Fragatas y conciencia: elegir la vida

Fragatas y conciencia: elegir la vida

“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9).

Hoy se celebra la botadura de una fragata, un arma diseñada para matar. Antes del protocolo y el aplauso, surge la pregunta: ¿qué haría Jesús ante esto?

Jacques Gaillot, obispo de Partenia, dedicó su vida a denunciar la violencia. Para él, la verdadera autoridad se ejerce promoviendo la vida, no celebrando instrumentos de destrucción. Celebrar una fragata sería complicidad ética con la guerra.

Cualquier pacifista coherente ve en la fragata un símbolo de contradicción moral. La ingeniería y el empleo no justifican el riesgo de vidas inocentes. Cada arma construida es una amenaza latente: hospitales destruidos, niños muertos, comunidades arrasadas. Celebrarla normaliza la violencia.

La fragata refleja la dicotomía entre orgullo tecnológico y ética. Las autoridades resaltan progreso y estrategia, pero ningún argumento técnico oculta que se trata de un instrumento de guerra. Jesús enseñó: la grandeza se mide por lo que protegemos, no por lo que destruimos.

Hoy la humanidad tiene el poder de destruir el planeta entero. Bombas, misiles, destrucción ambiental. La conciencia exige actuar: no basta con palabras de paz, hay que elegir la vida. Participar en la celebración de armas sería avalar la violencia estructural. La ausencia de un pacifista es un acto de coherencia y valentía ética.

La fragata es un espejo moral. Podemos elegir: destrucción o vida. La ética de Jesús y Gaillot nos recuerda que la vida debe prevalecer siempre sobre la guerra. Cada ciudadano debe preguntarse: ¿celebramos el poder de matar o defendemos la vida?

Celebrar armas es celebrar muerte; actuar por la vida es el verdadero acto de grandeza.

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