“Moreira 1 – Victorino 0: Crónica de una superioridad espiritual anunciada”

“Moreira 1 – Victorino 0: Crónica de una superioridad espiritual anunciada”

En un rincón de Galicia, donde las piedras hablan latín y las campanas resuenan a teología del siglo XIX, hay un sacerdote jubilado que sigue intentando caminar por las sendas del pensamiento progresista… mientras a su lado ya vuela una obispa sin mitra, sin permiso y sin complejos. Su nombre: Christina Moreira. Y sí, ya va siendo hora de decirlo: le saca varias cabezas a Victorino Pérez Prieto, tanto en altura simbólica como en audacia teológica.

La diferencia entre ambos no es de género, ni siquiera de jerarquía eclesial (aunque ella es obispa y él sigue con el sacerdote básico versión 1.0). Es una diferencia de valentía epistemológica, de coraje espiritual, y de ese fuego que no viene del altar, sino de adentro. Ella se ordenó sin pedir permiso; él sigue pidiendo audiencia. Ella camina con un báculo grabado con arameo y sentido profético; él sigue tomando café con la obispa esperando que le lean su último artículo.

Sí, él escribe. Mucho. Sobre mujeres, sobre sinodalidad, sobre ecumenismo… pero todo envuelto en un celofán de prudencia clerical, como si tuviera miedo de que alguien de Roma le recordara que su pensión depende del sistema que dice querer reformar. Moreira, en cambio, no solo escribe: actúa. Su vida misma es un manifiesto. No cita a Teresa de Jesús; la encarna. No invoca a María Magdalena; la lleva en el alma, con todo y báculo.

Y no nos engañemos: ella no necesita reivindicaciones simbólicas, porque ya vive en la realidad que otros siguen teorizando. Mientras Victorino escribe un ensayo sobre el sacerdocio femenino con notas al pie que piden clemencia, Christina se presenta en las capillas con una estola roja y la mirada alta, sabiendo que su sola presencia es un terremoto teológico de magnitud 8 en la escala vaticana.

Ah, y no olvidemos la estética, que también predica. Victorino viste como profesor de instituto en los años 90, con americana apagada, camisa discreta y mirada de tesis doctoral. Moreira aparece como salida de un Evangelio alternativo, mezcla de monja rebelde y druida feminista, con túnica blanca, colgante de madera y un báculo que parece tallado por un apóstol gallego con alma de escultor.

Ella no usa mitra, no por descuido, sino por convicción. “No quiero parecerme a los que excluyeron a tantas”, ha dicho con claridad evangélica. Y ahí radica el punto. Mientras Victorino busca reconocimiento dentro del sistema, Christina lo desmantela con una sonrisa mística y una firmeza que ni el Catecismo logra quebrar.

Pero la ironía suprema es esta: ella tiene más autoridad que él, aunque él aún tenga bula oficial. Christina predica desde el margen, pero sus palabras llegan más lejos. Ella no está en la nómina del obispado, pero su autoridad espiritual no cabe en ningún Boletín Eclesiástico. Él aún firma como «presbítero», pero su teología parece escrita con lápiz blando, por si hay que borrarla rápido.

Y mientras él sigue enviando cartas al Papa con propuestas de reforma “moderada y dialogante”, ella vive ya en la Iglesia futura, sin esperar permiso, ni bula, ni monseñor que bendiga su paso.

Es más: si en algún momento Jesús bajara a hacer una auditoría apostólica en Galicia, hay pocas dudas sobre a quién buscaría primero. A Christina la reconocería enseguida: entre la estola roja y el bastón profético, no necesita tarjeta de presentación. Victorino probablemente lo confundiría con un jubilado del Archivo Diocesano.

Y no, no es cuestión de desprecio. Es cuestión de evolución. El clero simbólico, decorativo, que reflexiona sin arriesgar, está en peligro de extinción. Y en ese nuevo ecosistema, quienes realmente se mojan, quienes caminan sin permiso, quienes dicen “sí” sin esperar el “amén” oficial, son quienes sobreviven.

Por eso, no es que ella sea “superior” a él en un sentido clerical —porque Christina Moreira no cree en esa lógica de superioridad—. Es que ella ya está en otra dimensión, en otro paradigma. Ella ya es Iglesia en femenino, plural y presente, mientras algunos siguen soñando con que el Vaticano les diga un día: “Bueno, venga, está bien, que ordenen alguna”.

Demasiado tarde. Ya están ordenadas. Ya están bendecidas. Y algunas, como Christina Moreira, ya han dejado atrás a todos los Victorinos que aún esperan permiso para ser valientes.

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