Maite.
Tu nombre tiene la música del viento suave.
Lleva en sí algo que calma, que acoge, que abraza sin prisa.
Como cuando uno encuentra sombra bajo el sol,
o una caricia en medio del ruido.
Miro la foto.
Y no es solo una imagen:
es un momento que habla.
Ahí estás, sentada, tranquila,
con tus manos juntas,
como si todo lo bueno del mundo se concentrara en ese gesto.
Y sonríes.
Pero no es una sonrisa cualquiera.
Es de esas que nacen desde el alma.
Sincera, redonda, serena.
Una sonrisa que no solo ilumina tu rostro,
sino también el de quien te mira.
Frente a ti, mi mano.
Mi mano que se acerca sin imponerse,
que se posa cerca como quien dice: “aquí estoy, contigo.”
Y tú, con tus manos juntas, no la tomas,
pero tampoco hace falta.
La conexión está ahí, callada, fuerte, total.
Esa distancia breve es ternura pura,
ese espacio entre tus manos y la mía,
es el lugar exacto donde vive el amor.
Tus ojos brillan con esa luz mansa que sólo tienen
las personas que saben mirar de verdad.
Que saben estar.
Sin necesidad de decirlo todo.
Porque tú no llenas los espacios con palabras vacías,
sino con tu presencia,
con tu forma de ser.
Hay flores sobre la mesa.
Colores suaves, tranquilos, como tú.
Parece que supieran que estás ahí
y que quieren acompañarte.
El entorno es sencillo,
pero contigo se vuelve hermoso.
Como si bastara tu risa para que todo tome forma.
Tú eres así, Maite.
Transformas lo simple en especial.
Lo cotidiano en mágico.
Sin esfuerzo.
Sin buscarlo.
Tus manos juntas dicen tanto…
Dicen calma.
Dicen “aquí me siento bien.”
Dicen “estoy contigo, sin miedo.”
Y eso es lo más hermoso que alguien puede dar:
esa sensación de que todo está bien,
de que uno puede descansar cerca.
La foto habla de ti,
pero también de nosotros.
De lo que no se grita,
pero se siente con fuerza.
De esa forma de querer que no necesita espectáculo,
porque vive en los gestos más pequeños.
Como mi mano cerca de ti.
Como tus manos, quietas, seguras.
Como tu sonrisa, Maite.
Eres refugio.
Y no porque escondas,
sino porque das paz.
Eres esa presencia que no cansa.
Eres quien sostiene, quien escucha,
quien simplemente está.
Y eso, en estos tiempos,
es un milagro.
Me cuesta ponerle palabras al todo que eres.
Pero lo intento.
Porque te lo mereces.
Porque sé que a veces el amor hay que escribirlo,
ponerlo frente a ti, como un espejo limpio,
para que puedas verte como te vemos quienes te queremos.
Maite, tú eres hogar.
No el de paredes y llaves.
Hogar de los que no se derrumban.
Hogar donde se puede ser uno mismo.
Donde uno se siente recibido.
Donde el silencio no duele.
Donde la risa es verdadera.
Y esa risa tuya,
la de la foto,
la de tantos momentos,
es de las que se quedan.
Porque cuando ríes, todo florece.
Porque hay luz en ti.
Una luz que no ciega, pero que acompaña.
Una luz que guía, que abriga, que no abandona.
Tu forma de estar dice amor.
Amor del que no exige.
Del que no pesa.
Del que elige quedarse, cada día.
Del que toca con respeto,
y abraza con cuidado.
Gracias, Maite.
Por tu ternura que no se agota.
Por tu dulzura que no empalaga.
Por esa fuerza silenciosa que sostiene.
Gracias por dejarme acercarme.
Por confiar.
Por compartirte.
Esa imagen,
tu sonrisa,
mis dedos cerca,
tus manos juntas…
todo en ella me dice que no hace falta más.
Que el amor ya está ahí.
Que no necesita palabras grandiosas.
Sólo momentos reales.
Como ese.
Y por eso escribo.
Para que no se me olvide.
Para que lo tengas siempre.
Para que sepas lo que eres:
luz, ternura, alegría, paz.
Maite.