Alberto Núñez Feijóo ha vuelto a demostrar que la empatía no cotiza en la sede de Génova. El presidente del Partido Popular ha tenido a bien “lamentar” la muerte del expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica, pero no sin antes advertirnos —no sea que alguien se equivoque— de que él, por supuesto, discrepaba ideológicamente con el difunto. ¿Y eso a quién demonios le importa en un pésame?
La frase exacta, que ya circula como meme, fue: “Desde la discrepancia ideológica, recuerdo su cordialidad y hospitalidad durante mi estancia en Montevideo.” Hay que tener la sensibilidad de un ficus para escribir algo así justo después de la muerte de un hombre que, nos guste o no su trayectoria, encarnaba la honestidad, la austeridad y la dignidad política de una forma que Feijóo sólo puede soñar desde su despacho con moqueta gris y alma de powerpoint.
Pepe Mujica vivió como pensaba: pobre, austero, consecuente. Rechazó los lujos del poder, donó gran parte de su salario, criticó con valentía tanto al populismo chavista como al neoliberalismo feroz. Jamás escondió su pasado ni maquilló su historia. ¿Puede Feijóo decir lo mismo? ¿Puede siquiera articular una frase sin colocar antes un disclaimer que lo libre de cualquier sombra de “izquierdismo humanista”?
Si Feijóo se cruza con alguien que no invierte en fondos suizos o no cree que los pobres lo son por falta de esfuerzo, necesita primero avisarnos de que no está “de acuerdo” con ese estilo de vida, no sea que alguien crea que le han salido principios. Mujica se subía al tractor para arar su tierra. Feijóo, en cambio, no se sube ni al metro sin asesor de imagen.
Y no es sólo el fondo. Es el tono, el gesto, el egoísmo emocional. El pésame de Feijóo no ha sido un acto de respeto, ha sido una nota al pie con gesto de superioridad. Una especie de “yo no era como él, por si acaso”. Una maniobra tan innecesaria como reveladora: quien no puede elogiar sin distanciarse, teme parecer humano.
Twitter, ese páramo cruel donde la compasión no suele florecer, le ha dado una lección de dignidad. Los comentarios que recibió —desde la izquierda, desde la derecha, desde todas partes— lo retrataron de cuerpo entero: rancio, mezquino, incapaz de emoción sincera. Uno de ellos, con miles de likes, decía: “Para que veas la categoría de personaje que eres cuando tienes discrepancias con un señor como Pepe Mujica.” No se puede decir mejor.
Feijóo ha demostrado muchas veces su vacío discursivo, pero lo de Mujica es una cima de su mediocridad. Mientras medio planeta recordaba al viejo guerrillero que hablaba con flores y gobernaba con decencia, él no pudo evitar aclarar que no eran “lo mismo”. Claro que no lo eran: Mujica creía en la política como servicio; Feijóo, como trámite.
¿Discrepancias ideológicas? Mujica decía que “la política no puede ser una herramienta para hacerse rico”, Feijóo preside un partido que ha hecho de la corrupción una tradición familiar. Mujica vivía en una casa con goteras. Feijóo vive protegido por moquetas, filtros y un entorno donde el mayor gesto de audacia es atreverse a citar a Suárez sin decir algo torpe.
Ya no se trata de torpeza. Feijóo es un político plano, sin alma, sin latido, sin humanidad reconocible. Si no supo estar a la altura en un simple pésame, ¿cómo va a estarlo para gobernar un país?
La muerte de alguien como Mujica no exige ideología, exige decencia. Cualquiera puede decir “descanse en paz” sin sentir que traiciona a su electorado. Pero Feijóo no pudo. Le traicionó su naturaleza: calculadora, hueca, cobarde.
Hoy no sólo ha muerto un hombre íntegro. Hoy también hemos confirmado que Feijóo no tiene lo que hay que tener para liderar nada, ni siquiera un pésame digno. Mujica será recordado como un símbolo universal de honestidad. Feijóo, como una nota al margen, un tecnócrata sin poesía, sin pulso, sin valor.
Este hombre no necesita una segunda oportunidad. No necesita otra campaña. No necesita más asesores.
Necesita una jubilación anticipada, un silencio largo y una buena dosis de vergüenza.
Si la alternativa a Pedro Sánchez va a ser Alberto Núñez Feijóo, lo siento por España. Será como salir de Guatemala y meterse en Guatepeor. Desde esta isla caribeña, veo España como un estado fallido, donde el bipartidismo, el método D’Hondt y la falta de criterio de los españoles permiten que el poder sea ejercido por puteros, corruptos y delincuentes. Un pueblo sin valores ni dignidad tiene los políticos que se merece.