En la política hay límites. Límites que no se deben traspasar porque no solo dañan al adversario, sino que hieren a todo un país, a su memoria, a su democracia y a su dignidad colectiva. Miguel Tellado, portavoz del Partido Popular en el Congreso, ha decidido saltarse todos esos límites con unas palabras que jamás deberían haberse pronunciado. Su apelación a “cavar la fosa” del Gobierno no es una simple metáfora desafortunada. Es un síntoma, un reflejo y una evidencia de hasta dónde está dispuesto a llegar el PP en su rendición ante el discurso de la ultraderecha.
No se trata de un exceso verbal inocente. No lo es. Cuando se habla de “cavar fosas” en un país donde miles de familias todavía buscan los restos de sus seres queridos asesinados y enterrados en cunetas durante la Guerra Civil y la dictadura, el dolor se convierte en indignación. No hay excusa posible, no hay matiz que lo suavice, no hay ironía que lo justifique. El comentario de Tellado es un golpe contra la memoria de quienes aún esperan justicia y verdad, un desprecio a los valores democráticos y un eco peligroso de épocas oscuras que España no puede permitirse revivir.
Pedro Sánchez lo ha dicho con claridad: estas palabras son un insulto y, además, una apelación encubierta a la violencia. Y tiene razón. Porque cuando un portavoz parlamentario, representante de millones de votantes, utiliza expresiones tan cargadas de odio y connotaciones tan siniestras, lo que hace es dinamitar el debate democrático. Ya no se trata de discutir políticas, presupuestos o reformas. Se trata de convertir al adversario en un enemigo al que se debe enterrar. Esa es la deriva a la que nos lleva Miguel Tellado.
Un PP entregado al discurso del rencor
Lo más grave no es solo lo que ha dicho Tellado. Lo más grave es lo que representa. El Partido Popular, bajo la dirección de Alberto Núñez Feijóo, ha elegido mirar hacia otro lado mientras su portavoz normaliza un lenguaje indigno de la democracia. La falta de una condena inmediata, la ausencia de rectificación y el silencio cómplice de su líder son señales inequívocas de que este PP ya no busca un proyecto de país, sino un proyecto de confrontación.
Diana Morant, líder de los socialistas valencianos, lo ha expresado con contundencia: Feijóo no puede seguir escondiéndose. Si el presidente del PP no reprueba estas palabras ni obliga a su portavoz a rectificar, se convierte en corresponsable de este desvarío político y moral. Y en esa responsabilidad está el verdadero problema: un partido que aspira a gobernar España no puede ser rehén del odio ni de la retórica destructiva.
El PP se presenta como alternativa de gobierno, pero su práctica diaria demuestra otra cosa: que se ha rendido a la ultraderecha, que ya no propone, sino que destruye, que ya no construye, sino que desmantela. Lo vemos en sus pactos autonómicos y municipales, lo escuchamos en sus discursos y ahora lo confirmamos con declaraciones como la de Tellado.
La banalización de la violencia política
No podemos engañarnos: este tipo de declaraciones tienen consecuencias. No se trata de un simple tropiezo verbal. La violencia política comienza con las palabras. Empieza con la deshumanización del adversario, con metáforas bélicas, con imágenes que convierten al contrario en enemigo a batir, en obstáculo a eliminar. Y cuando esas palabras se normalizan, cuando se repiten y se justifican, lo que viene después es un clima enrarecido, crispado y hostil que abre la puerta a los extremismos y a la intolerancia.
En España ya sabemos a dónde conduce esa senda. No podemos permitir que un portavoz parlamentario, en pleno siglo XXI, reactive el imaginario de las fosas comunes y lo use como arma política contra un gobierno elegido democráticamente. No es solo una irresponsabilidad, es un ataque directo a los fundamentos de nuestra convivencia.
El contraste con lo que España necesita
Mientras Tellado cava fosas con sus palabras, España necesita puentes, acuerdos y soluciones. El país afronta retos inmensos: la transformación digital, la transición ecológica, la lucha contra la desigualdad, la mejora de los servicios públicos. Pero el portavoz del principal partido de la oposición prefiere sembrar odio en lugar de aportar propuestas. Prefiere dinamitar el debate democrático en lugar de enriquecerlo. Prefiere hablar de tumbas en lugar de hablar de futuro.
Esa es la gran diferencia entre quienes creen en la política como herramienta para mejorar la vida de la gente y quienes la utilizan como instrumento de confrontación permanente. El PP de Miguel Tellado no está pensando en los ciudadanos, sino en cavar trincheras políticas que dividen y enfrentan.
Una oportunidad para demostrar responsabilidad
Feijóo tiene ahora una oportunidad, quizá la última, de demostrar que no se ha rendido del todo al discurso del odio. Si no desautoriza a su portavoz, si no exige una rectificación pública, quedará claro que el PP está dispuesto a cruzar todas las líneas rojas con tal de contentar a Vox y a la ultraderecha mediática. Y esa renuncia a la moderación lo convertirá en un actor irrelevante para construir mayorías sociales y políticas en España.
Porque este no es un asunto de partidos. No se trata de que el PSOE se indigne, de que Unidas Podemos critique o de que Sumar condene. Se trata de que toda la sociedad española, de izquierda a derecha, diga alto y claro que las palabras de Tellado son inaceptables. Que no todo vale. Que la democracia no se cava en una fosa, se construye en el diálogo, en el respeto y en la memoria de quienes lucharon para que hoy podamos expresarnos libremente.
Conclusión: la fosa de Tellado
Miguel Tellado creyó que su metáfora era un golpe de efecto contra el Gobierno. Pero lo único que ha conseguido es cavar su propia fosa política. Ha demostrado que no entiende la historia de su país, que desprecia el dolor de miles de familias, que banaliza la violencia y que degrada la política española. Ha puesto al descubierto la deriva del Partido Popular, cada día más sometido al discurso de la ultraderecha.
Y lo más grave: ha dejado claro que no tiene nada positivo que aportar. En lugar de levantar la voz por un futuro mejor, prefiere hundirse en las palabras del pasado más oscuro. España no necesita enterradores de la democracia, necesita constructores de esperanza. Y Miguel Tellado ha demostrado, con sus propias palabras, que no está entre ellos.