Fernando García Cadiñanos: un pastor con corazón de hogar

Fernando García Cadiñanos: un pastor con corazón de hogar

Han pasado ya cuatro años desde que Fernando García Cadiñanos llegó a la diócesis de Mondoñedo-Ferrol para tomar posesión como obispo y, en este tiempo, el paso de los días se ha convertido en testimonio vivo de lo que significa tener a un verdadero pastor entre nosotros. No es solo la presencia de un obispo en una sede, es la certeza de que Dios nos ha regalado un hombre cercano, humilde, trabajador, preocupado por su pueblo y dispuesto siempre a escuchar. Cuatro años parecen poco, pero son suficientes para ver cómo un corazón entregado deja huella en la vida de una tierra, y en este caso, en una tierra gallega que lo acoge, lo quiere y lo siente como propio. Porque Galicia tiene un alma hospitalaria, una forma de abrir las puertas y los brazos, y cuando un hombre de Dios sabe corresponder a ese abrazo con la sencillez de quien se hace prójimo, entonces ocurre el milagro del encuentro verdadero.

Muchos podrían hablar de él como obispo, como pastor de la Iglesia, como responsable de una diócesis que no deja de tener dificultades y retos, pero lo cierto es que lo que mejor lo define no es el cargo, sino la manera en que vive ese cargo. Hay obispos que gobiernan y hay obispos que acompañan; hay obispos que se ocupan de la administración y hay obispos que se ocupan del corazón de la gente. Fernando es de estos últimos, de los que no levantan distancias ni se esconden tras un despacho, sino que caminan junto al pueblo, se arremangan en el trabajo cotidiano y se hacen presentes allí donde hay dolor, esperanza, dudas o alegría. Y eso no se improvisa: nace de una vocación verdadera, de una fe sólida y de una humanidad que brota de la oración y de la confianza en el Señor.

No resulta fácil ser obispo en estos tiempos. La Iglesia necesita credibilidad, necesita gestos que hablen más que las palabras, necesita personas que, más que predicar desde el púlpito, sepan compartir la vida. Y en él encontramos a un pastor que no solo anuncia el Evangelio, sino que lo vive en carne y hueso, que se acerca al que sufre, que dedica tiempo a quien lo busca, que sabe que detrás de cada llamada hay una historia que merece ser escuchada. La grandeza de un obispo no se mide por el número de actos que preside, sino por la calidad de su cercanía, y quienes lo hemos experimentado sabemos que su mayor riqueza es la capacidad de escuchar con paciencia, de acompañar con cariño y de sostener con esperanza.

La diócesis de Mondoñedo-Ferrol ha encontrado en él a un pastor que se preocupa de verdad. Preocupado por los sacerdotes, por las parroquias, por las familias, por los jóvenes, por los mayores, por cada rincón de esta tierra que ama con sencillez. Un obispo que no se limita a observar, sino que se implica, que sueña con una Iglesia viva, abierta, renovada, una Iglesia que sea casa y hogar para todos. Su labor es silenciosa muchas veces, pero profunda; no busca aplausos ni reconocimientos, sino que busca servir, que es la forma más evangélica de reinar. Y ese servicio es lo que nos hace mirarlo con gratitud y con cariño.

Galicia ha sabido acogerlo, pero él también ha sabido hacerse gallego en el corazón. Porque lo importante no es de dónde se viene, sino cómo se comparte la vida en donde uno está. Y aquí está, con nosotros, con nuestra gente, con nuestra cultura, con nuestras dificultades y nuestras esperanzas. Aquí está y aquí se queda, como pastor que acompaña y como hermano que camina a nuestro lado. Y eso es motivo de alegría, porque sabemos que en este tiempo Dios nos ha bendecido con un obispo que es, ante todo, un hombre bueno.

Hoy, al recordar estos cuatro años, el sentimiento que nace no es otro que el del agradecimiento. Gracias, Señor, por darnos a este pastor. Gracias, Fernando, por tu entrega. Gracias por cada momento compartido, por cada palabra de consuelo, por cada gesto de cercanía, por cada silencio en el que supiste escuchar. Gracias por ser un obispo de corazón abierto, de manos tendidas, de mirada limpia. Y gracias por mostrarnos con tu vida que la fe no es teoría, sino encuentro y camino.

No sabemos qué nos traerán los próximos años, pero sí sabemos lo que pedimos al Señor: que te siga fortaleciendo, que te mantenga firme en la fe, que te dé salud y alegría, que te haga cada vez más hombre de Dios y hombre cercano a los demás. Que tu ministerio siga siendo fecundo, que sigas siendo esa presencia que consuela, que anima, que acompaña. Que nunca te falte la esperanza, ni el cariño de esta tierra que te quiere, ni la certeza de que tu labor está dando fruto.

Por todo esto, y desde lo más hondo del corazón, elevamos una oración de gratitud y de petición. Que el Espíritu Santo te guíe, que María te acompañe como Madre, que Cristo te sostenga en los momentos de cruz y que la alegría de la Resurrección te ilumine cada día. Y que sigas siendo siempre lo que ya eres: un obispo cercano, un pastor bueno, un hombre de Dios con corazón de hogar.

José Carlos Enríquez Díaz

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