Este año conmemoramos el aniversario del fallecimiento de Madre San Pascual, una mujer de fe y entrega profunda que tuvo la valentía de dar vida a una misión que hoy ustedes, Hermanas del Santo Ángel de la Guarda, continúan con corazón generoso.
Junto a ella estuvo siempre el Padre Luis Antonio Ormières, nacido en 1809 en Quillán, un sacerdote humilde y comprometido que dedicó su vida a los niños y jóvenes olvidados, convencido de que cada persona tiene un don único que debe descubrir y poner al servicio del mundo. Ormières no solo fue el cofundador, sino el alma de un proyecto donde la educación y el amor se funden para formar verdaderos discípulos. Él defendió con pasión una educación integral desde la justicia, la dignidad y la fe, vivida siempre con una ternura firme y cercana.
Lo que ustedes han heredado no es solo una congregación, sino un verdadero refugio para quienes más necesitan esperanza y acompañamiento. Esa combinación de dulzura que abraza y firmeza que sostiene es un carisma que sigue latiendo en cada hermana, en cada gesto, en cada entrega diaria.
Quiero que sepan que, aunque no pertenezco a esta familia religiosa, les reconozco con admiración su vida sencilla y valiente, esa disponibilidad total a la voluntad de Dios y ese amor profundo que transforma realidades.
Ustedes son, en este mundo tantas veces complicado, verdaderos ángeles visibles. En su dedicación y sacrificio diario, están haciendo realidad el sueño de quienes soñaron con un mundo más justo y humano.
Por eso, en este aniversario, deseo animarles a continuar con esa pasión que contagia, a sostenerse mutuamente en la fraternidad, y a no perder nunca la esperanza ni el amor que define su camino.
Que cada día que donan sea luz para otros, que la dulzura no solo abrace, sino que también fortalezca. Que la firmeza no sea dureza sino coraje santo. Y que el espíritu que vivieron Madre San Pascual y Luis Antonio Ormières siga ardiendo en su corazón, orientándolas siempre hacia la misión que Dios les confió.
Recuerden siempre que su vida entregada, aunque invisible en ocasiones, es un poema vivo de amor, una esperanza que no se apaga y una fuerza que mueve el mundo.
Gracias por ser testimonio vivo de que el amor en acción es la semilla que nunca muere.