En medio de un clima social marcado por la desconfianza, el miedo y el ruido político en torno a la cuestión migratoria, la voz del obispo de Mondoñedo-Ferrol, Fernando García Cadiñanos, resuena con fuerza y claridad. Sus palabras, lejos de los tópicos y prejuicios que se repiten hasta la saciedad, nos proponen mirar a los migrantes como lo que verdaderamente son: personas, historias, familias, sueños y, sobre todo, esperanza.
Vivimos tiempos en que la migración se utiliza muchas veces como arma arrojadiza. No faltan mensajes que circulan por redes sociales y grupos de WhatsApp, cargados de odio, insultos y manipulación política, donde los migrantes aparecen como un problema, una amenaza o incluso un enemigo. Frente a esta corriente de demonización, alentada por ciertas fuerzas de ultraderecha que reducen a los migrantes a meras cifras o estigmas, resulta profundamente humano y evangélico escuchar la reflexión serena y valiente del obispo D. Fernando.
Él nos recuerda que la migración es un tema central para el futuro de nuestras sociedades y que no se puede abordar desde las emociones desbordadas ni desde las soluciones simplistas y populistas. Al contrario, hay que mirarlo con profundidad, a la luz del bien común y con un enfoque global e integral. Su referencia al papa León XIV es iluminadora: “La tendencia generalizada de velar exclusivamente por los intereses de comunidades circunscritas constituye una grave amenaza para la solidaridad global y el bien común de la familia humana”.
El obispo insiste en que no podemos olvidar las causas reales que obligan a millones de personas a dejar su tierra: guerras, violencia, injusticias, fenómenos meteorológicos extremos. Y aquí hay un punto esencial: cuando comprendemos esas raíces, dejamos de pensar que la decisión de emigrar es siempre libre y caprichosa. Descubrimos entonces el dolor, los duelos y las renuncias que acompañan a todo migrante.
Pero lo más hermoso de su mensaje no está solo en el análisis global, sino en su mirada concreta y cercana. Fernando afirma que es el encuentro personal con cada migrante lo que nos transforma: escuchar su historia, conocer sus sueños, mirarlos a los ojos. Esa cercanía nos libra de la tentación de la generalización y la ideologización. Como dice el propio obispo: “¡La realidad siempre supera y corrige a la idea!”.
La Iglesia, recuerda Nuestro obispo, nos enseña cuatro verbos que son claves para el futuro: acoger, proteger, promover e integrar. Y al hacerlo nos invita a mirar en positivo, como lo hacía Jesús. No se trata de ver al migrante como un competidor o una amenaza, sino como una oportunidad de crecimiento humano, social y espiritual.
En este sentido, resulta conmovedor leer en el mensaje de los obispos: “Los migrantes están revitalizando con su juventud, sus valores, su trabajo, sus vidas, sus familias, su fe y sus ideales la realidad social y eclesial de nuestro país y de nuestras comunidades parroquiales”. No se trata de una concesión, sino de un reconocimiento real y palpable. Basta mirar alrededor: parroquias renovadas por comunidades latinoamericanas, niños que devuelven vida a colegios amenazados por la despoblación, trabajadores que sostienen sectores enteros de la economía.
Mientras algunos prefieren seguir alimentando discursos de exclusión y estigmatización, el obispo nos invita a un cambio de mirada: ver en los migrantes no un problema, sino un don, una esperanza, un regalo para nuestra sociedad. Y así lo subraya el lema de la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado de este año: “misioneros de esperanza”.

En un tiempo en que el discurso de la cizaña pretende confundir y mezclar a todos, el obispo nos anima a descubrir también el trigo que ya está floreciendo entre nosotros. Trigo hecho de juventud, de fe, de energía, de solidaridad. Trigo que no solo enriquece nuestro presente, sino que asegura un futuro más humano para todos.
Fernando García Cadiñanos, con su tono cercano y fraterno —“vuestro hermano y amigo”, firma su mensaje—, se convierte él mismo en un pastor que abre caminos de fraternidad frente a los muros del egoísmo. En un mundo que tantas veces da la espalda, él nos recuerda que el plan de Dios es un “nosotros más amplio”, donde la dignidad y la justicia sean compartidas por todos, sin exclusiones.
Quizás ese sea el mayor desafío de nuestro tiempo: dejar atrás el miedo al otro y reconocerlo como hermano. Y ahí, el mensaje de Fernando García Cadiñanos no es solo un discurso más: es una llamada a la conversión, a la humanidad y a la esperanza.
Hoy, en medio de tantos mensajes insultantes y divisivos, escuchar al obispo de Mondoñedo-Ferrol es como respirar aire fresco. Porque sus palabras nos invitan a mirar a cada migrante no como un problema a gestionar, sino como un rostro, una vida, una esperanza que viene a enriquecer nuestras tierras. Y en esa mirada, como él mismo dice, está la clave de nuestro futuro común.