Hoy, conversando con un buen amigo sacerdote de una tierra querida, Asturias, me recordaba cómo la envidia y la calumnia caminan siempre juntas, inseparables en su intención de destruir. Esa tierra asturiana, que tanto cariño me ha dado y a la que siempre llevo en el corazón, cobra en esas palabras un sentido especial. Porque como en Asturias, donde las mareas y montañas nos enseñan a resistir, así debemos aprender a enfrentar el daño que otros intentan con sus palabras envidiosas y falsas.
Asturias no es solo un lugar en el mapa; es un crisol de tradiciones ancestrales que mantienen viva una identidad única. Sus gentes, con corazón fuerte y espíritu abierto, saben lo que es la lucha diaria pero también el valor del abrazo sincero y la palabra justa. La cultura asturiana, con su música de gaitas y tamboriles, sus danzas y sus fiestas donde la comunidad se une, refleja ese carácter orgulloso pero humilde que tanto admiro. Esa tierra me ha enseñado cuánto vale mantenerse firme y ser fiel a uno mismo y a los demás, a pesar del viento y la tormenta.
He vivido en carne propia ese veneno oscuro. Personas que, movidas por la envidia, han sembrado calumnias intentando frenar el avance con críticas injustas y rumores dañinos. Pero con el tiempo he comprendido que la mejor respuesta no es caer en el juego ni dejarse abatir. La paciencia, la fe y la coherencia en el propio camino son el escudo que nos hace invencibles.
La Biblia es clara: “Donde hay envidia y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Santiago 3:16). La envidia alimenta esa voz malintencionada que busca herir y dividir. Pero Jesús mismo fue víctima de calumnias y ataques. Aun así, enseñó a responder con bendición: “Bienaventurados cuando por mi causa os insulten y persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros mintiendo” (Mateo 5:11). Este es un llamado a mantener la dignidad y la esperanza aun en la adversidad.

Cuando surgen rumores o ataques injustos, es fácil detenerse o angustiarse. Pero el Evangelio nos anima a seguir firmes, confiando en Dios: “No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien” (Romanos 12:21). La verdadera victoria es mantener la integridad y la paz interior.
San Pedro dice: “Tened buena conciencia, para que en lo que sois calumniados, queden en evidencia los que calumnian” (1 Pedro 3:16). Nuestra vida recta es la mejor defensa frente a la calumnia y la envidia, el faro que alumbra en la tormenta.
Dejar pasar las intenciones turbias que intentan frenarnos es difícil, pero es una necesidad vital. Dios conoce nuestro corazón y protege: “Ningún arma forjada contra ti prosperará” (Isaías 54:17). La fe es el refugio donde reposar y volver a levantarse.
Perdonar sin olvidar, amar sin cegar, resistir sin rendirse: esa es la respuesta cristiana al mal que busca derribar. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 15:12) sigue siendo el mandamiento vivo que desarma la calumnia y la envidia.
No permitas que las palabras venenosas te aparten de tu camino ni roben tu alegría. La Biblia nos recuerda: “La verdad os hará libres” (Juan 8:32). Mantén la mirada firme, con la certeza de que la luz y el amor vencerán.
Que este mensaje llegue fuerte a quien hoy sufre por la malicia ajena y también sea aviso para quienes siembran odio: no podrán detener a quien camina con Dios. Ninguna envidia ni calumnia podrá derribar a quien confía en la verdad y el bien.
Nadie puede frenar tu avance si Dios camina contigo. Así es el camino seguro de quien quiere vivir en paz, apoyado en la gracia que renueva el espíritu y fortalece la voluntad.
Asi, pues, la envidia es, en esencia, la proyección profunda de no estar bien con uno mismo. Surge como un dolor interno, una insatisfacción amarga que nace de compararnos con otros y desear aquello que ellos tienen y nosotros creemos no poseer. La envidia es, más que un simple sentimiento, una señal de que algo dentro de nosotros reclama atención, aceptación y paz.
Quien envidia busca fervientemente poseer aquello que ve en el otro, pero muchas veces esa búsqueda se acompaña del deseo de privar a la otra persona de ese bien, lo que revela una herida interior profunda. Es un vacío que se intenta llenar con la mirada fija en el éxito o la felicidad ajena, cuando la verdadera sanación está en aprender a valorar y cultivar lo que somos y tenemos.
Por eso, la envidia no es solo un sentimiento hacia afuera, sino una lucha interna que nos invita a crecer, a sanar y a encontrar satisfacción en nuestro propio camino.