Esperanza en los Barrotes: Reflexión a partir de la mirada del obispo Fernando García Cadiñanos

Esperanza en los Barrotes: Reflexión a partir de la mirada del obispo Fernando García Cadiñanos

El mensaje del obispo de Mondoñedo-Ferrol, por el día de la Merced resuena con una profundidad humana y cristiana infrecuentes en nuestro tiempo. Ante una sociedad tentada tantas veces por la “mano dura” y la indiferencia ante la realidad penitenciaria, su reflexión nos invita a repensar la prisión desde la mirada de la misericordia y la esperanza.

Resulta esencial recordar en este 24 de septiembre la figura de la Virgen de la Merced, la que desde hace siglos es patrona de las prisiones y de quienes viven en cautividad, aquellos que el Evangelio señala como preferidos en el corazón de Dios. La “merced” —misericordia y liberación— no es solo patrimonio de una advocación mariana, sino un mandato cristiano radical: mirar al hermano caído, al que perdió el rumbo, como alguien que merece nueva oportunidad.

Este recordatorio es aún más necesario en esta cultura de la exclusión, la cancelación y el etiquetado. Como bien dice el obispo, solemos mirar la cárcel con frialdad y desde lejos. Olvidamos que Cristo no apartó su rostro del pecador, sino que lo miró con ternura, devolviéndole la dignidad. Hasta nos recuerda Hebreos: “acordaos de los presos como si estuvieseis presos como ellos”. ¡Qué exigente es este evangelio y cuán lejos de nuestros prejuicios cotidianos!

La cárcel, como expresó Cervantes, es el lugar “donde toda incomodidad tiene su asiento”, y Miguel Hernández la llamó “la fábrica del llanto”. Pero la mirada cristiana, y la de tantos voluntarios de pastoral penitenciaria, no se queda en el llanto, sino que busca sembrar esperanza donde parece imposible. El mensaje reconoce el sufrimiento de los reclusos, de sus familias y de las víctimas, sin perder de vista nunca la dignidad de cada vida.

D. Fernando afirma, con una sinceridad que conmueve, haber visto esa esperanza real tantas veces tras los muros, en celebraciones, caminos compartidos y pequeños gestos de humanidad. Habla de presos que rezan por sus familias, de lágrimas compartidas y de una “humanidad” que sobrevive, e incluso se multiplica, entre rejas. Se da así pleno sentido a las palabras de Cristo: “Estuve en la cárcel y vinisteis a verme”. Queda claro que, lejos de ser un acto de voluntarismo, visitar al preso transforma no solo a quien es visitado, sino también a quien visita: la compasión es doble, la gracia es circular.

No olvidemos el papa Francisco recordaba a la Iglesia, y por tanto a todos, a fijar la mirada en los moretones de nuestra sociedad: “reclamar condiciones dignas para los reclusos, respeto a los derechos humanos y la abolición de la pena de muerte…”. Es un programa exigente, no solo de reformas legales, sino ante todo de cambio de mirada y de empatía.

El mensaje de nuestro obispo va más allá de la denuncia: propone caminos alternativos. Habla de justicia restaurativa, de buscar penas alternativas, de luchar por una reinserción que sea real, no retórica. Llama a la implicación de profesionales y voluntarios —a quienes agradece expresamente— y al acompañamiento de las familias, muchas veces invisibilizadas o incluso estigmatizadas junto a sus seres queridos privados de libertad.

Quizá lo más bello, aquello que haría sonreír a la Virgen de la Merced y a todos los que la han invocado en situaciones de cautiverio, es la convicción de que la esperanza no está ausente en prisión, sino que, en ocasiones, allí germina con más fuerza que en la libertad. Son decenas los testimonios de conversión, de reencuentro consigo mismos, de reconstrucción interior y de valentía.

La cárcel deja de ser solo el lugar de la pena para convertirse en el espacio para la conversión, el perdón y la auténtica oportunidad. Queda atrás la tentación de la venganza o el castigo eterno; emerge la propuesta cristiana de la misericordia radical, la misma que encarnó Jesús, la que pedimos a María de la Merced en este día y que inspira cada jornada de los voluntarios y funcionarios honestos.

Gracias, Fernando, por poner en lo alto del púlpito la compasión que a menudo se pierde en debates superficiales. Gracias por el reconocimiento humilde a la labor callada de los voluntarios y funcionarios que hacen del Evangelio algo concreto. Que el testimonio de esperanza y humanidad siga extendiéndose entre barrotes y familias heridas, gracias al trabajo de todos y al consuelo maternal de la Virgen de la Merced.

Y como bien concluye el obispo: sigamos siendo esperanza para quienes nos han sido encomendados. Que este día y este año jubilar sean, de verdad, kairos de liberación y resurgir, para que ninguna persona quede relegada al olvido de la indiferencia. Gracias, don Fernando, por mirar, sentir y escribir desde el corazón.

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