Permítanme comenzar con una profunda reverencia ante la brillantez teológica y la perspicacia política que emanan de la homilía de nuestro ilustre arzobispo de Oviedo, + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm. Realmente, uno se queda sin palabras ante la forma en que logra entrelazar la solemnidad del Corpus Christi con la «gran victoria» del equipo de fútbol, el Real Oviedo. ¡Qué visión tan moderna y a la vanguardia! Es evidente que Dios también es un gran aficionado al fútbol y, al parecer, se alinea con los colores del Real Oviedo. Un detalle, sin duda, que reconforta el alma y nos da la pauta de que, en esta diócesis, el balompié es tan sagrado como la Eucaristía.
El prelado nos invita a un «paréntesis festivo» para tomar resuello de la «triste matraca» de la actualidad política. Y vaya que si lo necesitamos, especialmente cuando el arzobispo nos ilumina con su profundo análisis de la situación. Es fascinante cómo describe las «mentiras narcisistas, las corrupciones varias, los robos de guante blanco y escaños con siglas, los divertimentos inmorales que pagamos entre todos, el ansia de poltrona y moqueta, y toda una serie de corruptelas que no son anécdotas aisladas sino faltas sistémicas». Uno casi podría pensar que está describiendo la crónica de sucesos de cualquier partido político en España, ¡incluido, por supuesto, aquellos que, según las lenguas viperinas, comparten afinidades ideológicas con la derecha más extrema!
Pero no, el arzobispo no se detiene en meras generalidades. Él, con su clarividencia habitual, exige un «desbloqueo de las instituciones sin más amaño torticiero ni prórroga tramposa, dando la palabra al pueblo para que exprese con libertad lo que piensa y lo que quiere en unas elecciones democráticas». ¡Qué declaración tan valiente! Uno se pregunta si esta preocupación por la democracia se extiende a todos los ámbitos, o si hay ciertas formaciones políticas que, a pesar de sus discursos grandilocuentes, han demostrado una cierta «afición» por entorpecer la labor de investigación judicial o, incluso, por acoger en sus filas a individuos con un historial… digamos, «discutible» en cuanto a transparencia y honradez. Quizás el arzobispo esté pensando en cómo ciertos partidos, que tanto abogan por la moralidad pública, tienen su propia cuota de escándalos y «faltas sistémicas» que, curiosamente, no suelen aparecer en sus sermones.
Y hablando de coherencia, es conmovedor cómo el arzobispo subraya que la caridad cristiana «no es altruismo sin más», sino la «traducción de un amor que se compromete precisamente porque ha sabido adorar al Amor que se entrega de veras». ¡Qué hermosa definición! Especialmente cuando se relaciona con la realidad de nuestra Cáritas diocesana, «desbordada por la abrumadora situación real que tanta gente está sufriendo». Uno no puede evitar reflexionar sobre esta «caridad» cuando se escuchan las propuestas de ciertos partidos políticos que, mientras predican valores cristianos, proponen políticas migratorias que deshumanizan, que criminalizan al diferente y que, en esencia, cierran las puertas a los más necesitados. Porque, seamos sinceros, ¿cómo encaja la parábola del buen samaritano con un discurso que ve a los inmigrantes como una amenaza o un problema, en lugar de como hermanos que sufren? ¿Acaso el «Amor que se entrega de veras» tiene fronteras o excluye a aquellos que no tienen propiedades ni un lugar donde caerse muertos?
Es curioso que el arzobispo no mencione la «caridad» que algunos partidos de ultraderecha muestran hacia los poderosos, a quienes defienden con ahínco sus intereses económicos, mientras la gente común, los «pobres que Jesús tanto amó», siguen esperando que sus cinco panes y dos peces se multipliquen, no para una procesión, sino para poder comer cada día. Quizás el arzobispo debería recordarle a aquellos que se autodenominan «cristianos» y se alinean con ideologías que defienden el capital por encima de las personas, que la «procesión de la caridad cristiana» también pasa por las calles donde se desahucia a familias, donde los ancianos sufren soledad y donde la precariedad laboral ahoga las esperanzas.
La homilía concluye con una imagen poética de María llevando a Jesús en su seno como la «primera procesión de Corpus». Uno esperaría que esa misma inspiración llevara a nuestros líderes espirituales a «llevar a Jesús en el alma» al encuentro de aquellos que sufren, sin importar su origen, su color de piel o su ideología política. Y, por supuesto, sin olvidar que la verdadera caridad se demuestra también en los gestos pequeños, en la cercanía con aquellos que atraviesan momentos difíciles, como un sacerdote que luchaba contra el cáncer y que, quizás, agradecería un poco más que un «ánimo por WhatsApp» de su obispo. Pero, claro, eso ya es otra procesión, una más íntima y menos mediática.
En resumen, la homilía es un recordatorio de que la fe, el fútbol y la política pueden convivir en un mismo discurso, aunque a veces las contradicciones sean tan evidentes como la tela de araña en un sagrario. Quizás, en lugar de sermonear sobre los «amaños torticeros» de los políticos ajenos, sería conveniente que algunos se miraran al espejo y se asegurasen de que su propia «procesión» está libre de intereses partidistas y verdaderamente centrada en los más necesitados, sin importar si votan a uno u otro. Porque, al final, la verdadera «victoria» no es la del Real Oviedo en el campo, ni la de un partido en las urnas, sino la de la caridad auténtica y desinteresada. Y eso, querido arzobispo, no entiende de siglas ni de colores políticos.
Y con esto, nos despedimos de esta inspiradora jornada. No hay que preocuparse demasiado por la injerencia política del prelado; al fin y al cabo, solo le quedan unos cinco añitos para la jubilación. ¡Cinco años de sabiduría terrenal y divina para seguir guiándonos por el buen camino… o por el camino que él considere más adecuado para el rebaño, los políticos y el fútbol!