¿Desde cuándo es necesario casarse «legalmente»? Una historia olvidada del matrimonio

¿Desde cuándo es necesario casarse «legalmente»? Una historia olvidada del matrimonio

En el imaginario colectivo actual, el matrimonio es visto como un contrato que debe formalizarse ante un juez o una autoridad religiosa para ser válido. Sin embargo, esta visión es relativamente moderna. A lo largo de la historia, el amor y la convivencia fueron muchas veces más importantes que el papel firmado. Las raíces del matrimonio tal como lo conocemos hoy son complejas y, en gran parte, construcciones sociales e institucionales posteriores.

El matrimonio en el derecho romano: un acuerdo entre familias

En la antigua Roma, el matrimonio (conubium) no requería ningún ritual religioso ni validación legal específica. Lo esencial era que ambas partes tuvieran el deseo de vivir juntos como marido y mujer. Como escribió el jurista romano Ulpiano:

“Nuptiae sunt coniunctio maris et feminae, consortium omnis vitae, divini et humani iuris communicatio”

(El matrimonio es la unión del hombre y la mujer, una comunidad de vida entera, una participación en el derecho divino y humano).

No existía un “acto oficial” o escritura civil que validara el matrimonio. Lo que lo hacía válido era la convivencia pública y voluntaria, y, sobre todo, el consentimiento mutuo. Las familias podían acordar dotes y pactos, pero el núcleo del matrimonio era la voluntad de los cónyuges.

Incluso el divorcio era sumamente sencillo: bastaba que una de las partes decidiera separarse. El matrimonio romano era, en definitiva, un contrato privado, basado en la voluntad y no en un rito o documento oficial.

El cristianismo primitivo y la visión del amor conyugal

Durante los primeros siglos del cristianismo, la Iglesia no celebraba matrimonios como los conocemos hoy. Los cristianos se casaban como cualquier otro ciudadano del Imperio Romano. No había sacramentos, ni firmas, ni presencia de clérigos. La Iglesia reconocía como matrimonio cualquier unión que fuera pública, monógama y voluntaria.

Fue recién en el siglo XII cuando comenzó a surgir la idea del matrimonio como sacramento. Y aún entonces, durante siglos, no fue obligatorio casarse ante un sacerdote. El Concilio de Trento (1545-1563) fue el que institucionalizó el matrimonio eclesiástico como obligatorio para los católicos, con la finalidad de controlar los abusos y evitar los matrimonios secretos.

Antes de eso, los matrimonios llamados “clandestinos” —basados en el consentimiento mutuo, incluso sin testigos— eran válidos canónicamente. La Iglesia consideraba que si había consentimiento y cohabitación, había matrimonio.

San Agustín: el amor como fundamento

Uno de los más grandes teólogos de la Iglesia, San Agustín de Hipona (354-430), tenía una visión profundamente espiritual del matrimonio. Para él, no era el papel ni el rito lo que creaba el vínculo, sino el amor y la intención de unión.

Aunque Agustín valoraba el matrimonio como algo sagrado, no exigía un documento legal ni una ceremonia religiosa para que fuera verdadero. Lo esencial era que la pareja se uniera con el propósito de vivir juntos, apoyarse mutuamente y procrear.

En su obra De bono coniugali (Sobre el bien del matrimonio), Agustín afirma que el matrimonio implica:

“la fidelidad, la prole y el sacramento”,

pero también deja claro que el amor sincero entre los esposos es lo que sustenta la unión, más allá de las formalidades.

Los teólogos liberales: una mirada crítica a la legalización del amor

En tiempos más recientes, teólogos liberales y pensadores cristianos han cuestionado la necesidad de validar el amor con una firma o con la aprobación de una institución. Figuras como Paul Tillich o Hans Küng han argumentado que el matrimonio auténtico no necesita validación externa si hay una unión profunda entre las personas.

Para estos pensadores, el matrimonio debe ser expresión de una elección libre y amorosa, no un acto obligatorio o impuesto por normas externas. Critican que el énfasis excesivo en los papeles y ceremonias puede vaciar de sentido espiritual la relación, transformándola en un mero contrato legal.

¿Entonces qué hace legítimo un matrimonio?

La historia del matrimonio demuestra que no siempre ha sido necesario casarse por la Iglesia ni por el juzgado. Lo que realmente ha importado en muchas culturas y momentos históricos ha sido el compromiso mutuo, el amor y la vida en común.

Hoy vivimos en una sociedad donde el matrimonio está fuertemente institucionalizado, pero esto no debe hacernos olvidar que durante siglos el amor fue suficiente para crear un lazo conyugal verdadero y respetado.

Conclusión: el amor como base, no el papel

El matrimonio, más allá de sus formas legales y religiosas, ha sido históricamente una unión basada en el consentimiento y el amor mutuo. El derecho romano, los primeros siglos del cristianismo, San Agustín y los teólogos contemporáneos coinciden en algo fundamental: el matrimonio nace en el corazón de las personas, no en el escritorio de un juez ni en el altar de una iglesia.

Así, tal vez debamos recuperar esa antigua sabiduría:
amar de verdad es más importante que firmar un papel.


Un comentario en «¿Desde cuándo es necesario casarse «legalmente»? Una historia olvidada del matrimonio»

  1. Me gustaría solo agregar a este escrito tan bien explicado, que hay muchas parejas que sin estar casadas, han durado el tiempo que les ha permitido la vida, a la vez que se han dado muchos divorcios de matrimonios hechos «con todo» por lo que coincido plenamente con el autor

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