En ocasiones, la vida nos arrebata demasiado pronto a las personas que más entrega y bondad sembraron a su paso. Así ha sido con el doctor José Pedrouzo Bardelas, cuya pérdida ha teñido de luto a Ferrol y a toda la comunidad médica gallega. Falleció este jueves 12 de junio, de forma repentina, cuando conducía en dirección a Ferrol. Todo indica que fue víctima de un infarto. Como si hasta en sus últimos momentos pensara en los demás, detuvo su coche en un lateral de la autopista, evitando cualquier accidente y dejando tras de sí un gesto final de conciencia y humanidad, como tantos que definieron su vida.
El Dr. Pedrouzo no fue solo un médico. Fue el médico. De los que no olvidan el nombre de sus pacientes, ni sus circunstancias personales, ni sus miedos. De los que no miran el reloj cuando una palabra de aliento puede curar más que una receta. De los que creen en la Medicina como un acto de amor, compromiso y justicia.
Nacido en 1951 en una familia humilde de Ourense, José Pedrouzo luchó por su vocación con la fuerza de quienes lo dan todo por un sueño. Gracias a becas públicas, se licenció en Medicina por la Universidad de Santiago de Compostela, donde fue alumno brillante de maestros como los doctores Peña Guitián y Concheiro. Allí comenzó una carrera que, durante más de cuatro décadas, estuvo marcada por la excelencia, el trabajo silencioso y una humanidad a prueba de todo.
Fue médico forense, internista, cardiólogo, perito judicial, jefe de Atención Primaria, médico de empresa, docente… Y en cada una de esas etapas dejó huella. Desde los astilleros de Bazán (hoy Navantia), donde fue pionero en el diagnóstico de la asbestosis, hasta el centro de salud de Serantes, donde fundó la Unidad Docente de Medicina Familiar y Comunitaria, su labor fue siempre más allá del deber. Más allá del cargo. Más allá del reconocimiento.
A quienes tuvimos la fortuna de conocerlo como pacientes —y aquí las palabras se escriben con emoción profunda—, nos queda el recuerdo de un médico que sabía mirar más allá de las pruebas y los diagnósticos. En los momentos más difíciles, cuando uno se siente frágil y perdido, el doctor Pedrouzo ofrecía algo más que su ciencia: ofrecía calma. Escuchaba. Acompañaba. Hacía suya la angustia del otro con una entereza serena, con esa mezcla de profesionalidad y ternura que solo tienen los grandes.
No era necesario que lo dijera; su sola presencia bastaba para saber que se podía confiar. Que no se estaba solo.
Este sábado 14 de junio, el Colegio Oficial de Médicos de A Coruña tenía previsto entregarle la Medalla de Oro y Brillantes, la máxima distinción que otorga esta institución. Un reconocimiento más que merecido, que celebraba una vida entera dedicada a la salud pública, al bienestar de su comunidad y al progreso de la profesión médica. El acto, que iba a contar con la presencia del presidente de la Xunta y el conselleiro de Sanidade, se convirtió tristemente en un homenaje póstumo.
Quienes compartieron trabajo con él coinciden en que era respetado por todos: pacientes, compañeros, sindicatos y directivos. Sus aportaciones fueron claves en la mejora del sistema sanitario gallego. Pero más allá de sus cargos y logros, queda su forma de ser: afable, accesible, culta, generosa. Era también un enamorado de la historia, un lector incansable, un viajero curioso y, durante algunos años, un servidor público como concejal en el Ayuntamiento de Ferrol.
Cuando recibió la noticia de la medalla, en abril, el doctor Pedrouzo pronunció unas palabras que hoy resuenan con más fuerza:
“Yo solo fui un médico que hice el trabajo lo mejor que pude y supe en favor de toda la población. Es una gran satisfacción que hayan reconocido mi humilde trabajo durante estos cuarenta años.”
Una declaración que resume toda una filosofía de vida. Porque solo quien es verdaderamente grande habla desde la humildad. Y él lo era.
El alcalde de Ferrol, José Manuel Rey Varela, expresó su pesar en redes sociales con palabras certeras:
“Un gran médico, este sábado recibiría con orgullo la Medalla de Oro y Brillantes de su Colegio, un gran concejal de mi equipo comprometido con Ferrol y sobre todo, una gran persona. D.E.P.”
En efecto, se ha ido un médico brillante. Un profesional irrepetible. Pero, sobre todo, se ha ido una buena persona. Y eso duele mucho más. Porque, en tiempos donde lo humano a veces parece escaso, figuras como la suya nos recuerdan qué significa verdaderamente servir, cuidar y estar.
José Pedrouzo Bardelas deja un legado que no cabe en una medalla ni en un currículum. Su verdadero premio está en el corazón agradecido de miles de personas que alguna vez encontraron en él un refugio, una palabra, una esperanza.
En nombre de todos ellos, gracias, doctor. Gracias por tanto.
Descansa en paz, querido José.
¡Hoy Ferrol te llora, pero también te honra!
Hoy no solo se despide un médico: se despide un amigo, un hermano, un faro.
Tu bata queda colgada, pero tu memoria seguirá latiendo —con fuerza y gratitud— en cada uno de nosotros.
José Carlos Enríquez Díaz