Del alivio a la alarma: el Opus Dei y el error de celebrar antes de tiempo

Del alivio a la alarma: el Opus Dei y el error de celebrar antes de tiempo

El humo blanco no había terminado de disiparse sobre la plaza de San Pedro cuando en ciertas oficinas bien decoradas de Roma, Madrid y Buenos Aires ya se brindaba en voz baja. En esos pasillos, donde se mueven los alfiles del Opus Dei, algunos creyeron que la elección de León XIV significaba el fin de la pesadilla: el fin de las reformas, el regreso al “orden” y, en definitiva, una restauración.

Nada más lejos de la realidad.

El pasado miércoles, el cardenal Prevost convocó a Fernando Ocáriz y Mariano Fazio —las dos caras visibles del Opus— para decirles, sin rodeos ni eufemismos, que la reforma iniciada por Francisco deberá concretarse cuanto antes. Una audiencia corta, pero tajante. El mensaje fue claro: no hay marcha atrás. El nuevo Papa no va a congelar la desjerarquización ni dejar en el olvido los estatutos que llevan años en disputa. León XIV no es el aliado que muchos imaginaron; es, en todo caso, el ejecutor de un legado que el propio Bergoglio diseñó con precisión quirúrgica.

La cúpula del Opus Dei, que durante años resistió con habilidad vaticana los cambios, se encuentra ahora en una encrucijada. Los dos borradores de estatutos presentados fueron rechazados por el Papa Francisco, y la tercera versión, que iba a ser entregada justo la semana de su muerte, quedó en el limbo. Sin embargo, el nuevo pontífice ha retomado el expediente donde se dejó: caliente, espinoso y urgente.

Y mientras Roma hablaba con hechos, el Opus respondía con silencios. En su página oficial, ni una mención al verdadero carácter del encuentro. Peor aún: insistieron en llamar “prelado” a Ocáriz, ignorando deliberadamente el motu proprio de 2022 que lo degradó a “moderador”. Una omisión que no es descuido, sino declaración de principios.

¿Puede una organización que ignora la voluntad explícita del Papa pretender reformarse a sí misma? ¿Qué credibilidad tiene un grupo que desoye los tiempos eclesiales y los signos del Evangelio?

El Opus Dei ha intentado proyectar una imagen de normalidad institucional, ocultando con comunicados tibios lo que en realidad fue un tirón de orejas papal. En su versión de los hechos, se trató de un “encuentro breve”, de “cariño y cercanía”. No mencionan ni plazos, ni exigencias, ni siquiera el verdadero rol de Ocáriz. Una estrategia de contención, tal vez. O simplemente, el reflejo de una estructura que aún no entiende que los tiempos cambiaron.

Mientras tanto, en las bases de la Obra, el malestar crece. “Esto es una gran decepción”, confesaba una numeraria con décadas de trayectoria, “porque muchos esperábamos cambios reales, acordes a esta época”. La frustración no es exclusiva de los ex miembros o denunciantes. También hay dolor entre quienes siguen dentro y quieren una transformación profunda: más participación laical, más transparencia, más humanidad. Menos control, menos secretos, menos poder.

La resistencia interna tiene un nombre: miedo. Miedo a perder el control, a revisar el legado de Escrivá con ojos del siglo XXI, a aceptar que la santidad no se mide por obediencia ciega sino por coherencia evangélica. Porque, como advirtió el propio Francisco: la Iglesia no puede ignorar a los laicos ni excluir a las mujeres de sus debates. Y eso incluye, por supuesto, al Opus Dei.

Creer que la muerte del Papa era la oportunidad de una restauración fue, además de un error de cálculo, una falta de fe en el rumbo que el Espíritu parece estar marcando. León XIV, lejos de ser una pausa, se perfila como el acelerador de una reforma necesaria, dolorosa y profundamente evangélica.

Así que, para quienes en Roma se sirvieron un whisky esa noche creyendo que se había cerrado el purgatorio reformista, quizás sea hora de que lo guarden… y vayan comprando agua bendita. Les va a hacer falta.

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