Torre Pacheco: Cuando el odio se organiza y la ultraderecha aplaude

Torre Pacheco: Cuando el odio se organiza y la ultraderecha aplaude

Los recientes altercados en Torre Pacheco (Murcia) no son un episodio aislado ni un estallido espontáneo. Son la consecuencia directa de un trabajo paciente y meticuloso de ingeniería del odio que la ultraderecha lleva años cultivando en España y en muchos otros países. Lo que se vio en las calles —insultos, agresiones, amenazas— es la traducción física de un discurso político que ha encontrado en el inmigrante su chivo expiatorio perfecto.

En todas partes, la táctica es la misma: convertir el descontento social en un arma contra el más vulnerable. Cuando falta empleo, cuando los servicios públicos están saturados, cuando la inseguridad genera miedo, los agitadores no señalan a quienes concentran la riqueza ni a quienes recortan derechos. Apuntan el dedo al inmigrante pobre. El resultado es un relato simple, efectivo y profundamente falso: “si las cosas van mal, es culpa de ellos”.

La gran mentira estadística

España cuenta con más de 9 millones de personas extranjeras y, sin embargo, tiene una de las tasas de criminalidad más bajas de Europa. Estos datos, fácilmente verificables, no encajan con la narrativa de “invasión” que propaga la ultraderecha. Por eso, la solución que encuentran es manipular las cifras, exagerar casos puntuales y omitir cualquier contexto. La construcción del enemigo interno necesita que la excepción parezca la norma.

La estrategia funciona porque el miedo es más fácil de vender que la verdad. Como advertía Santiago Agrelo, “lo que de verdad asusta a algunos no es que los inmigrantes roben, sino que vivan, que existan”. Lo que está en juego no es la seguridad, sino la defensa de privilegios disfrazada de patriotismo.

El pobre como amenaza, el rico como invitado

Curiosamente, el inmigrante que llega con un capital millonario o con un negocio lucrativo rara vez aparece en los discursos incendiarios. Ese “extranjero” es presentado como oportunidad, inversión, prestigio. No importa su origen ni su religión, porque trae beneficios inmediatos a los mismos que construyen el relato antiinmigración. El problema, para ellos, no es la procedencia: es la pobreza.

Como recordaba el teólogo Xabier Pikaza, “el miedo de fondo no es al extranjero, sino al pobre, porque el pobre cuestiona la lógica de un sistema construido para mantener privilegios”. Y tiene razón. Si desapareciesen los pobres, los ricos perderían su principal excusa para pagar sueldos de miseria, para precarizar trabajos, para justificar políticas que concentran el poder económico en unas pocas manos. Sin pobres, no habría mano de obra barata para recoger la fruta en Murcia, cuidar ancianos o limpiar hoteles por salarios ridículos. Sin pobres, los ricos tendrían que mirar de frente su propia responsabilidad en las crisis.

Torre Pacheco como espejo

Los disturbios de Torre Pacheco son la radiografía de un proceso social peligroso: la normalización del discurso ultra. Las proclamas racistas ya no sólo se escuchan en foros marginales; hoy se difunden en prime time televisivo, en tertulias “respetables” y en las redes sociales de políticos con representación parlamentaria. La idea de una “limpieza étnica” ya no provoca repulsa automática, y ese es el mayor triunfo de quienes sueñan con un país homogéneo, excluyente y autoritario.

Juan Simarro lo explicaba con crudeza: “Se empieza señalando a un grupo como culpable de todos los males, se les priva de derechos, se les acorrala… y cuando queremos reaccionar, ya es demasiado tarde”. La historia europea del siglo XX es la advertencia que muchos prefieren olvidar: así empezó el fascismo.

El papel de los medios y la política

No se puede hablar de Torre Pacheco sin señalar a los medios que difunden bulos sin verificar y a los políticos que se alimentan de ellos. La mentira repetida mil veces se convierte en verdad para quien no tiene herramientas para contrastarla. Y aquí entra otro de los grandes fracasos: la falta de una educación crítica y democrática que forme ciudadanos capaces de distinguir entre hechos y propaganda.

Cuando la prensa convierte rumores en titulares, cuando las tertulias colocan en el mismo plano datos verificados y opiniones incendiarias, cuando los líderes políticos llaman a “recuperar el país” expulsando a quienes lo trabajan y sostienen, el caldo de cultivo está servido. Lo de Torre Pacheco no es un accidente: es el resultado esperado.

Lo que de verdad está en juego

La pregunta “¿qué pasaría a los ricos si desapareciesen los pobres?” tiene una respuesta incómoda para el sistema: perderían su mano de obra barata, su coartada política y gran parte de su poder de control social. La existencia de pobres no es una consecuencia inevitable de la economía, es una condición necesaria para que funcione la estructura de privilegios actuales.

Los ricos necesitan pobres como un rey necesita súbditos: no por compasión, sino por interés. Sin pobreza, el trabajo tendría que pagarse justamente, las rentas concentradas se verían amenazadas y el relato de “trabaja duro y llegarás lejos” se caería como un castillo de naipes.

No repetir la historia

Torre Pacheco debería ser un aviso. Lo que está pasando allí es una versión concentrada de lo que puede ocurrir en cualquier otro lugar si seguimos tolerando la manipulación política del miedo. La historia ya nos enseñó que el odio organizado no se detiene solo. Necesita una respuesta social clara: la defensa activa de los derechos humanos, el respeto a la diversidad y la denuncia de las mentiras que alimentan la violencia.

Porque no se trata solo de proteger a los inmigrantes —aunque eso ya sería suficiente razón—, sino de protegernos a todos de un modelo social que, cuando se queda sin pobres que culpar, busca nuevos enemigos. Y entonces nadie estará a salvo.

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