A casi medio siglo de la muerte de Franco, España sigue lidiando con los fantasmas del pasado. Y aunque nadie puede afirmar con seriedad que el país actual vive una dictadura, algunos partidos políticos han hecho de la nostalgia autoritaria, el revisionismo histórico y el ultranacionalismo su bandera. VOX, liderado por Santiago Abascal, ha rescatado muchos de los elementos ideológicos del franquismo —aunque con lenguaje adaptado al siglo XXI— para construir una alternativa que se presenta como moderna, pero que bebe de las fuentes más rancias del autoritarismo.
Un mismo enemigo: el “otro”
El franquismo construyó su discurso sobre un enemigo interno: el rojo, el separatista, el ateo, el comunista, el “antiespañol”. Se trataba de un relato de “ellos contra nosotros” que justificó la represión, el exilio y la censura. VOX ha encontrado su propio “otro”: el inmigrante, el feminismo, el independentismo, la izquierda, el colectivo LGTBI. Bajo una retórica de “reconquista”, agitan el miedo y la división.
Ambos discursos necesitan enemigos permanentes. Porque sin ellos, no pueden presentarse como salvadores. Y en ambos casos, se alimentan de mitos y medias verdades para construir una narrativa que polariza, enfrenta y crispa.
El papel de la mujer: del hogar al objetivo político
El franquismo impuso un modelo de mujer subordinada, relegada al hogar, sin voz ni autonomía. VOX, aunque no lo diga con las mismas palabras, propone una agenda que choca frontalmente con los avances en igualdad: niega la violencia de género como fenómeno estructural, quiere derogar leyes que protegen a las mujeres, y ridiculiza el feminismo como “ideología totalitaria”.
En ambos casos, la mujer es vista no como sujeto de derechos, sino como pieza de un engranaje social tradicional. La defensa de la “familia natural” y la obsesión por controlar los discursos de género no son casualidades: forman parte de una misma concepción del mundo en la que los derechos se jerarquizan.
Centralismo a ultranza y nostalgia imperial
Franco defendía una España uniforme, centralista, castellanizada. La diversidad era un problema a eliminar. VOX también aboga por recentralizar el Estado, suprimir autonomías, ilegalizar partidos independentistas y prohibir cualquier expresión que no encaje en su modelo de nación.
Esta visión unitaria y excluyente de España niega el carácter plural del país. Para ambos, lo diferente es amenaza. La bandera es usada como arma, no como símbolo compartido.
Censura cultural y moralismo reaccionario
El franquismo censuró libros, películas, prensa, arte, ideas. Todo lo que se apartara de la “moral nacional-católica” era peligrosamente subversivo. VOX, aunque no gobierna, ya ha pedido retirar libros de institutos, eliminar contenidos educativos que hablen de diversidad afectiva o de feminismo, y ha promovido el veto parental.
Ambos regímenes comparten una idea: la cultura debe estar al servicio de una única verdad. Y quien la cuestione, debe ser silenciado.
Autoritarismo disfrazado de legalismo
Franco impuso un régimen sin elecciones reales ni división de poderes. VOX no es una dictadura, pero propone limitar derechos en nombre del orden: mano dura, endurecimiento penal, restricciones a la protesta y desprecio constante por los contrapesos institucionales.
Suelen elogiar a los “hombres fuertes”, critican a los jueces cuando no fallan a su favor, y alimentan el discurso de que las instituciones están “secuestradas por la izquierda”. Este desprecio a las reglas del juego democrático es terreno fértil para el autoritarismo.
Democracia sí, pero solo si gano yo
Tanto el franquismo como el discurso actual de VOX comparten una concepción utilitarista de la democracia: la aceptan solo si refuerza su poder. Si el sistema funciona a favor, lo legitiman. Si no, lo acusan de manipulado, ilegítimo o traidor.
Este tipo de discurso mina la confianza pública en las instituciones y abre la puerta al populismo autoritario: la idea de que solo una voz, una verdad y un líder son necesarios.
Conclusión: lo que cambia y lo que no
Es evidente que VOX no es el franquismo. Hay diferencias de contexto, forma y legalidad. Pero también es evidente que muchos de sus planteamientos reeditan, con traje nuevo, ideas viejas. Rechazo a la pluralidad, nostalgia de una España homogénea, miedo al otro, ataques a los avances sociales, desprecio por los derechos civiles y un discurso cargado de enemigos imaginarios.
Cuando se glorifica el pasado autoritario, cuando se minimiza la dictadura y se demoniza la diferencia, el riesgo no es solo político: es ético. Porque la historia no se repite exactamente igual, pero sí rima. Y hoy, los ecos del franquismo suenan con más fuerza de lo que muchos quieren admitir.