No sé si reírme o preocuparme leyendo el artículo “Doble Vergüenza” de Juan Gallego en El Martillo. Lo que se presenta como un ejercicio de denuncia sobre las decisiones en la Junta de Cofradías y la Diócesis acaba siendo, en realidad, un monólogo de frustración personal, cargado de insultos, resentimiento y muy poca sustancia. Y lo digo con todo el respeto que me merece el derecho a opinar, pero también con la libertad de llamar las cosas por su nombre: esto no es crítica, esto es ajuste de cuentas disfrazado de columna.
Desde el arranque, se nos trata de tontos. “Ya estaba todo mascadito”, “no hay casualidades”, “nos quieren hacer creer”… Y aquí viene mi primera objeción: ¿de verdad la Semana Santa de Ferrol necesita teorías conspirativas para explicar decisiones internas? Porque lo que yo leo no es un análisis, es un “yo ya lo sabía” repetido en bucle, como si con eso bastara para tener razón. No basta.
Más grave aún es el tono. Porque una cosa es discrepar y otra muy distinta es soltar perlas como “hace falta tener poca vergüenza”, “evolución cero patatero” o “que desgracia de Obispo”. A ver, ¿ese es el vocabulario que esperamos de alguien que se presenta como cofrade y cristiano? No, lo siento. Eso no es lenguaje cristiano, eso es lenguaje de barra de bar.
Lo curioso es que se ataca todo y a todos. La Junta de Cofradías, acusada de sumisión. El Obispo, presentado como lo peor que le ha pasado a la diócesis. El “señor de Miramar”, convertido en titiritero de todas las decisiones. La Cofradía de la Soledad, poco menos que un basurero donde se premia a expulsados. Y, por si faltaba algo, la promesa de llevar todo esto a la radio nacional, como si el gran servicio al cristianismo fuera dar carnaza a nivel estatal para ridiculizar a Ferrol. Bravo.
Y aquí llegamos al núcleo de la cuestión. Porque yo me pregunto lo mismo que decía Fernando Cadiñanos: ¿es este el espíritu cristiano? ¿Es este el ejemplo que deben dar quienes se dicen defensores de las cofradías? Yo lo dudo. Mucho. El cristianismo se basa en el perdón, en la corrección fraterna, en el diálogo. Lo que se lee en “Doble Vergüenza” es todo lo contrario: resentimiento, insulto y ganas de incendiar la plaza pública.
Que quede claro: nadie dice que no se pueda criticar. Faltaría más. El Obispo puede equivocarse, la Junta puede cometer errores, y las cofradías tienen sus problemas. Pero la forma de plantear esas críticas lo cambia todo. Una crítica que construye, señala los fallos y propone soluciones. Esto, en cambio, es pura demolición, y con gasolina en la mano.
Lo más llamativo, sin embargo, es la incoherencia. Se acusa a la Diócesis de “hacer teatro” y “montar un paripé”, pero ¿no es más teatro anunciar con entusiasmo que se va a sacar el escándalo a la radio? Se acusa a otros de “querer engañar a la gente”, pero se repite constantemente el “ya os lo dije” como si eso fuera suficiente para sostener un argumento. Se critica la falta de evolución, pero se utiliza un estilo que nos devuelve a lo peor del periodismo de trinchera: el insulto fácil y la descalificación personal.
Y es que lo verdaderamente triste es que se reduzca la Semana Santa a esto: cargos, intrigas, expulsados, conspiraciones. ¿Dónde está Cristo en todo esto? Porque no se habla ni una sola vez de fe, de espiritualidad, de misión cristiana. Todo es política interna, batallas de poder y ajustes personales. Y aquí viene la gran paradoja: se acusa a la Diócesis de estancarse en los sesenta, pero lo que se hace con un texto así es algo todavía peor: rebajar la Semana Santa a un espectáculo de patio de colegio.
El remate llega con esa frase: “Ojalá se vaya de aquí de una puñetera vez”. Eso ya no es crítica, eso es odio personal. Y un odio que, además, se escribe en nombre de una comunidad creyente. Pues no, señor Gallego, los cristianos no hablamos así, no escribimos así, no tratamos así a nuestros pastores. Se puede discrepar, incluso con dureza, pero lo que se lee en “Doble Vergüenza” es un salto al vacío en el que el respeto se queda atrás.
En el fondo, la “doble vergüenza” no está en lo que Gallego denuncia. La “doble vergüenza” está en el propio texto. Vergüenza porque un cofrade se exprese de esa forma tan insultante. Vergüenza porque se reduzca la Semana Santa a un circo de poder y rencor. Eso sí que es doble vergüenza.
Si de verdad queremos una Semana Santa viva, auténtica y abierta al futuro, hace falta todo lo contrario: serenidad, humildad y diálogo. Hace falta crítica, sí, pero una crítica que edifique, no que destruya. Y sobre todo, hace falta recordar lo esencial: no estamos aquí por los sillones ni por las intrigas, sino por Cristo y por su Pasión. Lo demás es puro ruido, y ruido del malo.