María Corina Machado: el Nobel de la Paz que divide a Venezuela y al mundo

María Corina Machado: el Nobel de la Paz que divide a Venezuela y al mundo

El Premio Nobel de la Paz 2025 concedido a María Corina Machado ha despertado tanto entusiasmo como indignación. Para algunos, representa el reconocimiento a una mujer que ha desafiado a un régimen autoritario; para otros, una operación política que premia a una figura con un largo historial de vínculos con intereses extranjeros y con las corrientes más conservadoras del mundo occidental. Como me decía un amigo al enterarse de la noticia, “darle el Nobel de la Paz a María Corina Machado es como meter a un zorro en el gallinero con las gallinas”.

Criada en entornos de educación privada entre Venezuela y Estados Unidos, Machado proviene de una familia vinculada al sector empresarial. Desde joven fundó organizaciones civiles y fundaciones destinadas —según sus palabras— a fortalecer la participación ciudadana. Su nombre comenzó a resonar a comienzos de los 2000, cuando cofundó la ONG Súmate, una entidad que recibió financiamiento de organismos estadounidenses como la National Endowment for Democracy (NED), la USAID y el National Democratic Institute. En teoría, estas instituciones promueven la democracia; sin embargo, críticos sostienen que en realidad han servido históricamente para canalizar la influencia política de Washington en países estratégicos de América Latina.

El contexto no era menor. En 1998, el comandante Hugo Chávez había ganado las elecciones con una promesa de regeneración democrática que transformó el panorama político venezolano. Apenas cuatro años después, en 2002, María Corina Machado firmó el Decreto Carmona, el documento que acompañó el golpe de Estado contra Chávez. Ese texto suprimía todos los poderes públicos y pretendía instaurar un gobierno de transición contrario a la voluntad popular. El golpe fracasó en menos de 48 horas, pero dejó clara la posición política de Machado, que poco después participaría en el paro petrolero de 2002, otra estrategia para desestabilizar al gobierno.

En 2004, desde Súmate, impulsó el referendo revocatorio contra Chávez, un mecanismo constitucional promovido por el propio presidente. La oposición perdió ampliamente, con un 60% de votos favorables a Chávez, pero Machado continuó ascendiendo en el espacio político opositor, respaldada por sectores internacionales. En 2005, fue recibida por el presidente George W. Bush en el Despacho Oval, un gesto inusual para una activista venezolana, que alimentó las sospechas sobre su cercanía con la política exterior estadounidense.

En 2009, obtuvo una beca en el Yale World Fellows Program, de la Universidad de Yale, diseñado para formar líderes globales “en defensa de las libertades civiles”. Sus críticos lo describieron con sarcasmo como un “posgrado en desestabilización”, en alusión a su historial político.

Machado siempre fue más valorada fuera de Venezuela que dentro. En 2010 dejó Súmate y se integró al viejo partido Acción Democrática, emblema del sistema del puntofijismo —el modelo bipartidista que gobernó Venezuela durante 40 años—. En 2011 compitió en las primarias de la Mesa de la Unidad Democrática, obteniendo apenas un 3,7% de los votos, muy por debajo de Henrique Capriles. Aun así, fue elegida diputada y protagonizó un recordado choque con Chávez en la Asamblea Nacional, cuando criticó la nacionalización del petróleo y de la siderurgia —empresa familiar de su padre—. El presidente le respondió con ironía: “Gane usted las primarias primero, diputada. Está fuera de ranking para debatir conmigo. Águila no caza mosca”. La frase quedó grabada en la historia política venezolana.

Tras la muerte de Chávez, su papel cobró nuevo impulso. En 2014, se convirtió en una de las principales impulsoras del plan “La Salida”, que buscaba derrocar al presidente Nicolás Maduro mediante una ola de protestas violentas. Aquellos episodios, conocidos como las guarimbas, dejaron decenas de muertos y profundizaron la fractura social. Machado fue destituida como diputada e inhabilitada políticamente, pero no se retiró de la vida pública. Siguió defendiendo las sanciones internacionales contra Venezuela, a las que calificó de “justas y necesarias”, pese a que esas medidas provocaron una caída del 80% del PIB y un éxodo masivo de ciudadanos.

En 2019, apoyó el autoproclamado gobierno de Juan Guaidó, reconocido por Estados Unidos y la Unión Europea. Cuando Guaidó cayó en desgracia, Machado heredó su papel como figura preferida de Washington, consolidando su liderazgo dentro de la oposición. Ese mismo año, en una entrevista con el canal israelí i24News, afirmó que, si llegaba al poder, trasladaría la embajada venezolana de Tel Aviv a Jerusalén, siguiendo la política adoptada por Donald Trump. En declaraciones recientes, ha llegado a decir que “la lucha de Israel también es la lucha de Venezuela”, alineándose con la visión geopolítica del bloque occidental.

Aunque no existen vínculos institucionales entre Machado y el gobierno israelí, su discurso refleja una afinidad ideológica y diplomática con el Estado hebreo y con la política internacional de Washington, especialmente en el contexto de las tensiones de Oriente Medio. Este alineamiento refuerza la percepción de que su figura política forma parte de una estrategia de reposicionamiento del eje proestadounidense en América Latina, en contraste con el chavismo, tradicionalmente aliado del eje palestino, iraní y ruso.

El Nobel de la Paz ha reavivado todas estas lecturas. El Comité Noruego lo justificó por su “defensa pacífica de la democracia”, pero muchos analistas ven el premio como una jugada diplomática para legitimar a una futura líder favorable a los intereses occidentales. La presencia de flotas estadounidenses en el Caribe, el peso del petróleo venezolano y el desgaste del gobierno de Maduro alimentan la sospecha de que el galardón no solo reconoce a una activista, sino que abre la puerta a un nuevo tablero de poder regional.

Con el Nobel, María Corina Machado se ha convertido en símbolo y en controversia. Para sus partidarios, encarna la esperanza de una transición democrática; para sus detractores, la representación de un proyecto neoliberal tutelado por potencias extranjeras. Su biografía —del Decreto Carmona al Yale World Fellows, de las guarimbas al Nobel, pasando por su cercanía con Trump y su defensa de Israel— parece condensar las contradicciones de la Venezuela contemporánea: un país atrapado entre la utopía y la dependencia, entre la soberanía y la influencia.

Y quizás por eso, al escuchar la noticia, un buen amigo mío resumió con una lucidez brutal lo que muchos piensan en voz baja:
Dar el Nobel de la Paz a María Corina Machado es como meter a un zorro en el gallinero con las gallinas”.

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