Carta abierta a Monseñor Jesús Sanz, obispo de Oviedo

Carta abierta a Monseñor Jesús Sanz, obispo de Oviedo

“La Iglesia se juega su credibilidad en cómo trata al forastero, al pobre y al migrante. No podemos callar.”

Querido Monseñor:

Le escribo con la urgencia de quien ve cómo la historia se repite y cómo la voz profética de la Iglesia corre el riesgo de apagarse justo cuando más necesaria es. En Estados Unidos se vive una de las campañas de deportación más intensas de su historia reciente, y en medio de esa tormenta, un hermano suyo en el episcopado, Monseñor Michael Pham, obispo auxiliar de San Diego, ha decidido alzar la voz y encarnar el mandato evangélico: “fui forastero y me acogisteis”.

La Iglesia en San Diego, bajo su liderazgo, no se ha limitado a acompañar espiritualmente a los migrantes, sino que ha decidido también ofrecer apoyo práctico, refugio, acompañamiento legal y humano. Lo hace no por ideología ni por conveniencia, sino porque se sabe heredera de un Evangelio que pone en el centro al vulnerable.

Lo notable de Monseñor Pham es que su compromiso no nace de un discurso frío ni de un despacho episcopal, sino de su propia carne y de su propia memoria. Cuando tenía apenas ocho años, huyó de Vietnam en un pequeño barco, junto con más de cien personas. Pasaron cuatro días sin comida ni agua. Sobrevivieron no solo al mar, sino al abandono del mundo. Llegó a Estados Unidos a los 14 años, sin sus padres, sin lengua, sin recursos, pero con esperanza.

Ese niño refugiado se convirtió en obispo. Y hoy proclama con claridad:

“Este país me ha dado acceso a una libertad superior a la de la mayoría de los países del mundo, además de educación, empleo y éxito. Hoy, soy líder de la Iglesia Católica gracias a esas oportunidades. Creo que la mayoría de estos inmigrantes, tanto documentados como indocumentados, han llegado a Estados Unidos buscando oportunidades para una vida mejor y el éxito.”

Monseñor , ¿no cree que necesitamos esa misma claridad aquí?

En España también tenemos migrantes que cruzan mares en pateras, que caminan por desiertos, que llegan a nuestras ciudades sin nada salvo la esperanza de encontrar humanidad en nosotros. Muchos de ellos son invisibles: limpiadoras sin papeles, jornaleros explotados, jóvenes hacinados en pisos que no cumplen condiciones mínimas. Ellos son el rostro de Cristo hoy. Ellos son el examen que la historia y Dios nos harán.

La Iglesia en nuestro país tiene templos bellísimos, procesiones grandiosas y una herencia espiritual inmensa. Pero, ¿no será que el Evangelio nos pide algo más incómodo y radical? ¿No será que hemos de dejar de hablar de los migrantes como problema y empezar a reconocerlos como don?

Monseñor Pham lo entendió desde su propia biografía. Él mismo fue migrante, rechazado, vulnerable. Y eso le impide callar cuando ahora otros sufren lo mismo. El testimonio de un obispo que fue niño refugiado es un aldabonazo para toda la Iglesia universal.

Por eso le escribo, Monseñor Sanz, porque necesitamos que en Oviedo y en toda España resuene esa voz profética. Que seamos capaces de mirar a los migrantes no desde el miedo o el prejuicio, sino desde la fe. Que seamos capaces de dar un paso más allá de la caridad puntual y entrar en la defensa valiente de la justicia.

La situación es urgente. Lo que hoy se está viviendo en Estados Unidos puede repetirse aquí. Las corrientes políticas que reducen al migrante a amenaza se hacen cada vez más fuertes. ¿No sería la Iglesia llamada a ser contracorriente, a ponerse al lado de los descartados, como tantas veces nos ha recordado el Papa Francisco?

Le pido, como hermano en la fe, que encienda en Oviedo ese fuego que ya arde en San Diego. Que convoque a su diócesis no solo a dar pan y abrigo, sino también voz, dignidad y acompañamiento. Que recuerde que la credibilidad de la Iglesia se juega en gran parte en cómo tratamos al forastero, al pobre, al migrante.

Porque cuando dentro de unos años miremos atrás, lo que contará no serán los discursos, ni las notas de prensa, ni las fotos de protocolo. Lo que quedará será si abrimos nuestras puertas o si las cerramos; si defendimos a los débiles o si nos acomodamos al poder.

Monseñor Sanz, el testimonio de San Diego nos urge. El ejemplo de Monseñor Pham nos interpela. Y el mandato de Jesús nos lo exige.

No dejemos que el miedo marque nuestra respuesta. No dejemos que la Iglesia de España sea recordada como indiferente. Seamos audaces, seamos valientes, seamos evangélicos.

Con respeto y esperanza,

Un humilde cristiano

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *