Molleda clausuró este domingo sus fiestas sacramentales de San Esteban con una jornada marcada por la devoción, la convivencia y un mensaje profundo que resonó más allá de los muros de la iglesia. El protagonista espiritual fue, sin duda, el párroco Alejandro Soler, quien presidió la misa principal del día con una homilía centrada en la entrega, el amor y la verdadera naturaleza del Dios en el que creemos.
A las 12:00 del mediodía, los voladores anunciaron el inicio de la misa en la iglesia de San Esteban. Decenas de vecinos llenaron el templo, muchos de ellos en familia, para participar en la celebración más significativa de las fiestas. La ceremonia estuvo acompañada por la Banda de Música de Corvera, que aportó solemnidad con sus interpretaciones, y culminó con el himno nacional.
Sin embargo, lo que más caló entre los asistentes fue el mensaje claro y directo de Alejandro Soler. En su homilía, habló con emoción de la figura de Cristo, recordando que no creemos en un Dios lejano ni indiferente, sino en un Dios que se entrega por amor, que acepta incluso la muerte de cruz. “ Esa entrega es la base de nuestra fe. Cristo no se impuso, se donó. Y eso no siempre lo recoge la prensa, pero es el centro del Evangelio. Lo que celebramos aquí no es solo una fiesta popular, sino un acto profundo de fe en un Dios que ama hasta el extremo.
Las palabras de Soler fueron acogidas con respeto y recogimiento. Su tono cercano pero firme dejó claro que la fe no es solo una tradición, sino una llamada viva a vivir con sentido y generosidad.
Tras la misa, los fieles participaron en la tradicional procesión por las calles de la parroquia, encabezada por el propio Alejandro Soler portando la custodia bajo palio, acompañado por un grupo de vecinos que acompañaron el Santísimo con emoción y respeto. En la fotografía capturada durante este momento, se ve claramente al sacerdote sosteniendo el Santísimo Sacramento, rodeado de devotos y con la Banda de Corvera cerrando la comitiva. La imagen refleja el recogimiento y la reverencia con la que la comunidad vive su fe, integrando generaciones y tradiciones.
Pasadas las 13:00 horas, el ambiente se transformó en celebración popular. La carpa del recinto ferial comenzó a llenarse para la sesión vermú, que estuvo amenizada por la Agrupación Musical de Corvera y el grupo Aroma. Música, bailes y reencuentros entre vecinos marcaron el inicio de una tarde animada y alegre.
Uno de los momentos más esperados fue el reparto del bollo y la botella de vino para los socios de las fiestas, un gesto ya tradicional que simboliza la hospitalidad y la unidad del pueblo. Los más pequeños disfrutaron también a lo grande, especialmente gracias a los hinchables instalados frente a la carpa, incluyendo un tobogán de agua que causó carcajadas y baños inesperados entre padres e hijos.
Las fiestas de San Esteban concluyeron con un gran almuerzo popular, donde los vecinos compartieron comida, risas y anécdotas de los tres días de celebración. Pero este domingo en Molleda fue más que una clausura festiva: fue también un acto de fe colectiva, de comunidad viva, y de reencuentro con lo esencial.
Porque si algo dejó claro el padre Alejandro Soler en su homilía, es que la fe sin amor no transforma, no edifica ni salva. El amor cristiano no es un sentimiento superficial ni una emoción pasajera. Es una entrega concreta, activa, diaria. Es salir de uno mismo, mirar al otro con misericordia, perdonar incluso cuando duele, ayudar aunque nadie lo vea, tender la mano sin esperar nada a cambio. Es vivir como vivió Cristo: con los brazos abiertos hasta el final.
En tiempos en los que predomina el individualismo, este llamado a amar con generosidad y verdad suena casi revolucionario. Pero es el núcleo del Evangelio. Como dijo el párroco, “si Cristo se entregó hasta la cruz, nosotros también estamos llamados a entregarnos, en lo cotidiano, en lo pequeño”. No basta con ir a misa ni con respetar tradiciones: Dios nos pide el corazón entero.
Cuando una comunidad como la de Molleda se reúne para celebrar la fe desde el amor y la unidad, se convierte en signo vivo del Reino de Dios entre nosotros. Que no olvidemos nunca que el mayor acto de fe es amar como Él nos amó.
Y es que, lo que no siempre se ve ni se publica, es lo que más transforma los corazones.