La situación actual de la Iglesia lucense refleja un momento de profunda preocupación y de evidente desgaste. Los datos son contundentes: la edad media del clero de Lugo alcanza los 75 años, lo que significa que la inmensa mayoría de sus sacerdotes se encuentran ya en una etapa avanzada de la vida, muchos de ellos próximos o incluso sobrepasando la edad de jubilación. La diócesis cuenta con 263 sacerdotes para atender las necesidades espirituales de más de 256.500 fieles repartidos en 1.138 parroquias que cubren un territorio extenso, de 7.703 km². Estas cifras, frías pero elocuentes, dibujan un mapa eclesial donde la escasez de vocaciones y el envejecimiento del clero son los principales desafíos.
Esta situación no es nueva. Desde hace años, las parroquias rurales lucenses han ido quedando desiertas, fusionadas o compartiendo párroco con otras varias. Ante cada cambio de sacerdote, las protestas de los fieles son frecuentes. Muchos no comprenden que esos movimientos no responden a una estrategia arbitraria del Obispado, sino a una realidad estructural: simplemente no hay sacerdotes jóvenes disponibles. La “frescura” que muchos reclaman no puede inventarse. El relevo generacional no llega, y las comunidades se ven obligadas a adaptarse a un panorama donde la presencia sacerdotal se reduce y envejece.
El clero lucense, fiel y entregado, sostiene aún con sacrificio y vocación heroica una diócesis extensa y envejecida también en su base demográfica. Sin embargo, los datos hablan por sí solos: sin renovación, la continuidad está en riesgo. Se trata de una Iglesia que resiste, pero que no logra reinventarse ni atraer nuevas vocaciones, una Iglesia que sobrevive gracias a la entrega de sus sacerdotes veteranos, pero que carece de dinamismo, de impulso, de proyecto.
Muy distinto es el panorama en la vecina Diócesis de Mondoñedo-Ferrol, donde su obispo, Fernando García Cadiñanos, ha demostrado visión pastoral, capacidad de gestión y un compromiso activo con el futuro de su comunidad. Frente al inmovilismo que paraliza a otras diócesis, García Cadiñanos ha optado por abrir las puertas, tender puentes y apostar por la colaboración interdiocesana.
Actualmente, Mondoñedo-Ferrol cuenta con 95 sacerdotes en activo para atender 422 parroquias, una realidad también compleja, pero que se afronta desde una actitud proactiva y esperanzadora. Mientras en Lugo los números pesan como una losa, en Mondoñedo-Ferrol los signos de vitalidad son palpables. El obispo ha logrado incrementar el número de seminaristas, que ya son ocho jóvenes en formación en el Seminario Interdiocesano de Santiago de Compostela. Este dato, en el contexto actual, tiene un enorme valor simbólico: significa que existe esperanza, que hay futuro, que hay juventud dispuesta a servir.
Pero la estrategia del obispo mindoniense no se detiene ahí. Consciente de que la Iglesia no puede encerrarse en sí misma, García Cadiñanos ha promovido acuerdos con diócesis de otros países —como Guayaquil (Ecuador) y Kikwit (Congo)— para incorporar sacerdotes misioneros que, mediante convenios pastorales, trabajarán en parroquias locales durante varios años. A ellos se suma también un sacerdote procedente de Burgos, diócesis natal del propio obispo. Esta apertura a la cooperación internacional demuestra una visión eclesial amplia, solidaria y dinámica, enraizada en la tradición misionera de la Iglesia gallega, pero adaptada a los tiempos presentes.
Como él mismo ha señalado, “la colaboración entre diócesis ha sido una acción permanente a lo largo de la historia”. Y, efectivamente, si en otro tiempo fueron los sacerdotes gallegos quienes partieron hacia América, África o Asia, hoy son otros los que vienen a Galicia a compartir su fe, su experiencia y su vocación. García Cadiñanos lo entiende así: no como una pérdida de identidad, sino como una enriquecedora comunión eclesial.
Además, su preocupación no se limita a cubrir vacantes. El obispo ha mostrado un compromiso real con la formación de los laicos, a quienes considera parte esencial del futuro de la Iglesia. De hecho, ha anunciado que instituirá nuevos ministerios laicales, preparando a hombres y mujeres para asumir responsabilidades pastorales dentro de las comunidades. Es decir, apuesta por una Iglesia viva, participativa y corresponsable, donde los fieles no son meros espectadores, sino protagonistas activos de la evangelización.
Esta manera de entender la pastoral contrasta profundamente con el clima que se respira en Lugo. Allí, el problema no es solo la falta de sacerdotes jóvenes, sino la ausencia de un proyecto de renovación integral, de una visión que anticipe el futuro. Mientras Lugo se ve arrastrada por la inercia de la demografía, Mondoñedo-Ferrol se abre al mundo, se adapta, se renueva.
El liderazgo del obispo García Cadiñanos se ha convertido, así, en un ejemplo de cómo la Iglesia puede afrontar la crisis vocacional con inteligencia, apertura y esperanza. No se trata solo de traer sacerdotes de fuera, sino de crear un clima de colaboración y entusiasmo, de construir una Iglesia donde la fe se comparte, se contagia y se renueva constantemente.
En definitiva, el contraste entre ambas diócesis es el reflejo de dos maneras de entender el presente y de encarar el futuro. En Lugo, el peso del pasado y la falta de relevo dibujan una realidad preocupante, casi crepuscular. En Mondoñedo-Ferrol, en cambio, el trabajo silencioso pero constante del obispo García Cadiñanos está manteniendo viva una Iglesia que se mueve, que respira, que se abre.
Don Fernando García Cadiñanos encarna esa figura de pastor cercano, audaz y comprometido, capaz de mirar más allá de las fronteras diocesanas y de entender que la Iglesia solo sobrevivirá si se mantiene viva, unida y en salida. Su labor, discreta pero profunda, representa un soplo de aire fresco en el panorama eclesial gallego.
En tiempos en que la escasez y el desánimo parecen dominar, su testimonio demuestra que con visión, cooperación y fe, todavía es posible construir una Iglesia renovada, esperanzada y plenamente viva.