(Poema de amor eterno a una mujer de fe)
Maite, tu nombre es eco de esperanza,
como un susurro que en el alma danza,
flor de la vida, savia del consuelo,
bálsamo dulce que me lleva al cielo.
Tu fe, raíz que nunca se doblega,
como roble en tormenta se despliega.
Cada palabra tuya es una oración
que toca a Dios desde el corazón.
No es solo tu sonrisa la que enciende el día,
es la ternura que das sin medida,
es tu mirada clara y transparente
que guía al perdido, que abraza al ausente.
Sensible al dolor, alma que escucha,
manos abiertas, justicia que lucha.
Honesta hasta en los más pequeños gestos,
honrada en tus silencios, en tus textos.
Eres la calma en medio del naufragio,
el faro que orienta sin un fallo,
una promesa viva de bondad,
la forma exacta de la verdad.
Tu voz tiene la música del cielo,
me envuelve, me levanta, es mi anhelo.
Y cada vez que dices mi nombre,
la vida entera parece más noble.
Maite, tú eres paz que se respira,
luz que en la sombra nunca se retira,
el arte de amar sin condición,
un ángel con vestido de canción.
No hay oro, ni riqueza, ni corona,
que iguale lo que tu alma entona.
Eres tesoro sin artificio,
milagro puro, amor sin sacrificio.
Cuando caminas, camina la gracia,
y donde estás florece la esperanza.
Tu risa —tan humana, tan sincera—
es primavera que nunca espera.
No me hace falta ver el paraíso
si puedo vivir contigo este hechizo.
Tus gestos son los versos de mi fe,
y tus abrazos, mi sagrado edén.
Eres la iglesia viva del cariño,
la que bendice incluso al más niño.
Tienes la fuerza de un corazón nuevo
y la dulzura que al dolor me lleva al cielo.
Si alguna vez el mundo se apagara,
y todo alrededor se desplomara,
quedaría tu amor como estandarte,
Maite, mi bien, mi sur, mi eterno arte.
Por ti escribiría el viento si pudiera,
pintaría el sol la más bella primavera.
Tú, que haces que Dios me parezca más cerca,
eres mi fe que despierta y no cesa.
Gracias por ser ternura que no cesa,
por vivir con la humildad de una princesa,
por cada gesto tuyo que me enseña
que amar es simple, si el alma es buena.
Te amo con el alma, sin medida,
con la verdad, con toda mi vida.
Maite, mujer de Dios y de ternura,
mi amor por ti será mi escritura.
Y si algún día lees esto en silencio,
quiero que sepas: por ti todo empiezo.
Eres mi oración, mi altar, mi estrella,
mi tierra santa… mi más bella huella.