Cuando la Iglesia abraza a Trump y da la espalda a los pobres

Cuando la Iglesia abraza a Trump y da la espalda a los pobres

Hay veces en que uno se queda sin palabras, pero no por falta de argumentos, sino por el dolor que produce ver cómo una parte de la Iglesia se pone del lado equivocado de la historia. El congreso Católicos y Vida Pública, organizado por la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) en el CEU, es un claro ejemplo de esta deriva: lo que debería ser un espacio de encuentro evangélico se ha convertido en una sucursal del movimiento MAGA, el trumpismo más duro, importado desde Estados Unidos para instalarse en España.

Resulta insultante ver cómo se aplaude la presencia de Kevin Roberts, ideólogo de Donald Trump y presidente de la Fundación Heritage, un think tank que promueve el llamado Proyecto 2025, un plan para destruir derechos fundamentales, levantar más muros y endurecer hasta el extremo las políticas contra los inmigrantes. ¿Cómo puede ser que una institución católica acoja con honores a alguien que respalda a un político que ha tratado a los migrantes como enemigos, que ha separado familias en la frontera, que ha puesto a niños en jaulas y que ha hecho del rechazo al extranjero su bandera? Eso no es cristiano. Eso es lo contrario al Evangelio.

Y lo digo desde la experiencia. Colaboré durante un tiempo con la iglesia evangélica Asambleas de Dios, donde existía una casa de acogida. Allí convivían inmigrantes de cuatro o cinco nacionalidades diferentes. Compartíamos lo poco que teníamos: un plato de comida, un tiempo de oración, la lectura de la Palabra, cantos, celebraciones sencillas pero llenas de vida. Lo que más recuerdo es la fraternidad: no importaba el idioma, ni la piel, ni la procedencia. Compartíamos el pan y el Evangelio. Y en esos rostros cansados, muchas veces marcados por el dolor del desarraigo, descubrí el rostro mismo de Cristo.

Por eso me duele tanto ver cómo hoy, desde espacios que se llaman “católicos”, se desprecia al pobre, se señala al inmigrante como problema y se aplaude a quienes levantan muros. Esa contradicción no es solo política: es profundamente espiritual.

2022_02_12_WEB_(Fotos: RAFA MOLINA) Toma de posesion del Obispo Munilla

El congreso contará también con Sophia Kuby, militante de ADF Internacional, una organización que se dedica a perseguir el reconocimiento de los matrimonios homosexuales. Todo ello, de la mano del obispo José Ignacio Munilla, un rostro ya habitual del ultracatolicismo español, conocido por declaraciones que poco tienen de misericordia y mucho de dogmatismo: desde sus ataques constantes a la comunidad LGTBI, hasta su obsesión por presentar la fe como un muro contra el mundo moderno.

Pero Jesús no levantaba muros, los derribaba. Jesús no predicaba miedo, sino confianza. Jesús no se rodeaba de poderosos que diseñan proyectos políticos para blindar privilegios, sino que caminaba junto a los pobres, a los leprosos, a las mujeres marginadas, a los que nadie quería mirar. ¿Qué diría Jesús hoy al ver cómo se instrumentaliza su nombre para dar cobertura a las agendas más reaccionarias y crueles?

La propia convocatoria del congreso habla de que España está “en grave peligro” y que “el mal no prevalecerá”. Pero, ¿qué mal? ¿El mal es que haya pobres que reclaman pan? ¿Que haya inmigrantes que huyen de la miseria o de guerras injustas buscando refugio? ¿O el verdadero mal es que quienes dicen representarle a Él se sienten en mesas de poder con los que diseñan políticas para excluir, dividir y condenar a los más débiles?

El Evangelio no es una ideología. Es vida. Y la vida de Jesús fue clara: “Lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. No hay escapatoria a esas palabras. No hay interpretación posible que las transforme en un llamamiento al rechazo, a la exclusión, al miedo al extranjero. El cristianismo no puede convertirse en la coartada religiosa de quienes solo buscan blindar fronteras, controlar cuerpos y mantener privilegios.

Lo más triste de todo es que la ACdP fue, en su día, protagonista de la apertura de la Iglesia en la Transición española, símbolo de reconciliación y encuentro. Hoy, en cambio, se convierte en un think tank de la ultraderecha. Lo que antes era esperanza ahora es miedo. Lo que antes era diálogo ahora es trinchera.

Y yo me pregunto: ¿de qué sirve organizar congresos, pronunciar discursos solemnes y escribir manifiestos grandilocuentes si se ha olvidado lo esencial? ¿De qué sirve hablar de “renovación espiritual” si se aplaude al poder y se desprecia al pobre? ¿Qué sentido tiene invocar a Dios mientras se niega el rostro de Cristo en los migrantes, en los refugiados, en los descartados de siempre?

La Iglesia no está llamada a ser un bastión del poder político ni un brazo religioso de la ultraderecha. Está llamada a ser casa de los pobres, hospital de campaña para los heridos, refugio de los que llegan con las manos vacías. Si la Iglesia se convierte en un escenario para discursos como los de Kevin Roberts, Sophia Kuby o Ignacio Munilla, entonces se está traicionando al propio Cristo.

Yo sigo creyendo en una Iglesia distinta. La he visto en aquella casa de acogida, en esas comunidades donde no importaba de dónde venías, sino quién eras. La he visto en inmigrantes que encontraban hermanos en una tierra extraña. La he visto en el pan compartido y en la Palabra proclamada sin adornos, pero con fuerza. Esa Iglesia existe, aunque a veces quede oscurecida por los focos de congresos llenos de ideología y vacíos de Evangelio.

En tiempos como estos, cuando veo que ciertos sectores de la Iglesia se alían con los que levantan muros y fronteras, recuerdo que Jesús eligió otro camino. No el del poder, sino el del servicio. No el del miedo, sino el del amor. Y ese es el único camino que puede salvarnos, como personas y como sociedad. Lo demás, todo lo demás, es simple traición al Evangelio.

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