José Manuel Vidal advierte del regreso del conservadurismo rancio con Piero Pioppo en España

José Manuel Vidal advierte del regreso del conservadurismo rancio con Piero Pioppo en España

El reciente nombramiento de Piero Pioppo como nuncio apostólico en España, en sustitución de Bernardito Auza, no puede analizarse como un simple relevo diplomático. Como señala con claridad José Manuel Vidal, este nombramiento evidencia un movimiento estratégico de los sectores más conservadores y tradicionalistas del episcopado español, y pone de manifiesto cómo la Iglesia sigue atrapada en un círculo de poder, ortodoxia rígida y resistencia al cambio.

Según Vidal, el proceso se gestó en los últimos meses del pontificado de Francisco, aprovechando la fragilidad del Papa y la maniobra de la Secretaría de Estado. Fue allí donde los sectores conservadores encontraron la oportunidad perfecta para colocar en puestos clave a personajes como Pioppo, un diplomático curial clásico, cercano al cardenal Angelo Sodano, y con un pasado vinculado al controvertido Instituto para las Obras de Religión (IOR), conocido como el “banco del Vaticano”. Este perfil, aunque discreto y eficiente en términos diplomáticos, refleja un tipo de Iglesia que prioriza la tradición sobre la cercanía pastoral y la adaptación social.

También en su artículo subraya algo esencial: Pioppo es un diplomático conservador, culto y discreto, pero su historial incluye destinos en países como Chile durante la dictadura de Pinochet, lo que plantea serias preguntas sobre sus alineamientos éticos y políticos. Aunque nunca se le ha implicado formalmente en irregularidades, su cercanía a regímenes autoritarios y a figuras controvertidas de la curia lo convierte en un personaje polémico y polarizante dentro de la Iglesia.

Para los sectores progresistas del episcopado español, la llegada de Pioppo es un paso atrás frente al espíritu reformista de Francisco, que apostaba por una Iglesia en salida, cercana al pueblo y capaz de dialogar con una sociedad secularizada y un gobierno progresista. Vidal lo deja claro: España necesita un nuncio abierto, capaz de tender puentes y de entender los desafíos sociales, no un diplomático que simboliza un retorno al conservadurismo rancio de la curia postconciliares.

El artículo también describe con detalle las fricciones diplomáticas con el gobierno de Pedro Sánchez, que demoró el plácet para Pioppo, en lo que algunos interpretaron como un veto tácito. Esto evidencia que la llegada de Pioppo no solo es un asunto eclesial, sino que impacta en la política y en la relación Iglesia-Estado, mostrando cómo la Santa Sede sigue designando nuncios más por afinidad conservadora que por capacidad pastoral.

Vidal señala con acierto que Pioppo encaja en un molde histórico de nuncios en España: figuras curiales, conservadoras y más preocupadas por mantener el statu quo que por impulsar reformas reales. Exceptuando el caso de monseñor Luigi Dadaglio junto al cardenal Tarancón, los nuncios han seguido un patrón de rigidez doctrinal y prudencia diplomática, con escasa sensibilidad hacia los cambios sociales. Pioppo, con su perfil clásico y su experiencia diplomática, representa exactamente eso: una continuidad con la Iglesia que mira al pasado y no al futuro.

El artículo de Vidal también expone la paradoja de la Iglesia española: en un país históricamente católico, ahora cada vez más secularizado y crítico, la elección de un nuncio como Pioppo es un síntoma de estancamiento y desconexión con la realidad social. La prudencia diplomática no puede sustituir la necesidad de liderazgo pastoral audaz y adaptado a los nuevos tiempos.

Además, enfatiza cómo la elección de Pioppo revive heridas internas y polariza aún más a la Iglesia española. Mientras los conservadores lo celebran como garantía de estabilidad doctrinal, los progresistas lo ven como una barrera frente a la renovación y el diálogo social. Este contraste no solo refleja la fractura histórica del episcopado, sino que también evidencia que figuras como Pioppo pueden contribuir a que la Iglesia vaya de capa caída si continúa priorizando la ortodoxia sobre la relevancia social.

En conclusión, el análisis de José Manuel Vidal es un llamado de atención contundente. Muestra cómo la llegada de Pioppo, celebrada por los conservadores, puede profundizar la desconexión de la Iglesia con la sociedad española, mantenerla atrapada en viejas estructuras y prolongar la era de diplomacia fría y doctrinalismo rígido. Vidal no solo informa; advierte que la Iglesia necesita líderes capaces de combinar experiencia y apertura, y que figuras como Pioppo simbolizan lo contrario: la permanencia de un conservadurismo rancio que amenaza con dejar a la Iglesia fuera de los grandes debates sociales y culturales.

Si algo queda claro tras la lectura del artículo, es que la Iglesia española enfrenta un reto crucial: adaptarse o seguir cayendo en irrelevancia, y con personajes como Pioppo en la nunciatura, el riesgo de ir de capa caída es más evidente que nunca.

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