«Jorge González Guadalix y el martirio de la muceta papal»

«Jorge González Guadalix y el martirio de la muceta papal»

Por supuesto, no podía faltar. Apenas León XIV asomó la nariz por el balcón vaticano, ya teníamos al bueno de don Jorge González Guadalix, desde su trinchera de lucidez absoluta, afinando la pluma –más afilada que nunca– para recordarnos a todos cómo debería ser un Papa decente: con muceta, sin gestos “populacheros” y, sobre todo, sin tentaciones de dejar pasar a las mujeres más allá del servicio de limpieza del templo. Y si puede llevar zapatos rojos, pues mejor.

Guadalix, párroco de pueblo con blog y trinchera personalísima, se ha convertido en una especie de notario de la nostalgia eclesial. Mientras otros discuten con calma sobre sínodos, desafíos pastorales y realidades complejas, él se parapeta tras los muros de una cristiandad que jamás existió del todo como él la imagina, salvo quizá en alguna estampa de Primera Comunión de 1953.

El nuevo Papa, León XIV, aparece con muceta. ¡Aleluya! ¡Milagro! Por fin, un hombre serio. Un hombre que no teme al terciopelo. Ya estábamos al borde del colapso tras años de Jorge Mario Bergoglio y sus desplantes escénicos: salir sin estola, vivir en Santa Marta, hablar de la misericordia como si fuera cristianismo. ¡Misericordia! Qué cosa tan poco doctrinal, ¿verdad, don Jorge?

Con una ironía que solo él no percibe, nuestro bloguero se refiere a “la primavera sinodal” como si fuera un virus. Esa gente “sensible ante los pobres y excluidos” (él mismo pone las comillas) que, por algún misterio que desafía su lógica eclesiológica, también se sienten parte del Cuerpo de Cristo. Pero, claro, uno no puede andar por ahí compartiendo la mesa eucarística con divorciados vueltos a casar, mujeres que se creen llamadas al sacerdocio o jóvenes que no encuentran su sitio en una misa llena de normas y cero Evangelio. ¡Faltaba más!

Guadalix, como todo buen cruzado de altar mayor, divide el mundo en dos grandes categorías: los que piensan como él, y los que están equivocados. O peor aún, los que han sido seducidos por la heterodoxia postconciliar. Por eso se revuelve ante Francisco, al que nunca nombra sin lanzar una pulla revestida de respetuoso “rezo por él”. Para él, el Papa emérito es un error, un accidente histórico, una nube que pasó. León XIV, en cambio, es una posible restauración, aunque ya lo ve uno tomando notas para encontrar la primera “micra” de error en su pontificado. Lo ha dicho él mismo: hay quien mide cada gesto “a la micra”. ¿Y quién mejor que Jorge para esa tarea?

Porque no lo olvidemos: Guadalix es el sumo sacerdote del detalle litúrgico, el vigilante de las mucetas, el fiscal de estolas mal colocadas, el eterno indignado ante todo lo que huela a aggiornamento. Que nadie se equivoque: el Evangelio, según él, fue dictado con rúbrica tridentina y aprobado en latín por el mismísimo San Pedro.

En su último artículo, nos recuerda que “los cristianos autoproclamados progresistas” estaban encantados con la posibilidad de que saliera elegido el P. Prevost. Ya sabemos qué piensa de esa gente: sienten compasión, hablan de justicia social, tienen empatía. El demonio en forma de ONG. Pero, atención, también dice que los conservadores tenían sus reservas. Y aquí viene el giro maestro: todos están equivocados menos él.

Porque el blog de don Jorge no es solo un espacio de opinión. Es un confesionario abierto, una cátedra sin contradictores. Una voz que repite con fuerza aquello de “las cosas como son” como si él tuviera el copyright del Magisterio y el Catecismo entero en la memoria RAM del alma.

Ah, y no nos olvidemos de su trono personal: “Tengo en el blog una buena butaca. Comodísima”. La imagen es perfecta. Mientras la Iglesia camina entre desafíos, realidades complejas y culturas heridas, él se sienta en su sillón a esperar la mínima señal de desvío para dictar sentencia. El Sínodo puede ser universal, pero lo que importa es su blog.

No hay que ser cínico, claro. Don Jorge no es malintencionado. Es coherente. Coherente con una visión que muchos comparten, aunque él la viva con más pasión que método. Pero sería deseable que su defensa de la verdad no pasara por caricaturizar al adversario, ni por reducir toda apertura pastoral a propaganda. Que el amor por la Iglesia no se confunda con el apego a la forma. Que no se olvide que el que primero se despojó de todo –incluso de su divinidad– fue el mismo al que seguimos llamando Señor.

Y por cierto, Jesús tampoco llevaba muceta.

Así que sí, don Jorge, acomódese en su butaca. Comodísima, sin duda. Pero no olvide que allá afuera hay mucha Iglesia viva, joven, sufriente, inquieta. Que no está midiendo estolas ni contando los botones de la sotana. Está buscando a Dios. Y a veces, lo encuentra donde menos lo espera… incluso en un Papa que no le gusta.

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