¡28 Años de Gracia y Servicio: Celebrando la Ordenación de Alejandro Soler y el Llamado a la Santidad!

¡28 Años de Gracia y Servicio: Celebrando la Ordenación de Alejandro Soler y el Llamado a la Santidad!

Hoy es un día de inmensa alegría y profunda gratitud al conmemorar el 28º aniversario de la ordenación de Alejandro Soler. ¡Qué hito tan significativo! Hace veintiocho años, un alma dedicada se comprometía a servir, y desde entonces, su ministerio ha sido un faro de luz, esperanza y edificación para innumerables personas, incluyéndome a mí de manera muy personal y profunda. Su vida y sus palabras son un testimonio viviente de lo que significa responder al llamado de Dios con todo el ser.

Sus palabras siempre tienen un poder transformador. Recuerdo con especial cariño y gratitud, cómo hoy mismo, en la solemnidad de San Pedro y San Pablo, durante su homilía —una que verdaderamente me tocó el corazón hasta lo más hondo—, compartió una verdad que resuena profundamente en mi espíritu y que, sin duda, ha marcado mi forma de ver la fe y el compromiso. Nos habló de cómo los santos no se van de la Iglesia; la cambian desde dentro. Esta afirmación, tan sencilla en su formulación, encierra una sabiduría inmensa y un llamado a la acción. Es un recordatorio poderoso de que la verdadera transformación, la que honra la esencia de nuestra fe, no se logra desde la distancia o la crítica externa, sino a través de una entrega activa y comprometida dentro de la comunidad. Es la presencia viva, la acción incansable y el testimonio de vida de quienes aman y creen lo que impulsa el cambio y la renovación.

Y no se detuvo ahí. Complementando esta profunda enseñanza, nos exhortó a pensar en positivo, evitando las críticas. ¡Cuánto necesitamos escuchar esto en nuestro mundo actual! Este mensaje llegó directamente a mi alma, recordándome la importancia de una actitud constructiva y de una mirada llena de esperanza. En un entorno donde a menudo es fácil caer en el desánimo o la queja, Alejandro nos invita a elevar la vista, a buscar lo bueno, a construir en lugar de derribar. Es una lección fundamental de vida, no solo para nuestra fe, sino para todas nuestras interacciones y desafíos diarios. Nos desafía a ser agentes de luz, a irradiar optimismo y a fomentar un ambiente de apoyo mutuo.

Pero lo que resuena aún más fuertemente en su mensaje es la invitación constante a la santidad, no como algo inalcanzable o reservado para unos pocos, sino como el llamado fundamental para cada creyente. Cuando Alejandro Soler afirma que «los santos no se van de la Iglesia; la cambian desde dentro», nos está revelando la naturaleza dinámica y activa de la santidad. No es una perfección estática, sino una respuesta viva y operante al amor de Dios que se manifiesta en nuestro compromiso con el prójimo y con la comunidad eclesial.

Esta visión se alinea profundamente con la perspectiva de Xabier Pikaza, quien nos enseña que la santidad no es una evasión del mundo, sino una presencia encarnada y transformadora. Para Pikaza, el santo es aquel que se compromete con la realidad, que sufre con los que sufren, y que construye el Reino de Dios desde la cercanía y la misericordia. No son figuras distantes, sino creyentes que viven radicalmente el Evangelio en el tejido mismo de la sociedad, inspirando el cambio desde dentro, como bien señala Alejandro. La santidad es un camino de humanización plena, donde la fe se traduce en amor y justicia concretos.

De igual manera, resuena la profunda comprensión de Romano Guardini, para quien la santidad radica en la autenticidad de la existencia cristiana, en la coherencia entre lo que se cree y lo que se vive. Guardini nos habla de una santidad que abraza la vida en su totalidad, con sus luces y sus sombras, buscando en todo momento la voluntad de Dios y respondiendo a ella con una profunda libertad interior. Para él, ser santo es ser plenamente humano en Cristo, encontrando la verdadera medida del ser en la relación con lo divino. La santidad, en esta línea, no es un ideal abstracto, sino una forma de vida que se cultiva día a día, en la atención a los detalles, en la oración constante y en el amor al prójimo. Es una santidad que se vive en el presente, en la entrega de cada instante.

La santidad de la que nos habla Alejandro, y que encontramos en las enseñanzas de Pikaza y Guardini, no es la de una aureola intocable, sino la de una vida entregada en el servicio cotidiano, la de una mirada compasiva, la de una palabra de aliento, la de una actitud de perdón. Es la santidad que surge de vivir los valores del Evangelio en el día a día, transformando cada pequeña acción en un acto de amor. Él nos inspira a ver que somos llamados a ser «santos» en el sentido más profundo y práctico: ser instrumentos de la gracia divina allí donde estemos, siendo sal y luz en el mundo. La santidad es la coherencia de vida que surge de una unión íntima con Cristo, y que se traduce en un impacto positivo y transformador en nuestro entorno. Su propia vida es un reflejo de esta búsqueda y vivencia de la santidad, humilde pero poderosa.

Como he mencionado en otras ocasiones, sus predicaciones siempre son sustanciosas y llegan al alma de una manera única. No son meras exposiciones de conceptos teológicos; son encuentros con la verdad que tocan las fibras más íntimas de nuestro ser. Hay una autenticidad en cada palabra que pronuncia, una pasión que se percibe, y una conexión profunda con lo divino que convierte cada homilía en una experiencia espiritual. Son, sin duda, siempre edificantes y profundamente transformadoras. Salgo de cada una de sus prédicas con un sentido renovado de propósito, con el corazón más ligero y con una mayor comprensión de mi propio camino de fe. Sus palabras tienen el poder de consolar, de inspirar y de desafiar a crecer, invitándonos siempre a una mayor unión con Dios y a un servicio más generoso.

Esta homilía de hoy, en la solemnidad de San Pedro y San Pablo, en particular, me ha vuelto a tocar de una manera que pocas cosas logran. Ha reafirmado mi convicción de que la fe es una fuerza viva, activa y transformadora, y que cada uno de nosotros tiene un papel crucial en la construcción de un mundo mejor, empezando desde el corazón de nuestra comunidad. Su mensaje sobre la permanencia de los santos en la Iglesia y la importancia del pensamiento positivo ha dejado una huella imborrable en mi espíritu, impulsándome a vivir con mayor fervor la propia vocación a la santidad.

Querido Alejandro, en este día tan especial, quiero expresarte mi más sincero y profundo agradecimiento por tu entrega incondicional, por tu sabiduría inspiradora y por la forma en que tu ministerio ilumina nuestras vidas y nos guía hacia una comprensión más profunda de la santidad. Tu compromiso, tu visión y tu capacidad para conmovernos con la palabra de Dios son un regalo invaluable para la Iglesia y para cada uno de nosotros. Que el Señor siga bendiciéndote abundantemente en tu labor, y que sigas siendo esa voz inspiradora que nos guía, nos desafía y nos recuerda la belleza de la fe vivida desde el amor, la esperanza y el incesante llamado a la santidad. ¡Felicidades por estos 28 años de servicio ejemplar y de vida santa!

José Carlos Enríquez Díaz

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