airados de alguna ministra de igualdad: ¿Dónde están las voces de las mujeres socialistas cuando los hombres de su partido aparecen en tramas que incluyen el uso alegre de prostitutas? ¿No son esas mujeres también víctimas de un sistema de desigualdad, explotación y desprecio? ¿O es que no cuentan porque no votan al partido correcto?
Ah, claro. Es que aquí el feminismo tiene carnet. Si eres mujer pero no militas, no sirves. Si sufres abusos pero no llevas chapita de Sumar, no existes. Si eres prostituta y tu cliente es un socialista, entonces eres invisible. Pero si el cliente es de derechas, ¡ay, amiga! Entonces la maquinaria se activa: manifiestos, columnas, jornadas de reflexión, “ni una menos” y performance con purpurina.
A este paso, las únicas feministas verdaderas van a ser las que callan como tumbas cuando les pisan la coherencia. Eso sí, con pancartas muy grandes el 8M y con subvenciones aún más grandes todo el año.
Es irónico, ¿verdad? Un partido que se proclama feminista en su ADN, que presume de haber aprobado leyes por la igualdad, y que al mismo tiempo guarda un clamoroso silencio ante los escándalos que afectan directamente a la dignidad de las mujeres. Como si el feminismo fuese un abrigo de quita y pon. Hoy lo llevamos puesto para inaugurar una exposición de arte “con perspectiva de género”, mañana lo dejamos en casa porque ha salido un informe de la UCO con nombres, facturas y conversaciones que harían vomitar a cualquier feminista de verdad.
Claro, también hay que entenderlo: no es fácil denunciar al compañero de filas cuando puede que compartas ministerio, presupuesto o listas electorales. Tampoco es sencillo levantar la voz cuando sabes que lo que te espera es una llamada para recordarte la disciplina de partido. Mucho más cómodo hablar de micromachismos en la derecha que de macroputeros en la izquierda.
Y luego están las “feministas de guardia” de Sumar y Podemos, tan rápidas para exigir dimisiones ajenas como lentas para escandalizarse cuando la basura rebosa en casa. Porque Otero Lastres también las menciona, y con razón: ¿Dónde están esas valientes cuando la inmundicia proviene del lado ideológicamente correcto?
Este feminismo impostado del PSOE no es solo tibio, es selectivo. No lucha por todas las mujeres, solo por las que le resultan útiles. Es un feminismo de eslóganes, de merchandising, de postureo. Un feminismo de cartón piedra que se desmorona ante el primer soplo de verdad.
Por eso, el recordatorio de Otero Lastres es tan valioso como demoledor: el feminismo, el real, el íntegro, no puede permitirse estos silencios. No puede acomodarse a la conveniencia política. No puede permitir que las mujeres de un lado sean ciudadanas y las del otro, figurantes. No puede dejar sin respuesta los abusos cuando vienen con la pegatina del partido en el parabrisas.
Porque ser feminista no es hacerse fotos con un pañuelo morado ni repetir el mantra de la igualdad entre risas nerviosas en un plató. Ser feminista es incomodar, denunciar, señalar incluso cuando los dedos apuntan hacia tus propios amigos. Incluso —y sobre todo— cuando los responsables llevan puño y rosa en la solapa.
Así que, gracias, don José Manuel. Gracias por recordarnos que la dignidad no se negocia, que el feminismo no se alquila por horas, y que el silencio —ese cómodo, tibio, interesado silencio socialista— también es una forma de complicidad.
Y ya que estamos, una sugerencia al PSOE: la próxima vez que quieran hablar de feminismo, empiecen por mirarse al espejo. Y si el reflejo no les gusta, quizá es hora de dejar de fingir.