En la política española actual se percibe una tensión creciente en el espacio de la derecha. El Partido Popular, liderado por Alberto Núñez Feijóo, se encuentra inmerso en una carrera estratégica que puede redefinir el sistema de alianzas y el equilibrio institucional en el país. El ascenso de Vox en los últimos años no solo ha fragmentado el voto conservador, sino que ha empujado al PP a adoptar posiciones cada vez más cercanas a las del partido de Santiago Abascal, con implicaciones que van más allá de la mera aritmética electoral.
La sombra de Vox sobre el PP
Las encuestas parecen favorecer a Feijóo, quien presume de sondeos que le otorgan una clara ventaja sobre el PSOE. Sin embargo, esos mismos estudios dibujan un escenario en el que el PP necesitaría de Vox para formar gobierno, ya sea mediante una coalición explícita o con el apoyo externo en una investidura.
No es la primera vez que los populares se ilusionan con encuestas prometedoras para después enfrentarse a una realidad más compleja en las urnas. Conscientes de ello, la dirección de Feijóo lleva meses en una pugna por el discurso y la identidad política de la derecha. La idea que se repite en Génova es que “el PP debe gobernar en solitario”, pero esa aspiración requiere absorber a buena parte de quienes se decantan por Vox. Y para lograrlo, los populares han empezado a mimetizar algunas de sus posiciones y gestos.
La estrategia de la imitación
La estrategia de Feijóo pasa por acercarse al ideario de Vox en temas clave: la relación con las instituciones, la confrontación con el Gobierno, la crítica al Estado de derecho y un estilo más áspero en el debate público.
Un ejemplo reciente ilustra este giro. La ausencia de Feijóo en el acto de apertura del año judicial, donde el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, ofrecía el discurso inaugural, constituye un gesto de enorme trascendencia. Como principal líder de la oposición, su presencia en ceremonias institucionales no es un mero formalismo: es un símbolo de respeto a las reglas del juego democrático. Renunciar a participar en ellas supone un distanciamiento con las prácticas habituales de la democracia parlamentaria y acerca al PP a las actitudes de Vox.
El trasfondo peligroso
La politóloga Julián Miralles, profesora en la Universidad Pompeu-Fabra, interpreta esta ausencia como un síntoma de algo más profundo. Negarse a participar en un acto de carácter institucional va más allá de un desacuerdo coyuntural con el Gobierno. Representa, según Miralles, un cuestionamiento indirecto de la legitimidad de las instituciones.
En democracias consolidadas, los actos solemnes —como la apertura del año judicial— son pilares simbólicos que refuerzan la estabilidad del sistema. Restarles importancia o boicotearlos implica enviar un mensaje inquietante: que solo se reconocen aquellas instituciones que favorecen intereses partidistas.
Este tipo de estrategias pueden ser rentables a corto plazo, pero a largo plazo minan la credibilidad de quienes aspiran a gobernar y socavan la cultura democrática en su conjunto.
La paradoja del PP
El Partido Popular se encuentra atrapado en una paradoja. Por un lado, necesita los votos de Vox para garantizar la gobernabilidad. Por otro, aspira a proyectarse como la gran fuerza de centro-derecha capaz de liderar en solitario.
Esta tensión explica las contradicciones del discurso de Feijóo: un tono cada vez más duro contra el Gobierno y las instituciones, combinado con la insistencia en que el PP es la única opción “sensata” de gobierno. El riesgo es que esta ambigüedad se convierta en un boomerang electoral: si los votantes perciben que el PP no se diferencia de Vox, podrían optar directamente por “el original en lugar de la copia”.
Un riesgo para la democracia
Más allá de los cálculos partidistas, lo que está en juego es la calidad de la democracia española. La normalización de actitudes que cuestionan los consensos básicos y los espacios institucionales de neutralidad erosiona la confianza ciudadana en el sistema.
Cuando la oposición se ausenta de actos solemnes o desacredita sistemáticamente a órganos como el Tribunal Constitucional, la Fiscalía o el Parlamento, se alimenta la idea de que las instituciones son irrelevantes o manipuladas.
Si esta lógica se consolida, el sistema corre el riesgo de deslizarse hacia un modelo de confrontación permanente, en el que los partidos actúan como bloques irreconciliables y las instituciones dejan de ser puntos de encuentro.
Conclusión
La estrategia del PP frente a Vox refleja una dinámica peligrosa: la tentación de adoptar un discurso antisistema para disputar votos en el corto plazo. Aunque pueda parecer rentable electoralmente, este movimiento erosiona la credibilidad institucional y compromete el papel del PP como partido de Estado.
La historia reciente demuestra que las encuestas no garantizan victorias y que la imitación de discursos extremos suele beneficiar más al original que a la copia. El verdadero desafío para Núñez Feijóo no es parecerse a Vox, sino ofrecer un proyecto sólido y moderado que devuelva confianza al conjunto de la ciudadanía. De lo contrario, el precio de la estrategia puede ser demasiado alto: una democracia debilitada y un sistema político más polarizado que nunca.