La imagen lo dice todo, o al menos lo grita en latín, gaélico y gallego a la vez. Aquí tenemos a Christina Moreira, flamantemente investida como obispa, empuñando un báculo digno de Moisés tras un retiro de yoga, mientras a su lado se encuentra un caballero con kilt tradicional escocés, camisa polo azul y una cruz colgada al cuello, como si la diversidad de símbolos fuera parte del mismo sermón.
Empecemos por lo obvio: una mujer obispa en Galicia, dentro de una capilla de piedra, con un bastón tallado que dice «Talitha Kum». Por si alguien no lo recuerda, esa frase bíblica (en arameo, claro, porque el griego está muy mainstream) significa «niña, levántate». Aquí no solo se ha levantado la niña, sino que ha roto el techo de piedra, ha tomado la palabra sagrada, y ha dejado claro que ni mitras ni patriarcados van a frenar su misión.
Porque sí: Christina no usa mitra. Ni quiere. Ni falta que le hace. Como dijo en una célebre entrevista con Religión Digital, rechaza la mitra porque es un símbolo de poder vertical, clerical y excluyente. Y ella, que predica una Iglesia horizontal, no se va a disfrazar de aquello que cuestiona. Así que olvídense de la parafernalia episcopal: aquí no hay tocados, ni anillos ostentosos. Aquí hay báculo, palabra y comunidad.
La escena parece sacada de una liturgia del siglo XXI con aroma medieval, pero es real. La reverendísima Moreira mira al hombre del kilt con naturalidad y complicidad, como quien comparte algo más que una ceremonia: una visión alternativa de la fe y de la Iglesia. Él, por su parte, sostiene una talla de San Paio de Cutiano (sí, eso dice el cartel), un santo que ahora forma parte de esta escena rica en símbolos, mestizaje cultural y espiritualidad sin fronteras.
La presencia de este «altar móvil» es puro arte performativo. Aquí no hay símbolos vacíos: todo se resignifica. El báculo ya no es símbolo de poder clerical, sino de caminar juntas y juntes. La estola roja no representa el martirio, sino el fuego del cambio institucional. El kilt no es solo escocés, es ecuménico, peregrino, Camino de Santiago versión sinodado alternativo.
El mobiliario de piedra y madera noble nos recuerda que estamos en una capilla vieja, tradicional. Pero nada más lejos de lo tradicional que esta escena, que bien podría ser una instalación artística en ARCO titulada «Teología inclusiva con acento gallego». Detrás, una estatua de santa o virgen (¿quizá Santa María?) parece observar la escena como diciendo: «Yo también rompí moldes, hija mía, pero tú te llevas el incensario completo.»
Hablemos un momento del texto en el bastón: “Talitha Kum”. Además de ser una hermosa expresión de resurrección femenina, aquí funciona como declaración de intenciones. No es solo un llamado a levantarse, sino a levantarse contra. Contra la jerarquía. Contra el silencio. Contra el poder masculino que durante siglos dominó cada rincón del altar. Moreira no solo camina con el bastón, marca el paso del nuevo éxodo eclesiástico. Uno sin faraones, sin patriarcas, y con mucha más diversidad de vestuario.
El caballero del kilt, con su porte tranquilo y respetuoso, añade una dimensión intercultural a la escena. Su indumentaria, que honra la tradición celta, se entrelaza de forma inesperada pero armónica con la liturgia que se celebra. Su presencia no desentona: al contrario, recuerda que la espiritualidad también puede ser un puente entre culturas, géneros y épocas.
Y mientras tanto, el Cristo crucificado al fondo observa con resignación franciscana, como diciendo: «Yo multipliqué panes y peces, pero ustedes han multiplicado símbolos, géneros y metáforas sin medida.»
Pero volvamos a la protagonista: Christina Moreira no solo está ordenada. Está empoderada, consagrada, y posiblemente canonizada en el corazón de más de una teóloga feminista. Su presencia no es anecdótica, es histórica. Y lo sabe. Por eso sostiene ese báculo como quien sabe que está al frente de una nueva peregrinación: la de quienes ya no esperan permiso para entrar en la sacristía.
Podríamos criticar el exceso de simbolismo, la estética entre lo kitsch y lo místico, la teatralidad del momento. Pero sería injusto. Esto no es una performance: es resistencia. No estamos ante una imagen que busca likes, sino una revolución litúrgica de carne, hueso y báculo grabado. Aquí no se juega a ser obispa: se es obispa, con todos los sacramentos del feminismo, la inclusión y el buen humor.
Porque sí, hay humor en esta foto. El tipo de humor que solo surge cuando se rompen reglas con una sonrisa, cuando se abrazan siglos de tradición con una mirada rebelde. Es el humor de quien sabe que cambiar la Iglesia no es una tarea liviana, pero sí puede hacerse con bastones tallados, estolas rojas y sin mitra, porque el poder, cuando es auténtico, no necesita corona.
Y si algo queda claro al mirar esta imagen es que el futuro de la Iglesia, al menos en ciertos rincones de Galicia, no solo es femenino, sino también creativo, simbólico y radicalmente libre.